Chavez en la web

miércoles, marzo 20, 2013

El legado de Chávez y Chávez, ansia de futuro…

Reinaldo Quijada

Unidad del Poder Popular

“Los años de abundancia, la saciedad, la hartura

eran sólo de aquéllos que se llamaban amos.

Para que venga el pan justo a la dentadura

del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,

los que entienden la vida por un botín sangriento:

como los tiburones, voracidad y diente,

panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.”

Sirvan estos versos de Miguel Hernández, el pastor de Orihuela, que muere, enfermo de tuberculosis, en una de las cárceles fascistas de Franco, cuando aún no cumplía los 32 años, como homenaje póstumo a ese ser humano único que fue Chávez. Versos que pudieran traducir su principal legado: Nosotros no podemos ser Ellos. Y se resume en dos visiones antagónicas de la sociedad, la socialista y la capitalista. Lo ético y lo “ateo de toda ética”.

Chávez reconstruyó un camino que parecía extraviado, cuando el neoliberalismo parecía señorear en el mundo. Chávez puso en evidencia, con su voluntad indomable que lo caracterizaba, que era posible enterrar un ALCA que, en al año 2002, parecía una realidad inevitable, que la OPEP podía resurgir de sus cenizas, que la soberanía era una palabra posible, que una nueva correlación de fuerzas políticas en AL era realizable, con un grupo de presidentes y presidentas, amigos y amigas, hermanados en su identificación con sus pueblos. Nosotros no podemos ser Ellos.

Chávez rescató el sentido de la política, la dimensión moral de ella, una política que no es para enriquecernos, ni para favorecer a nuestros amigos, familiares o para conformar grupos económicos, nos habló de un poder del pueblo que debía llevarnos a “mandar obedeciendo”, que debíamos trabajar en la construcción de un Estado comunal y, sobretodo, asentar en nosotros, en nuestras almas y nuestros corazones, el espíritu comunal. Nosotros no podemos ser Ellos.

Chávez le dijo al pueblo, y el pueblo lo asumió, que debía estudiar, que podía ir a las universidades, que era posible tener una vivienda digna, que la seguridad social era para todos, al igual que la salud, que con ideas nuevas y creativas, como lo fueron las Misiones Sociales, se podía ir saldando la inmensa deuda social heredada, que la vida sólo era posible, más allá de la mera o vacía existencia, si los más desposeídos, los olvidados, también eran incluidos. Nosotros no podemos ser Ellos.

Chávez nos enseñó que la Revolución era una cosa, por encima de cualquiera de nosotros y nosotras, que teníamos que discernir lo que era el gobierno o cualquier gestión de gobierno, de lo que era la Revolución. De allí se deriva su categórico llamado a preservar la unidad dentro de la diversidad. Nosotros no podemos ser Ellos.

Y no se trata de dividir la sociedad venezolana en dos, como se le quiso acusar pérfidamente a Chávez, se trata de dos visiones del mundo, de la vida y del ser humano, una de ellas, la socialista, cuya esencia, más allá de las contradicciones y los errores, es el amor y la inclusión, y sobre la cual no existen términos medios. No existe concertación posible con la otra. Nosotros no podemos ser ellos.

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Reinaldo Quijada

Quizás la vida misma quiso que Chávez se inmolara por todos nosotros. Y, más aún, por todos los desposeídos de América latina y del mundo. Quizás su ritmo de trabajo extenuante y sin mesura era una prueba que le tenía reservada el destino. Quizás era necesario su sacrificio para dejar marcada la impronta de un camino. Como ya lo hiciera el Che Guevara que con su sacrificio dejó grabado en roble eterno que la lucha contra la miseria y las desigualdades era una lucha de todos, más allá de nuestras fronteras. Que donde existiese una injusticia, allí tenía que estar la acción de un revolucionario. Chávez fue de esa estirpe de héroes que con su ejemplo avivan el sentido de responsabilidad de los pueblos.

Quizás su sonrisa franca y su irreverencia le cambiaron el rostro a las cumbres internacionales, de discursos formales e insustanciales, de protocolos y etiquetas, alejadas del interés popular. Quizás su voluntad indomable hizo posible empresas increíbles como acabar con el ALCA o recuperar una OPEP desintegrada. Quizás su risa sabrosa, su espíritu eternamente joven y travieso provocó la hermandad, más allá del cálculo y de los intereses, entre un grupo de presidentes, identificados con sus pueblos. Quizás su humanidad inmensa volvieron a revivir algunos valores como la dignidad, la valentía o el compromiso, valores olvidados en nuestros tiempos y, muy particularmente, en la política moderna. Quizás su comprensión viva de la historia puso de pié a los muertos, próceres de la emancipación de nuestros pueblos, enterrados en academias y museos.

Quizás Chávez había cumplido su tarea y el sacrificio de una persona tan amada, por tanta gente, era necesario para que el dolor y la pena se transformen en fuerza vital, en motor, para darle mayor impulso y madurez a nuestra aún adolescente revolución, y convertirla en revolución adulta que salga por los caminos del mundo a “deshacer agravios, enderezar entuertos y enmendar sinrazones” del dinero y la soberbia.

Chávez regresó a la “casa de los sueños azules” que lo vio crecer, convertirse de inquieto soldado, en temerario guerrero del 4F, en presidente entregado en cuerpo y alma a sus ideas, y ahora en eterna ansia de futuro de América.