En el centro de todo lo que existe, hay una joya abstracta que se materializa y teje el mundo que experimentamos cotidianamente, el cual es sólo un reflejo de su infinita estructura geométrica, nos dicen los físicos, en una teoría que se sostiene a lado de la más alta poesía cósmica.
Por: Alejandro de Pourtales - 21/09/2013
altercultura / alter-existencia
”the universe is a hologram projected by a microscopic disco ball” @fadesingh
Hay un cierto idealismo en la ciencia, sobre todo debido a las observaciones de que el universo físico parece corresponder a principios matemáticos, que básicamente son atemporales. Y del idealismo corre también por la ciencia la noción platónica de que la belleza tiene cierta equivalencia con la verdad –así un físico se congratula cuando su teoría tiene cierta “elegancia”. En este tenor, una nueva teoría sobre la naturaleza fundamental del universo, nos regala una de las más hermosas concepciones de lo qué es la materia. Físicos han descubierto un objeto geométrico que evoca una joya –de la cual emergen todas las joyas y sus reflejos– el cual simplifica enormemente los cálcuos de las interacciones entre partículas. Esta joya “en el centro de la física cuántica” pone en entredicho “la noción de que el espacio y el tiempo son componentes fundamentales de la realidad”, son, según sugiere la nueva teoría solamente propiedades secundarias de una realidad geométrica subyacente de la cual se desdobla el mundo físico que conocemos, como la proyección de un substrato matemático –que es la eternidad (el jardín inmaterial).
La revelación, parte del trabajo del físico Jacob Bourjaily, de la Universidad de Harvard, y de Nima Arkani-Hamed, permite computar las elusivas y fecundas interacciones entre partículas con cálculos relativamente simples, en expresiones equivalentes de un sólo término, mientras que antes eran necesarias fórmulas que consistían de términos prácticamente incontables que en ocasiones superaban el poder de las computadoras modernas. La teoría además promete conectar el aspecto microscópico del universo con el aspecto macroscópico, o la mecánica cuántica con la gravedad, uno de los grandes problemas de la ciencia moderna.
El objeto conocido como un amplituhedro simplifica de manera elegante el trabajo de los físicos, al ahorrarles la suma de miles de millones de términos con la sola suma de los volúmenes de las piezas de esta joya multidimensional, también llamado un “Grassmannian positivo”.
Por otro lado este objeto teórico descubierto en las entrañas matemáticas del universo podría acabar con los principios de localidad y unitariedad. La localidad supone que las partículas sólo pueden interactuar desde posiciones adyacentes en el espacio-tiempo (lo cual es amenazado por el entrelazamiento cuántico, que sugiere una conexión instántanea no-local) y la unitariedad sostiene que las posibilidades de todo desenlace en una interacción cuántica deben de sumar uno. En el caso del amplituhedro, esas propiedades son meramente consecuencias emergentes de la geometría de la joya –el mismo espacio-tiempo y las partículas moviéndose en este continuum, son construcciones o representaciones de la geometría intrínseca de la joya.
El amplituhedro no está hecho de espacio-tiempo y de probabilidades; estas propiedades meramente surgen como consecuencia de la geometría de la joya… Codificadas en su volumen están las características más básicas de la realidad que pueden ser calculadas, “amplitudes distribuidas”, que representan la posibilidad de que ciertos conjuntos de partículas se conviertan en en otros tipos de partículas cuando chocan entre sí.
Esta”amplitud distribuida” es una herencia del brillante físico Richard Feynman y hasta la fecha era utilizada para medir las interacciones de las partículas. Arkani-Hamed, descubrió que la amplitud distribuida es igual al volumen del amplituhedro: los procesos en los que las partículas se distribuyen por el espacio y su tipo de movimiento son dictados por la geometría de este objeto.
Aunque el amplituhedro no describe la gravedad, Arkani-Hamed y sus colaboradores creen que debe de existir otro objeto relacionado que sí lo haga. Sus propiedades aclararían por qué las partículas aparentan existir, y por qué aparentan moverse en tres dimensiones de espacio y presentan cambios en el tiempo –cuando estos son fundamentalmente una ilusión (si la física empieza a parecerse al gnosticismo con sus ideas del stereoma y al platonismo, no es casualidad).
Los investigadores han encontrado un “amplituhedro maestro”, el cual tiene un número infinito de facetas, análogo a un círculo en 2-D, que tiene un número infinito de lados (este amplituhedro, sin embargo, existiría en un mayor número de dimensiones). “Su volumen representa, teóricamente, el total de amplitud de todos lo procesos físicos”, “los amplituhedros de dimensiones más bajas, correspondientes a un número finito de partículas, viven en las diferentes caras de esta estructura maestra”.
Las matemáticas detrás de este meta-objeto son complejas pero el significado del descubrimiento puede ser aprehendido por una persona sin demasiados conocimientos de matemáticas. Arkani-Hamed apunta a que el descubrimiento de este objeto podría suponer un cambio de paradigma, al nivel de abandonar la noción de que el tiempo y el espacio son los constituyentes básicos de la naturaleza y planteando la interrogante de cómo el universo y la evolución surgieron de la pura geometría. “En cierto sentido vemos que los cambios surgen de la estructura del objeto. Pero no son a partir de que el objeto cambie. El objeto es básicamente atemporal”, escribe Natalie Wolchover en la revista Quanta.
Esta no es la primera teoría física que sugiere que el universo es fundamentalmente una estructura geométrica que percibimos conforme a ciertos principios (como el tiempo y el espacio) (los cuales son fundamentalmente ilusiones o agregados de nuestra percepción), pero lleva la vanguardia entre las nueva proposiciones de la física. Por otro lado la filosofía esotérica tiene como máxima una visión similar del universo (lo cual puede apreciarse en la masonería, que tiene entre sus símbolos centrales aparatos de medición geométrica). Una de las grandes cúspides de la antigüedad, la cultura védica, incluso hizo de los principios geo-métricos una especie de divinidad. Dice el Rig Veda: “Ahora, los dioses que rigen la vida son los metros, porque gracias a los metros todo lo que vive se sostiene aquí abajo”. Desde hace más de 4 mil años se tiene ya la clara noción de que el mundo está compuesto de un código, de un lenguaje que lo mismo se articula como una forma, un número, o una sílaba. La teóloga Yajnavalky explica que “la trama sobre la que se teje cualquier cosa” (incluso el éter) es el aksara, la sílaba. “Todo se forma a través de agregaciones de números entre estas moléculas sonoras. Existe un pasaje misterioso que dice “esto que para los hombres es un número, para los dioses es una sílaba’”, escribe Roberto Calasso.
Diferentes culturas han nombrado de manera distinta este código que antecede y subyace a la realidad fenomenológica y que parece ser la materia prima de la creación; en esta tradición podemos ahora incluir a la joya hiperdimensional de los físicos (el amplituhedro). Un objeto que lleva en su propia geometría lo mismo la interacción entre las partículas subatómicas que los planos del Templo de Salomón; y, como aquel mítico collar de Perlas de Indra, nuestras vidas y todo lo que sucede en el universo son solamente su reflejo.
Twitter del autor: @alepholo
UCCA.-PRES.- www.uncafeconangiolillo.com
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