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sábado, julio 29, 2017

Con Nuestra América: Venezuela, país de la primera vez



Venezuela, país de la primera vez

Venezuela está signada por la historia para ser un país de primeras veces y seguirá forjando su futuro y trazando un derrotero en la historia cuando la primigenia de sus acciones señale la paz y la luz, al mismo tiempo que las borrará rápidamente cuando se orienten a la guerra y la oscuridad.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

Después de lo ocurrido en Brasil el año pasado, cuando la presidenta Dilma Rousseff fue destituida ilegalmente utilizando todo tipo de argucias para apartarla del poder, uno suponía que había visto todo respecto de cuánto están dispuestas a hacer y hasta donde son capaces de llegar los sectores conservadores y retrógrados de la sociedad, para recuperar un espacio de poder perdido ante gobiernos que sin cambiar profundamente el sistema, lo único que pretendieron hacer fue, una redistribución un poco más equitativa del ingreso que permitiera dignificar a grandes sectores populares que se encontraban excluidos y no existían cuando de desarrollo y modernidad se hablaba.

Pero, los acontecimientos de los últimos meses en Venezuela echan al traste cualquier cálculo que se pudiera haber hecho respecto del talante democrático de los sectores oligárquicos que durante siglos aparecían como los grandes defensores de ese sistema, ahora dejando claro que ello era válido, sólo mientras le sirvió para acumular riquezas, expoliar recursos y avasallar indiscriminadamente a los que se oponían.

Una simple mirada a los hechos recientes permite concluir que la basura propagandística y la falsedad mediática, hacen que Goebbels parezca un “niño de teta” ante las monstruosas aseveraciones pre fabricadas para engañar a la opinión pública. Increíblemente, eso se ha transformado en algo “normal”, presidentes, ministros, parlamentarios y por supuesto, las transnacionales de la comunicación mienten impunemente, solo sustentados en declaraciones no fundamentadas, a partir de opiniones emanadas sin responsabilidad en las redes sociales o elementales trucajes que como acaba de ocurrir en Venezuela con una foto publicado en el pasquín “El País” de España de no ser desmentidas de inmediato pasan al imaginario de los ciudadanos como verdades indesmentibles. Otro hecho similar acaeció con el periódico La Tercera propiedad del principal grupo de comunicaciones golpista de Chile, que publicó una supuesta entrevista, que nunca se hizo, al ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, mediador internacional en el conflicto venezolano. El método se va haciendo rutina: lanzan la noticia, sabiendo que es falsa o por lo menos sin comprobar su veracidad, después se disculpan, pero en el subconsciente, el mal ya está hecho. Está estudiado para que así sea.

Pero, en Venezuela no sólo eso se ha visto. Se sabía de la participación directa de sacerdotes y jerarcas católicos en la realización de torturas por parte de las dictaduras de seguridad nacional que inundaron Nuestra América en las últimas décadas del siglo pasado, incluso de la bendición y sacramento concedidos a asesinos y torturadores, pero se mantenía el prurito del silencio y la acción subterránea para evitar “escándalos”, sin que jamás el establishment vaticano o el propio Papa hicieran algo para condenar tales ejecutorias. Hoy, cuando es públicamente conocido el carácter ajeno a cualquier supuesta ética religiosa, de las acciones de sacerdotes, obispos y hasta cardenales en todo el mundo, que han sido acusados por delitos de pederastia en algunos casos, o del ámbito económico en otros, la iglesia católica venezolana agrega, a esas prácticas, por primera vez las de santificación y comunión de delitos terroristas que incluyen el asesinato, la quema viva de personas (rememorando la inquisición, que tal vez deseen que vuelva) o el ataque a centros de salud infantiles, entre otros. Esta vez, vale decirlo, sin el consentimiento del Papa Francisco, pero con el apoyo del aparato del Vaticano, que utiliza a Venezuela como otra arma interna para ponerle obstáculos. Tal vez sea la primera oportunidad en la historia en que los obispos y la Conferencia episcopal de un país hacen oposición abierta a un Papa.

En otro ámbito, se conocieron las declaraciones del director de la CIA estadounidense Mike Pompeo, en las que aseveró que había sostenido encuentros con representantes de los gobiernos de Colombia y México para cooperar, a fin de provocar la salida abrupta del presidente Maduro. Aunque en América Latina conocemos desde hace décadas los desmanes de la CIA, es la primera ocasión que un funcionario de tan alto rango de esa agencia de inteligencia, acepta abiertamente que se propone derrocar a un gobierno elegido democráticamente y que para ello va a usar a otros países. Los gobiernos de los presidentes Santos Y Peña Nieto se apresuraron a desmentir que estuvieran participando de un complot contra Venezuela, pero no refutaron a Pompeo, lo cual además poco importa por su conocida subordinación y lealtad a la potencia imperial.

También en Venezuela, es primera vez que se produce el absurdo de intentar paralizar acciones e impedir el funcionamiento del comercio y los servicios, amenazando y atacando de manera prioritaria a quienes conforman la base social de la oposición, los que aterrorizados por la violencia fascista que los perturba, prefieren el silencio ante el miedo que pueda significar el rechazo a medidas que afectan la propiedad privada de parte de quienes dicen defenderla.

De la misma manera, pero en el plano internacional, es la primera ocasión que un secretario general de la OEA, desesperado porque como Canciller de Uruguay no pudo impedir que Venezuela entrara a Mercosur y que en su actual cargo no tuvo capacidad para convencer a la región de aplicar la Cláusula Democrática a Venezuela, asista al Comité de Asuntos Exteriores del Senado de Estados Unidos a solicitar se apliquen mayores sanciones económicas al país. En el mismo tono, el ex presidente español Felipe González, despechado y molesto porque el Presidente Chávez rechazó vender por su intermedio la estatal de comunicaciones CANTV a Carlos Slim, patrón del español, privándole con ello de una gigantesca comisión, desató su furia contra Venezuela aseverando que “A mí lo único que se me ocurre como solución [para Venezuela] es que hubiera una intervención militar”.

Asimismo, no había habido una ocasión anterior, en la que un dirigente político de la oposición de Venezuela, como lo es el diputado Freddy Guevara, llamara a repetir como necesario para el país, un golpe de Estado similar al de Pinochet en Chile, que causó decenas de miles de muertos, torturados, desaparecidos y exiliados. Supongo, -aunque no estoy seguro- que ello puede haber causado estupor en ese país, sabiendo que su clase política, (con contadas y honrosas excepciones), encabezada por su presidenta, han apoyado incondicionalmente al terrorismo en Venezuela, incluso olvidando que algunos de ellos y sus familias fueron víctimas directas o indirectas del dictador.

Pero, Venezuela también fue el primer país de la región que organizó y financió un ejército que, bajo el mando del Libertador Simón Bolívar, atravesó las fronteras del país, no para conquistar territorios, ni esquilmar riquezas, sino para llevar la independencia y la libertad a pueblos hermanos, entregando esfuerzo, sacrifico, sudor y sangre en las batallas. Las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas hoy, son herederas de esas tradiciones. Por ello cada oficial, lleva con orgullo en su uniforme el estandarte que le designa como “forjador de libertades”.

La patria de Bolívar, fue también el primer país en el que un golpe de Estado forjado por el sector empresarial y la derecha más cavernaria, con el apoyo de una facción de militares al servicio de la oligarquía, fuera derrotado en 2002, por la movilización masiva del pueblo en alianza con las Fuerzas Armadas, para reponer en el poder al presidente constitucional del país, el Comandante Hugo Chávez.

Es bueno reflexionar y recordarlo, Venezuela está signada por la historia para ser un país de primeras veces y seguirá forjando su futuro y trazando un derrotero en la historia cuando la primigenia de sus acciones señale la paz y la luz, al mismo tiempo que las borrará rápidamente cuando se orienten a la guerra y la oscuridad. Es la condición natural de este pueblo alegre que no aceptará jamás la violencia y la confrontación como forma de hacer política, aunque a los poderes globales, a los gobiernos neoliberales de la región y en especial al de Estados Unidos no le guste.

Con Nuestra América: La CIA y la contrarrevolución en Venezuela

La CIA y la contrarrevolución en Venezuela

¿Puede la dirigencia norteamericana — la real, el “deep state” como dicen sus más lúcidos observadores, no los mascarones de proa que despachan desde la Casa Blanca—  ser tan pero tan inepta como para desentenderse de la suerte que pueda correr la lucha planteada contra la Revolución Bolivariana en el país que cuenta con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo?

Atilio Borón / Rebelion
La sociedad capitalista tiene como uno de sus rasgos principales la opacidad. Si en los viejos modos de producción precapitalistas la opresión y la explotación de los pueblos saltaba a la vista y adquiría inclusive una expresión formal e institucional en jerarquías y potestades, en el capitalismo prevalece la oscuridad y, con ella, el desconcierto y la confusión. Fue Marx quien con el descubrimiento de la plusvalía descorrió el velo que ocultaba la explotación a la que eran sometidos los trabajadores “libres”, emancipados del yugo medieval. Y fue él también quien denunció el fetichismo de la mercancía en una sociedad en donde todo se convierte en mercancía y por lo tanto todo se presenta fantasmagóricamente ante los ojos de la población.

Lo anterior viene a cuento de la negación sobre el papel de la CIA en la vida política de los países latinoamericanos, aunque no sólo en ellos. Su permanente activismo es insoslayable y no puede pasar desapercibido para una mirada mínimamente atenta. Peso a ello al hablarse de la crisis en Venezuela –para tomar el ejemplo que ahora nos preocupa- y las amenazas que se ciernen sobre ese país hermano a la “Agencia” nunca se la nombra, salvo pocas y aisladas excepciones. La confusión que con su opacidad y su fetichismo genera la sociedad capitalista se cobra nuevas víctimas en el campo de la izquierda. No debería sorprender que la derecha alentara ese encubrimiento de la CIA.

La prensa hegemónica —en realidad, la prensa corrupta y canalla— jamás la menciona. Es un tema tabú para estos impostores seriales. Ni a ella, la CIA, ni a ninguna de las otras quince agencias que constituyen en conjunto lo que en Estados Unidos amablemente se denomina “comunidad de inteligencia”. Eufemismos aparte, es un temible conglomerado de dieciséis pandillas criminales financiadas con fondos del Congreso de Estados Unidos y cuya misión es doble: recoger y analizar información y, sobre todo, intervenir activamente en los diversos escenarios nacionales con un rango de acción que va desde el manejo y la manipulación de la información y el control de los medios de comunicación hasta la captación de líderes sociales, funcionarios y políticos, la creación de organizaciones de pantalla disimuladas como inocentes e insospechadas ONGs dedicadas a inobjetables causas humanitarias hasta el asesinato de líderes sociales y políticos molestos y la infiltración en  — y destrucción de— toda clase de organizaciones populares. Varios arrepentidos y asqueados ex agentes de la CIA han descrito todo lo anterior en sumo detalle, con nombres y fechas, lo que me excusa de abundar sobre el tema. [1]

Que la derecha sea cómplice del encubrimiento del protagonismo de los aparatos de inteligencia de Estados Unidos es comprensible. Son parte del mismo bando y protege con un muro de silencio a sus compinches y sicarios. Lo que es absolutamente incomprensible es que representantes de algunos sectores de la izquierda — notablemente el trotksismo— , el progresismo y cierta intelectualidad atrapada en los embriagantes vapores del posmodernismo se inscriban en este negacionismo donde no sólo la CIA desaparece del horizonte de visibilidad sino también el imperialismo. Estas dos palabras, CIA e imperialismo, ni por asomo irrumpen en los numerosos textos escritos por personeros de aquellas corrientes acerca del drama que hoy se desenvuelve en Venezuela y que, ante sus ojos, parece tener como único responsable al gobierno bolivariano. Quienes se inscriben en esa errónea  — insanablemente errónea—  perspectiva de interpretación se olvidan también de la lucha de clases, que brilla por su ausencia sobre todo en los análisis de supuestos marxistas que no son otra cosa que “marxólogos”, esto es, cultos doctores embriagados por las palabras, como a veces decía Trotsky, pero que no comprenden la teoría ni mucho menos la metodología del análisis marxista y por eso ante los ataques que sufre la revolución bolivariana exhiben una gélida indiferencia que, en los hechos, se convierte en complacencia con los reaccionarios planes del imperio.

Toda esta horrible confusión, estimulada como decíamos al comienzo por la naturaleza misma de la sociedad capitalista, se disipa en cuanto se recuerda el sinfín de intervenciones criminales que la CIA llevó a cabo en América Latina (y en donde fuera necesario) para desestabilizar procesos reformistas o revolucionarios. Una somera enumeración a vuelo de pájaro, inevitablemente incompleta, subrayaría el siniestro papel desempeñado por “la Agencia” en Guatemala, en 1954, derrocando al gobierno de Jacobo Árbenz organizando una invasión dirigida por un coronel mercenario, Carlos Castillo Armas, quien luego de hacer lo que le fuera ordenado sería asesinado tres años después en el Palacio Presidencial. Sigamos: Haití, en 1959, sosteniendo al por entonces amenazado régimen de François Duvalier y garantizando la perpetuidad y el apoyo a esa criminal dinastía hasta 1986.

Ni hablemos del intenso involucramiento de “la Agencia” en Cuba, desde los comienzos mismos de la Revolución Cubana, actividad que continúa hasta el día de hoy y que registra como uno de sus principales hitos la invasión de Playa Girón en 1961; o en Brasil, 1964, asumiendo un activísimo papel en el golpe militar que derribó al gobierno de Joao Goulart y sumió a ese país sudamericano en una brutal dictadura que perduró por dos décadas; en Santo Domingo, República Dominicana, en 1965, apoyando la intervención de los marines luchando contra los patriotas dirigidos por el Coronel Francisco Caamaño Deño; en Bolivia, en 1967, organizando la cacería del Che y ordenando su cobarde ejecución una vez que había caído herido y capturado en combate. La CIA permaneció en el terreno y ante la radicalización política que tenía lugar en Bolivia conspiró para derribar el gobierno popular de Juan J. Torres en 1971. En Uruguay, en 1969, cuando la CIA envió a Dan Mitrione, un especialista en técnicas de tortura, para entrenar a los militares y la policía para arrancar confesiones a los Tupamaros. Mitrione fue ajusticiado por estos en 1970, pero la dictadura instalada por “la embajada” desde 1969 perduró hasta 1985; en Chile, desde comienzos de los años sesenta e intensificando su acción con la complicidad del gobierno democristiano de Eduardo Frei. La misma noche en que Salvador Allende ganara las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970 el presidente Richard Nixon convocó de urgencia al Consejo Nacional de Seguridad y ordenó a la CIA que impidiera por todos los medios la asunción del líder chileno y, en caso de tal cosa ser imposible, no ahorrar esfuerzos ni dinero para derrocarlo. “Ni un tornillo ni una tuerca para Chile” dijo ese patán que luego sería desalojado de la Casa Blanca por un juicio político. En Argentina, en 1976, la CIA y la embajada fueron activas colaboradoras de la dictadura genocida del general Jorge R. Videla, contando inclusive con la desembozada ayuda y consejo del por entonces Secretario de Estado Henry Kissinger; en Nicaragua, sosteniendo contra viento y marea a la dictadura somocista y, a partir del triunfo del sandinismo, organizando a la “contra” apelando inclusive al tráfico ilegal de armas y drogas desde la misma Casa Blanca para lograr sus objetivos; en El Salvador, desde 1980, para contener el avance de la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, involucrándose activamente durante los doce años que duró la guerra civil que dejó un saldo de más de 75.000 muertos. En Granada, liquidando al gobierno marxista de Maurice Bishop. En Panamá, 1989, invasión orquestada por la CIA para derrocar a Manuel Noriega, un ex agente que pensó que podía independizarse de sus jefes, ocasionando al menos 3.000 muertos en la población. En Perú, a partir de 1990, la CIA colaboró con el presidente Alberto Fujimori y su Jefe del Servicio de Inteligencia, Vladimiro Montesinos para organizar fuerzas paramilitares para combatir a Sendero Luminoso y, de paso, cuando izquierdista se les pusiera a tiro, o dejando un saldo luctuoso que se mide en miles de víctimas. Dados estos antecedentes, ¿alguien podría pensar que la CIA ha permanecido de brazos cruzados ante la presencia de las FARC-EP y el ELN en Colombia, donde Estados Unidos cuenta con siete bases militares para el despliegue de sus fuerzas? ¿O que no actúa sistemáticamente para corroer las bases de sustentación de gobiernos como los de Evo Morales y, en su momento, de Rafael Correa y hoy Lenín Moreno? ¿O que se ha retirado a cuarteles de invierno y dejado de actuar en Argentina, Brasil, y en toda esta inmensa región constituida por América Latina y el Caribe, considerada con justa razón como la reserva estratégica del imperio? Sólo por un alarde de ignorancia o ingenuidad podría pensarse tal cosa.


¿Puede, por lo tanto, alguien sorprenderse del protagonismo que la CIA está teniendo hoy en Venezuela, el “punto caliente” del hemisferio occidental? ¿Puede la dirigencia norteamericana — la real, el “deep state” como dicen sus más lúcidos observadores, no los mascarones de proa que despachan desde la Casa Blanca—  ser tan pero tan inepta como para desentenderse de la suerte que pueda correr la lucha planteada contra la Revolución Bolivariana en el país que cuenta con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo?

Puede que para el trotskismo latinoamericano y otras corrientes igualmente extraviadas en la estratósfera política la MUD y el chavismo “sean lo mismo” y no provoque en esas corrientes otra cosa que una suicida indiferencia. Pero los administradores imperiales, que saben lo que está en juego, son conscientes de que la única opción que tienen para apoderarse del petróleo venezolano — objetivo no declarado pero excluyente de Washington—  es acabar con el gobierno de Nicolás Maduro dejando de lado cualquier escrúpulo con tal de obtener ese resultado, desde quemar vivas a personas a incendiar hospitales y guarderías infantiles . Saben también que el “cambio de régimen” en Venezuela sería un triunfo extraordinario del imperialismo norteamericano porque, instalando en Caracas a sus peones y lacayos, los mismos que se enorgullecen de su condición de lamebotas del imperio, ese país se convertiría de facto en un protectorado norteamericano, montando una farsa pseudodemocrática — como la que ya hay en varios países de la región—  que sólo una nueva oleada revolucionaria podría llegar a desbaratar.
Y ante esa opción, imperio versus chavismo, no hay neutralidad que valga. No nos da lo mismo, ¡no puede darnos lo mismo una cosa o la otra! Porque por más defectos, errores y deformaciones que haya sufrido el proceso iniciado por Chávez en 1999; por más responsabilidad que tenga el presidente Nicolás Maduro en evitar la desestabilización de su gobierno, los aciertos históricos del chavismo superan ampliamente sus desaciertos y ponerlo a salvo de la agresión norteamericana y sus sirvientes es una obligación moral y política insoslayable para quienes dicen defender al socialismo, la autodeterminación nacional y la revolución anticapitalista.


Y esto, nada menos que esto, es lo que está en juego los próximos días en la tierra de Bolívar y de Chávez, y en esta encrucijada nadie puede apelar a la neutralidad o la indiferencia. Sería bueno recordar la advertencia que Dante colocó a la entrada del Séptimo Círculo del Infierno: “este lugar, el más horrendo y ardiente del Infierno, está reservado para aquellos que en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad”. Tomar nota.

Nota:

[1] Ver John Perkins, Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo norteamericano (Barcelona: Ediciones Urano, 2005). Edición original: Título original: Confessions of an Economic Hit Man First published by Berrett-Koehler Publishers, Inc., San Francisco, CA, USA. Ver también el texto pionero de Philip Agee, de 1975, Inside the Company,y publicado en la Argentina bajo el título La CIA por dentro. Diario de un espía (Buenos Aires: Editorial Sudamericana 1987).