por Luis Britto García
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Llevo militando en medios subversivos más tiempo del razonable. Pedí mi inscripción en el Partido Comunista el mismo día que lo ilegalizó Acción Democrática. Mi miopía y la habilidad para dibujar afiches me salvaron de ser enviado a la guerrilla. Me reclutaron para una célula de propaganda de la cual sólo confesaré que si caía, se acababan las artes plásticas venezolanas. En la primera reunión, ya se planteaba sacar con riesgo de la vida una hojita clandestina para repetir un discurso de Rómulo Betancourt. Mozo ingenuo, argumenté: “Señores, la publicidad de la Colacola no dice: ‘No beba Sevenseven’, dice: ¡Beba Colacola!” Varias horas defendí que la propaganda revolucionaria debe versar sobre la Revolución, y no sobre la reacción. Al cabo, el Comité Regional Clandestino dictaminó: “Bueno ¿cuándo sacamos la hojita para repetir el discurso de Betancourt?”.
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Con tal estrategia, no debe extrañar que los ñángaras termináramos hechos añicos. En una de esas astillas me destinaron a otro aparato de propaganda. Propuse que promoviéramos las ventajas del socialismo. “No, porque pueden decir que somos socialistas”, me contestaron. Allí fue mi paciencia la que se fragmentó. Desde entonces prefiero equivocarme por mi cuenta.
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Comprenderá el lector la complicidad que me concitaron los artículos de Iván Padilla Bravo y de Carola Chávez en los cuales verifican que muchos medios revolucionarios se desgastan en repetir una y mil veces a los opositores. Que éstos tienen derecho a expresar sus puntos de vista, no se discute. Que para ello cuentan con abrumadora mayoría de un centenar de periódicos, otro centenar de televisoras, millar y medio de emisoras, es evidente. Lo que nadie entiende es por qué el bolivarianismo dedica sus escasos cuatro periódicos, seis televisoras y su docena de emisoras a reciclar las ocurrencias reaccionarias.
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En efecto, no puede proferir un opositor insultos, sandeces, banalidades, tergiversaciones, chismes o infundios, sin que estemos obligados a enterarnos por el sistema de medios públicos que los repite semanas enteras hasta fijarlos indeleblemente en las audiencias. Al triunfar el bolivarianismo, exulté pensando que ya no me enteraría más de los dislates de infinidad de cadáveres políticos. Pues no: hasta la cripta van a desenterrarlos nuestros reporteros, para amplificar sus estertores y ofrecérnoslos como plato fuerte comunicacional. Así me he enterado de que están vivas o por lo menos mal embalsamadas momias que creí que hacía décadas gozaban del descanso eterno. Nuestros programas parecen secuelas de La Invasión de los Muertos Vivientes: cadáveres insepultos balbucean cosas ininteligibles tratando de devorar el cerebro de sus víctimas, sin que a nadie se les ocurra extinguirles la luz perpetua.
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¿Por qué la obsesión de los medios de servicio público de impartir ficticia actualidad a figurones cuya fecha de vencimiento caducó hace décadas? ¿Si la misma derecha los descarta tras cada derrota electoral, por qué los mantenemos vigentes en terapia intensiva comunicacional? ¿Esgrimen una sola idea o propuesta relevante? ¿Interesan a alguien, salvo a la mínima audiencia reaccionaria que convocan con falsos anuncios de catástrofes o de reparto del país?
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A tal fondo, tal forma. Así como la derecha estelariza nuestros medios, nos contagia sus modus operandi comunicacionales ¿Por qué reinciden las emisoras socialistas en los peores delitos de la mediocracia capitalista? ¿Es socialista la delicitiva interrupción del programa cada pocos minutos, la hamponil interferencia de logos e imágenes de propaganda por inserción, la malandra injerencia de cintillos, letreros, lucecitas y rótulos que obligan a fugarnos hacia otro canal? Dejad que los opositores entierren a sus opositores: tenemos ideas, argumentos y personalidades de sobra para fijar nuestra propia agenda comunicacional.
Luis Britto García
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