MARYCLEN STELLING |
En el debate político electoral, los medios de comunicación social y las encuestas se han consolidado como importantes actores del juego político
Dinámica que ocurre en un contexto en el que parecen haber fallado las regulaciones de la coexistencia y emerge con ferocidad la fuerza bruta en conjunción con una escalada de la violencia mediática.
En esta etapa de precampaña o campaña encubierta se ha exacerbado el poder de los medios de comunicación social en tanto capacidad simbólica de reducir total o parcialmente en usuarios y usuarias cualquier resistencia. El poder de la información, como hemos expresado en anteriores oportunidades, se expresa en la habilidad de introducir cambios, en la pretensión de influir en las conductas y de cambiar el rumbo de los acontecimientos. En resumen, es el poder hacer todas estas cosas con la información y que se ejerce sobre un agente con la anuencia de éste.
Como afirma Pierre Bourdieu, los medios tienen el poder de construir la verdad e imponer una determinada visión del mundo. En el caso de Venezuela, ese poder se encuentra al servicio de una determinada fuerza política, ya sea que apoye al Gobierno o se le oponga. Así, en nuestro país transitan dos verdades mediáticas, paralelas y aparentemente irreconciliables. Verdades-realidades que se construyen en torno a una figura: Chávez, su proyecto socialista, su gestión de gobierno, últimamente su salud y el futuro del país.
En consecuencia, conviven sin entrecruzarse dos sociedades mediáticas: una que promueve las libertades, la participación, el acceso y las oportunidades; otra que desconoce cualquier logro en ese sentido resaltando la pérdida de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y de la propia autonomía, en tanto derecho cultural. Una que defiende la gestión de Gobierno, otra que la ataca desde cualquier flanco: político, económico, salud, educación, seguridad, ambiental, etc.
La construcción de lo público ha sido capturada por los medios y las redes sociales, que inciden de manera importante en los modos de concebir y practicar la ciudadanía. Ello nos permite concluir que estas dos sociedades mediáticas han generado perversamente sus correspondientes ciudadanías mediáticas avasalladas y cohesionadas en torno al dominio mediático. Basta recordar el último dilema: agua buena o mala.
maryclens@yahoo.com
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