por Juan Barreto Cipriani
En sociedades complejas, desiguales y marcadas por una profunda e irreductible diversidad cultural y territorial, como es el caso de Venezuela, el gran reto ha sido construir una portentosa multitud-pueblo, creando a través del camarada Chávez un espacio común de objetivos y principios.
Ahora, tenemos que ser capaces de constituir, partiendo de las comunas, un movimiento de movimientos, y esto sólo es posible si generamos dinámicas de interacción en red entre todos los actores sociales, y si creamos novedosas maneras de reunirnos, discutir, dialogar y, sobre todo, tomar decisiones. Esta es la forma en que nosotros, la multitud-pueblo, debemos ejercer el poder en el socialismo del siglo XXI.
Pero primero disertemos algo sobre ese gran sujeto amorfo, móvil, flexible, que somos el Pueblo, y que preferimos llamar Multitud. Sin pretender sobreponer estos dos conceptos, a nosotros nos basta con establecer por lo menos su similitud, en el entendido de que pueblo para nosotros no es necesariamente una construcción a partir del Estado burgués y en función de su representatividad política. Tampoco pueblo es para nosotros, por supuesto, una entidad cerrada en oposición a otra igual, en el sentido nacionalista, ni mucho menos una entidad homogénea y reconducible a la unidad. Por lo menos en Venezuela y su actual proceso político, pueblo no es eso.
¿Pudiéramos establecer un paralelismo entre el concepto de multitud y el de pueblo? Es necesario insistir en ello. La multitud no puede ser aprehendida ni explicada en términos de contractualismo. En un sentido más general, la multitud desconfía de la representación, ya que es ella una multiplicidad inconmensurable. El pueblo se representa siempre como unidad, mientras que la multitud no es representable, puesto que es monstruosa para los racionalismos teológicos y trascendentales de la modernidad.
El concepto de multitud es el de una multiplicidad singular, un multiverso concreto. Del mismo modo que la carne, la multitud es pura potencialidad, la fuerza no formada de la vida, un elemento del ser. Al igual que la carne, también la multitud se orienta hacia la plenitud de la vida. El monstruo revolucionario llamado multitud, aparecido al final de la modernidad, quiere transformar de manera continua nuestra carne en nuevas formas de vida.
Pero si de lo que se trata es de reconocer ideas/fuerzas que se han sedimentado en los procesos revolucionarios y que los siguen impulsando por cada vez más caminos, pues la noción de pueblo es esencial, ya que ¿no es esta multitud, acaso, el pueblo en Venezuela? cuando decimos multitud decimos pueblo, y viceversa, sin mucho enrevesamiento.
Ahora bien, ¿cómo es que territorios demarcados –comunas– terminan cruzándose para la conformación de esa poderosa pero descabezada multitud? Al hablar de los cambios revolucionarios que se están dando en nuestra América Latina, muchos teóricos (incluso amigos, por cierto, del proceso revolucionario) suelen diferenciar entre los procesos emancipatorios al de Venezuela, a su decir porque acá sería distinto o especial porque contamos con un gobierno que deliberadamente apunta hacia el fortalecimiento de las multitudes que hoy son el poder popular. Recordemos cómo fue que se abrió el período de las luchas sociales de América Latina luego de que Hugo Chávez ganara las elecciones en 1998, cuando una cadena de presidentes se reivindican aliados de los movimientos sociales, de las multitudes, del pueblo, es así como los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, fundamentalmente, deben su llegada a la movilización social de las multitudes hechas pueblo, poniendo en cuestionamiento no sólo a los gobiernos neoliberales sino también al modo de dominación de la estructura social y todo su entramado institucional. Ese continúa siendo el signo de la lucha popular.
Juan Barreto Cipriani
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