por Raúl Cazal
Caracas, 13 May. AVN.- Lorenzo Silva escribe novelas policiales en un país que está consternado actualmente –más allá de la crisis económica– porque el Barça y el Real Madrid han quedado fuera de laChampion League. Sin embargo, a pesar de que “la cultura no es un bien de primera necesidad” –lo dice sin dejo de rencor–, sus libros han sido marcados por los premios literarios, desde que su novela La flaqueza del bochevique quedara finalista en el Nadal, en 1997, y fuera llevada al cine por Manuel Martín Cuenca, en 2003.
Ha escrito relatos, poesía y ensayos, pero lo suyo son las novelas.Carta blanca mereció el Premio Primavera 2004, aunque en materia de reconocimiento le precedieron El lejano país de los estanques (Premio Ojo crítico 1998) y El alquimista impaciente (Premio Nadal 2000), ambos de la serie Bevilacqua.
Algunos lectores le han confesado que se han incorporado a la Guardia Civil después de leer la serie, lo que le ha dejado “una sensación de sobrecogimiento” porque su obra no es un documental, sino una ficción, “una sublimación del trabajo policial”. Lo que le ha permitido reflexionar sobre “ese mecanismo curioso de cómo el mito se construye a partir del logos y acaba a su vez construyendo el logos”.
Su reciente visita por Caracas fue fugaz, tan sólo tuvo tiempo para recorrer el centro de la ciudad, el Ávila y la Ciudad Universitaria, mientras que al caer la tarde del sábado y domingo, cuando comenzó el IV Festival de Lectura, en la plaza Altamira de Caracas, disertó sobre literatura policial con los escritores Marcos Tarre, Ana Teresa Torres, Alberto Barrera Tyszka y Mónica Montañés, en una “mesa redonda” denominada “Literatura en Eñe: Negro que te quiero negro”, moderada por Eloi Yagüe.
LA CULPA LA TIENE CHANDLER
Silva resume que llegó a la literatura negra como lector, aunque venía de terrenos muy distantes de este género. Comenzó con el boomlatinoamericano y con los imperdibles Franz Kafka, Marcel Proust, James Joyce, Joseph Conrad, Robert Musil: “Literatura que un principio no se asocia con lo policíaco. Incluso, había autores que eran contrarios a este género, como Ernesto Sábato, a quien leía mucho, y era enemigo declarado”. Su licencia de abogado no tuvo nada que ver con esta elección literaria, pero admite que le ha ayudado posteriormente.
–Tampoco fui un lector muy fanático de la novela policíaca. Disfruté mucho con Dashiell Hammett, pero la culpa la tiene (Raymond) Chandler, de quien leí todas sus novelas, sus cuentos, sus cartas. Me parecía que aparte de la intriga criminal y la fascinación que ésta produce, era un escritor en cada frase, en cada réplica de un diálogo.
–¿Cuál es su denuncia en la novela policial?
–Creo que hay que denunciarlo todo. España está llena de cosas denunciables, como cualquier sociedad. Ahora está pasando por una era de autoflagelación y tendemos a pensar que somos peores que cualquier otro. Mi perspectiva es un poco contraria a lo que predominaba en la novela policial española, que prefería al outsider, al marginal, al detective o al ex policía que investiga crímenes fuera del sistema. Tuve el acierto, inconsciente, de que mis personajes trabajaran para el sistema, en investigación criminal dentro la unidad de policía judicial; por tanto, investigan delitos para entregarlos a los jueces y que estos hagan funcionar las leyes. Curiosamente, ese punto de vista es mucho más eficaz que el outsider para hacer una crítica integral del sistema. El que está dentro conoce de primera mano los fallos del poder y las miserias de la sociedad. La mirada crítica la puedes hacer girar en 361 grados, porque el último punto es el del investigador sobre sí mismo, que sigue trabajando en un sistema que no funciona como él querría.
–¿Por qué aparece esta literatura después de la muerte de Francisco Franco?
–Antes era muy difícil, realmente. Aunque a mí me gusta hablar de un autor que casi todo el mundo ha olvidado: Francisco García Pavón, que escribía unas historias criminales ambientadas en un pueblecito de La Mancha. Mucha gente dice que no es novela negra, porque es excesivamente conservador y conformista. Quienes hacen este tipo de comentario no han leído ni una sola línea de García Pavón, porque este escritor lanzó una mirada bastante corrosiva contra la hipocresía de la sociedad franquista. Indudablemente, no es un autor marxista-leninista, porque no habría podido publicar en la España de Franco, pero es el primer gran autor de novela negra, de crímenes en ambiente rural, que no tienen el glamour de los urbanos, pero que reflejan una sociedad. No hay muchos más escritores, porque es muy difícil escribir una novela que pone de relieve las disfunciones de una sociedad que por definición no lo es en absoluto. Una sociedad autoritaria no admite la disfunción. Todo está perfectamente ordenado por la autoridad del supremo líder, por tanto, es una literatura inviable. Cuando este régimen autoritario decae, se producen dos cosas: por un lado, la posibilidad de expresar las disfunciones de formas más libre y, por otro lado, la recepción de la literatura negra norteamericana, que había tenido malas traducciones, irregulares y difíciles de localizar.
LA CARA DEL ESCRITOR
–¿Los escritores de novelas policiales están siempre escribiendo la misma obra?
–No. Siento que muchos escritores están repitiendo esquemas funcionales de la novela policial, pero no todos. Aquí se pone en juego el paladar y el criterio del escritor. La librería está llena de libros. No todos son igual de buenos.
–¿Quién te guía literariamente?
–La experiencia de leer mucho. Cuando un escritor reproduce tres o cuatro esquemas, salta a la vista en las primeras páginas. Y cuando alguien aporta una mirada diferente, se ha trasladado a un ángulo distinto, también te lo dicen esas páginas iniciales. Al final estamos hablando de literatura, y el escritor enseña la cara en la primera frase.
–¿Escribes para algún lector en particular?
–Pienso en los libros que me interesan a mí. Admito que Frankestein (de Mary Shelley) es un buen libro, pero yo no lo escribiría, no entra dentro de mis coordenadas. Las historias que a mí me interesan intento contarlas para un lector al que sólo le pido una cosa –me da igual su edad, su ideología, sus intereses–: que le dé una oportunidad a una historia que en algún momento le requerirá algún esfuerzo, salirse de unas coordenadas del relato audiovisual predominante.
–¿Compites con las historias que cuentan en el cine?
–No compito por ese público con nadie. Lo que ha sucedido con esa gente es que no les han enseñado a leer, que es tan atractivo y gratificante, que es compatible con todo lo demás, como el cine. En la lectura se encuentran las narraciones profundas, que llevan al tuétano del hueso. Hay buenas películas, pero ninguna de ellas me lleva a donde llegan Kafka o Proust.
EL FALLO DEL SISTEMA
–El escritor Ricardo Piglia ha dicho que la literatura policial y la de ciencia ficción son más eficaces en la crítica al capitalismo.
–Hay sistemas que, aparte de ordenar la realidad, invierten mucho esfuerzo en convencernos de que son el mejor sistema posible y todos los demás están equivocados. El capitalismo es uno de ellos, pero no es el único que se ha inventado en la historia. Estos dos géneros son muy buenos desde esta perspectiva, porque la novela negra sucede en el fallo, en la grieta de la sociedad. Allí es muy difícil de convencer que todo es perfecto. Por otra parte, la ciencia ficción tiene la capacidad de generar espacios alternativos. Entonces, a esos sistemas que tienen la vocación de ser universales y excluyentes de cualquier otra solución, pues esa apertura a otras dimensiones les resulta incómoda.
–Hace más de un siglo, Anatole France sentenció que “la Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”.
–Aparentemente, tenemos vigente la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que reconoce un cierto escenario que se ve permanentemente transgredido por las consecuencias de un sistema –que es el que rige la economía mundial– que no está produciendo un avance hacia la realización de ese ideal que representa la Declaración, sino, más bien, un alejamiento. La brecha entre ricos absolutos y pobres en su dignidad, se va haciendo cada vez mayor. Y cuando el abismo es tan ancho, no hay declaración de derechos que valga. ¿Cómo van a ser iguales los derechos de una persona que no tiene quién le defienda, a los de aquella que cuando tiene un problema puede poner encima de la mesa un fajo de dinero que le va a garantizar el trabajo del mejor abogado las 24 horas del día? Yo soy abogado y he visto en los tribunales a gente desnuda, supuestamente con un “abogado”, pero desnuda, y a otras perfectamente apertrechadas.
–¿Puede surgir una novela a propósito de los indignados?
–Los indignados creo que son un fenómeno curioso, todavía incierto, con sus luces y sus sombras, con sus fortalezas y debilidades, pero que en todo caso representa una conciencia interesante. Tenemos un sistema político y económico que invierte mucho en sostener que no hay nada mejor y que, además, todo funciona de la mejor manera posible. La realidad es que muchas personas se van viendo excluidas de la fiesta y, sin embargo, los medios no lo cuentan, lo cuentan tarde o mal. Y tampoco los gobernantes recogen ese descontento. Es por ello que la gente ha dicho: “si nadie lo cuenta, si nadie se hace eco, vamos a hacer que esto suene”. Entonces han generado, a través de las redes sociales, un medio de comunicación alternativo a los periódicos, a los medios de comunicación que no reflejan este descontento y que siguen comprando la propaganda del poder. Ahora, el movimiento tiene la antigüedad suficiente para que cristalice en algo que tenga verdadera influencia en la sociedad. La gran paradoja es que el 15M surgió el año pasado en España, tuvo aparentemente aceptación popular, estuvo ocupando la Puerta del Sol durante un mes, salió en todos los medios de comunicación, pero al final ha ganado las elecciones por mayoría absoluta un partido cuyo programa político es opuesto, punto por punto.
–¿Cómo traduciría este movimiento?
–En algún momento hay que traducir ese espectáculo callejero en capacidad real de influir en la gobernación pública. Esa es la asignatura que le falta al 15M. Al final, un movimiento se tiene que traducir en una opción política. No basta con estar dando golpes en la calle.
–¿Ha desmovilizado al elector descontento del sistema?
–Veo en España mucha gente paralizada por el miedo, por el terror, sin saber en qué dirección comenzar a moverse. En todo caso, nos estamos enfrentando a una crisis del sistema. Aquí (en España) hubo una época dorada del capitalismo, que fueron los 20 años posteriores a la caída del Muro de Berlín. El capitalismo se quedó solo y entonces dijo: “Por fin tengo al mundo para organizarlo a mi antojo”. Se emborrachó con esa sensación de victoria, cometió gravísimos errores: incluso se apartó de sus postulados, porque el capitalismo “clásico” está basado en la libre competencia y ésta es una competencia leal, en condiciones de igualdad de los agentes. En lugar de eso, ha sido un territorio de especuladores, ventajistas, estafadores. El capitalismo ha dejado que agentes muy poderosos se salten sus propias reglas, donde el más fuerte y el más espabilado le ha hecho trampas a todos los demás.
–El capitalismo nunca ha mostrado esa transparencia que supone su teoría clásica.
–Tengo ciertas dudas cuando un sistema tiene pretensiones de ser universal y perpetuo. Las realidades tienen unas dinámicas muy ricas, para que un solo sistema, concebido en un momento y en un lugar dado, tenga la capacidad de resolver los problemas en cualquier contexto y situación. Ese optimismo obsesivo del capitalismo es uno de sus primeros fallos.
–Por lo menos podemos agradecer que ya no esté Joseph McCarthy.
–No está McCarthy, pero ahora mismo tenemos a Facebook.
–¿Facebook es el McCarthy actual?
–Lo que veo es que la gente pone mucha información personal en un sistema informático de cuyo control no tiene especial noción, y que al final de la cadena pudiera estar un McCarthy, pero que es opaco para ellos.
Raúl Cazal AVN
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