Comparación entre las elecciones presidenciales en Estados Unidos y en Venezuela
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo. |
A menudo los trabajadores y desempleados estadounidenses oyen decir que las elecciones presidenciales en curso son de las más importantes en la historia de este país. En medio de índices elevados y continuados de desempleo y subempleo, reducción salarial e inminentes recortes masivos de los programas sociales que benefician a los trabajadores (como Medicare, Medicaid y la Seguridad Social), nos encontramos en una situación particularmente grave en la trayectoria de este país. Sin embargo, los programas que defienden ambos candidatos presidenciales y los partidos que representan son los mismos que han perpetuado los efectos devastadores de la Gran Recesión para los trabajadores. Estas políticas han beneficiado a Wall Street, a los bancos, a las grandes multinacionales y a los ricos, mientras que para los trabajadores solo han supuesto mayores sacrificios.
Las elecciones presidenciales estadounidenses no enfrentan a dos visiones diferentes sobre la dirección del país. Lo que tenemos, más bien, es una lucha táctica entre políticos representantes de las grandes empresas sobre la manera más efectiva de vender los proyectos de estas corporaciones al público y continuar la guerra de clases unidireccional contra los trabajadores. En estas elecciones no está en liza ningún cambio de las reglas de juego; muy por el contrario, son una muestra del dominio que ejerce el 1% sobre el sistema político y económico. Se pide a los votantes de la clase trabajadora que escojan su propio veneno, una decisión que, como es lógico, despierta poco entusiasmo en ellos.
¡Qué contraste tan enorme con las elecciones presidenciales en Venezuela! Los votantes venezolanos también han escuchado en numerosas ocasiones que el resultado de la contienda entre el Presidente Chávez y su rival, Henrique Capriles, sería crucial para la historia de su país, pero ellos sentían esa disyuntiva en carne propia y por propia experiencia.
Durante décadas, Venezuela ha estado dominada por un sistema bipartidista que ofrecía la ilusión de poder decidir, aunque los programas de ambos partidos estuvieran dirigidos por los intereses de una reducida élite oligárquica que expoliaba toda la riqueza creada por los trabajadores. Pero dicho sistema no podía mantenerse por siempre. En 1989, el levantamiento popular por razones económicas conocido como "el Caracazo" se saldó con la muerte de miles de descontentos pero sirvió para consolidar las organizaciones de base que propiciarían la triunfal elección de Chávez en 1998 y el final de las reglas del juego imperantes. En lugar de trabajar desde el interior de la maquinaria política, Chávez se enfrentó a ambos partidos y a los oligarcas que les sostenían y aprovechó el apoyo de los movimientos populares de Venezuela.
Desde entonces se ha desarrollado una lucha constante. Por un lado, el 1% del país ha intentado derrocar, vencer y sabotear a Chávez. Por el otro, la masiva resistencia activa del pueblo se ha opuesto a que las cosas volvieran a ser como antes de 1998. En este proceso se ha remarcado la línea entre clases y Chávez ha ido aumentando progresivamente su apoyo a las iniciativas de los trabajadores y los pobres para organizar su propio poder sobre el que sustentar la dirección del país. Capriles, en el otro extremo, representa a la élite económica que pretende retomar el control político.
¿Cuáles han sido los resultados de este proceso en comparación con lo que ocurre en Estados Unidos? En la Venezuela de Chávez, se ha dado marcha atrás a la privatización del sector petrolero y cuando algunas grandes compañías se han visto incapaces o poco dispuestas a cumplir con las necesidades sociales, el gobierno se ha hecho cargo de ellas en beneficio del pueblo. Por el contrario, cuando la codicia de Wall Street hundió a Estados Unidos en una crisis económica, se inyectaron billones de dólares de los contribuyentes al sector bancario en forma de fianzas y préstamos mientras se permitía que los trabajadores sufrieran las consecuencias.
Según estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) dependiente la ONU, Venezuela se sitúa en el primer lugar de una lista de doce países latinoamericanos en cuanto a reducción de las desigualdades internas.
Por el contrario, según la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU. (CBO), entre 2003 y 2005 la transferencia de riqueza del 95% al 5% más rico ascendió a 400.000 millones de dólares antes de impuestos, lo que corresponde a una aportación de 3.360 dólares de cada unidad familiar del 95%. Aunque hubo un descenso de la desigualdad tras la quiebra del mercado bursátil provocada por el agotamiento de la cartera de valores, poco después la tendencia hacia la desigualdad volvió a acelerarse. Desde 2010, el 1% más poderoso ha acaparado el 93% de los beneficios económicos.
Cuando Chávez asumió el cargo por primera vez, el desempleo en el país era del 16,1%. Hoy se ha reducido hasta el 6,5% (1); además, el salario mínimo y las aportaciones en alimentos son de los más altos de la región. Estados Unidos, por el contrario, tiene 23 millones de personas desempleadas o subempleadas y el salario mínimo ha caído muy por debajo del coste de la vida.
En Venezuela, la pobreza extrema ha disminuido del 21% en 1999 al 6,9% actual (2). En Estados Unidos, la tendencia es exactamente la opuesta. Según la Oficina del Censo, el año pasado otros 2,6 millones de estadounidenses cayeron por debajo de la línea de pobreza, sumándose a los 46,2 millones que ya lo estaban. Estas cifras suponen el mayor número de ciudadanos viviendo en la pobreza desde que la Oficina del Censo comenzó a registrar dicho dato hace 52 años.
Millones de familias estadounidenses han sido arrojadas a las calles debido al gran número de desahucios inmobiliarios. En Venezuela no existen los desahucios. En realidad, el dinero que solía ir a parar a los bolsillos de la minoría acaudalada se utiliza ahora para construir cientos de miles de viviendas dignas para quienes las necesitan.
Según la mayoría de los indicadores, incluyendo los de educación y sanidad, la dirección que llevan Venezuela y Estados Unidos no puede ser más divergente en relación con la manera en que se benefician de los programas gubernamentales las fuerzas sociales, los empresarios superricos o la inmensa mayoría compuesta principalmente de trabajadores.
Esta diferencia no procede fundamentalmente del carácter de Chávez y Obama, sino de que en Venezuela las organizaciones de trabajadores y comunitarias han asumido el liderazgo político mediante una incesante actividad organizativa de masas en defensa de su propio interés. Chávez ha apoyado sus esfuerzos y ha abierto las puertas a su desarrollo redirigiendo la riqueza de la economía del país para dar mayor poder a la inmensa mayoría de la nación y apartarla de los bolsillos del 1% más rico.
La diferencia de prioridades se ve también reflejada en la manera en que se realizan las campañas electorales en ambos países. El pasado 5 de octubre, por ejemplo, hasta tres millones de entusiastas partidarios de Chávez tomaron las calles de Caracas en vísperas de las elecciones del domingo. Esta gran asistencia se consiguió, en gran parte, gracias al trabajo realizado en los barrios, lugares de trabajo y locales sindicales y comunitarios, utilizados por los organizadores para trasmitir, de persona a persona, la necesidad de conseguir el mayor número posible de participantes en el acto. Según parece, los barrios populares de las colinas densamente pobladas que rodean Caracas se iban vaciando a medida que los participantes bajaban a la movilización. Y ése no fue el único de los actos multitudinarios que tuvieron lugar a lo largo de todo el país a medida que se acercaba el día de la elección. Es de señalar que las concentraciones en apoyo a Capriles contaron con una pequeña fracción de los participantes que desafiaron el calor tropical y los chaparrones para apoyar al presidente Chávez.
En Estados Unidos, es impensable que Obama o Romney consigan reunir el número de personas que se concentraron en apoyo a Chávez. Normalmente, apenas unos miles de personas acuden a escuchar sus discursos y la mayor parte de la gente se muestra pasiva y distanciada de la campaña, pues siente que su nivel de vida desciende con independencia del partido político que ocupe el poder. La mayor parte de los recursos de la campaña proceden de las grandes sumas de dinero destinadas a la compra de publicidad y no de los vínculos comunitarios.
Mientras que en Estados Unidos las elecciones presidenciales son lo mismo de siempre, en Venezuela marcan un hito trascendental pues deciden si el país continuará su proceso hacia el "Socialismo del siglo XXI" o dará marcha atrás. Es decir, lo que está en juego es si Venezuela completará la transición que permita que los sistemas político y económico estén controlados por los trabajadores en beneficio de la sociedad en su conjunto, o si la oligarquía obtendrá ventaja, desmantelará las organizaciones comunitarias en funcionamiento (probablemente mediante el empleo de fuerza física), devolverá las empresas nacionalizadas a sus dueños originales y dirigirá la economía en beneficio de unos pocos capitalistas.
Lo cierto es que Venezuela sigue siendo un país capitalista. La vieja guardia reaccionaria de la oligarquía sigue controlando las riendas de la economía, aunque los movimientos populares han conseguido adueñarse de una parte importante con la ayuda de Chávez y numerosas nacionalizaciones de la industria. Una clase u otra se impondrá en esta lucha. Mientras el proceso revolucionario en Venezuela se mantenga a mitad de camino, el cumplimiento de sus promesas seguirá siendo incierto. De cualquier modo, incluso con el peor de los resultados, las ganancias conseguidas no podrán ser fácilmente eliminadas y su ejemplo proporcionará grandes lecciones para el futuro.
A pesar de todas sus imperfecciones, y tiene muchas, el proceso revolucionario en Venezuela es un rayo de luz para las luchas de los trabajadores a escala internacional. Cuando Estados Unidos y Europa están recortando gastos en programas sociales que benefician a los trabajadores en nombre de la austeridad y resulta difícil, si no imposible, conseguir buenos empleos, el proceso revolucionario venezolano muestra que existen alternativas a este camino destinado a la ruina.
La forma en que cada nación encuentre su alternativa será distinta, en función de sus circunstancias particulares. No obstante, el proceso estará marcado por el cumplimiento de requisitos claros. El primero es un movimiento social unido, dirigido por los trabajadores e independiente de los políticos capitalistas. Si esto no existiera, en Venezuela no habría un Chávez, ni sería un potencial ejemplo del Socialismo del siglo XXI ni de ninguna de las reformas acometidas bajo su presidencia.
En Estados Unidos, ese movimiento social independiente que pueda activar y unir a la mayoría aún está por desarrollarse, aunque se han producido importantes tentativas al respecto, como "Occupy Wall Street". Por lo tanto, la maquinaria política y sus programas empresariales siguen en las manos de nuestra propia oligarquía, tal y como lo demuestran las actuales elecciones presidenciales. Se trata, no obstante, de un episodio pasajero, mientras nuestra élite continúa asentando las bases para la inevitable revuelta del pueblo.
Las elecciones presidenciales estadounidenses no enfrentan a dos visiones diferentes sobre la dirección del país. Lo que tenemos, más bien, es una lucha táctica entre políticos representantes de las grandes empresas sobre la manera más efectiva de vender los proyectos de estas corporaciones al público y continuar la guerra de clases unidireccional contra los trabajadores. En estas elecciones no está en liza ningún cambio de las reglas de juego; muy por el contrario, son una muestra del dominio que ejerce el 1% sobre el sistema político y económico. Se pide a los votantes de la clase trabajadora que escojan su propio veneno, una decisión que, como es lógico, despierta poco entusiasmo en ellos.
¡Qué contraste tan enorme con las elecciones presidenciales en Venezuela! Los votantes venezolanos también han escuchado en numerosas ocasiones que el resultado de la contienda entre el Presidente Chávez y su rival, Henrique Capriles, sería crucial para la historia de su país, pero ellos sentían esa disyuntiva en carne propia y por propia experiencia.
Durante décadas, Venezuela ha estado dominada por un sistema bipartidista que ofrecía la ilusión de poder decidir, aunque los programas de ambos partidos estuvieran dirigidos por los intereses de una reducida élite oligárquica que expoliaba toda la riqueza creada por los trabajadores. Pero dicho sistema no podía mantenerse por siempre. En 1989, el levantamiento popular por razones económicas conocido como "el Caracazo" se saldó con la muerte de miles de descontentos pero sirvió para consolidar las organizaciones de base que propiciarían la triunfal elección de Chávez en 1998 y el final de las reglas del juego imperantes. En lugar de trabajar desde el interior de la maquinaria política, Chávez se enfrentó a ambos partidos y a los oligarcas que les sostenían y aprovechó el apoyo de los movimientos populares de Venezuela.
Desde entonces se ha desarrollado una lucha constante. Por un lado, el 1% del país ha intentado derrocar, vencer y sabotear a Chávez. Por el otro, la masiva resistencia activa del pueblo se ha opuesto a que las cosas volvieran a ser como antes de 1998. En este proceso se ha remarcado la línea entre clases y Chávez ha ido aumentando progresivamente su apoyo a las iniciativas de los trabajadores y los pobres para organizar su propio poder sobre el que sustentar la dirección del país. Capriles, en el otro extremo, representa a la élite económica que pretende retomar el control político.
¿Cuáles han sido los resultados de este proceso en comparación con lo que ocurre en Estados Unidos? En la Venezuela de Chávez, se ha dado marcha atrás a la privatización del sector petrolero y cuando algunas grandes compañías se han visto incapaces o poco dispuestas a cumplir con las necesidades sociales, el gobierno se ha hecho cargo de ellas en beneficio del pueblo. Por el contrario, cuando la codicia de Wall Street hundió a Estados Unidos en una crisis económica, se inyectaron billones de dólares de los contribuyentes al sector bancario en forma de fianzas y préstamos mientras se permitía que los trabajadores sufrieran las consecuencias.
Según estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) dependiente la ONU, Venezuela se sitúa en el primer lugar de una lista de doce países latinoamericanos en cuanto a reducción de las desigualdades internas.
Por el contrario, según la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU. (CBO), entre 2003 y 2005 la transferencia de riqueza del 95% al 5% más rico ascendió a 400.000 millones de dólares antes de impuestos, lo que corresponde a una aportación de 3.360 dólares de cada unidad familiar del 95%. Aunque hubo un descenso de la desigualdad tras la quiebra del mercado bursátil provocada por el agotamiento de la cartera de valores, poco después la tendencia hacia la desigualdad volvió a acelerarse. Desde 2010, el 1% más poderoso ha acaparado el 93% de los beneficios económicos.
Cuando Chávez asumió el cargo por primera vez, el desempleo en el país era del 16,1%. Hoy se ha reducido hasta el 6,5% (1); además, el salario mínimo y las aportaciones en alimentos son de los más altos de la región. Estados Unidos, por el contrario, tiene 23 millones de personas desempleadas o subempleadas y el salario mínimo ha caído muy por debajo del coste de la vida.
En Venezuela, la pobreza extrema ha disminuido del 21% en 1999 al 6,9% actual (2). En Estados Unidos, la tendencia es exactamente la opuesta. Según la Oficina del Censo, el año pasado otros 2,6 millones de estadounidenses cayeron por debajo de la línea de pobreza, sumándose a los 46,2 millones que ya lo estaban. Estas cifras suponen el mayor número de ciudadanos viviendo en la pobreza desde que la Oficina del Censo comenzó a registrar dicho dato hace 52 años.
Millones de familias estadounidenses han sido arrojadas a las calles debido al gran número de desahucios inmobiliarios. En Venezuela no existen los desahucios. En realidad, el dinero que solía ir a parar a los bolsillos de la minoría acaudalada se utiliza ahora para construir cientos de miles de viviendas dignas para quienes las necesitan.
Según la mayoría de los indicadores, incluyendo los de educación y sanidad, la dirección que llevan Venezuela y Estados Unidos no puede ser más divergente en relación con la manera en que se benefician de los programas gubernamentales las fuerzas sociales, los empresarios superricos o la inmensa mayoría compuesta principalmente de trabajadores.
Esta diferencia no procede fundamentalmente del carácter de Chávez y Obama, sino de que en Venezuela las organizaciones de trabajadores y comunitarias han asumido el liderazgo político mediante una incesante actividad organizativa de masas en defensa de su propio interés. Chávez ha apoyado sus esfuerzos y ha abierto las puertas a su desarrollo redirigiendo la riqueza de la economía del país para dar mayor poder a la inmensa mayoría de la nación y apartarla de los bolsillos del 1% más rico.
La diferencia de prioridades se ve también reflejada en la manera en que se realizan las campañas electorales en ambos países. El pasado 5 de octubre, por ejemplo, hasta tres millones de entusiastas partidarios de Chávez tomaron las calles de Caracas en vísperas de las elecciones del domingo. Esta gran asistencia se consiguió, en gran parte, gracias al trabajo realizado en los barrios, lugares de trabajo y locales sindicales y comunitarios, utilizados por los organizadores para trasmitir, de persona a persona, la necesidad de conseguir el mayor número posible de participantes en el acto. Según parece, los barrios populares de las colinas densamente pobladas que rodean Caracas se iban vaciando a medida que los participantes bajaban a la movilización. Y ése no fue el único de los actos multitudinarios que tuvieron lugar a lo largo de todo el país a medida que se acercaba el día de la elección. Es de señalar que las concentraciones en apoyo a Capriles contaron con una pequeña fracción de los participantes que desafiaron el calor tropical y los chaparrones para apoyar al presidente Chávez.
En Estados Unidos, es impensable que Obama o Romney consigan reunir el número de personas que se concentraron en apoyo a Chávez. Normalmente, apenas unos miles de personas acuden a escuchar sus discursos y la mayor parte de la gente se muestra pasiva y distanciada de la campaña, pues siente que su nivel de vida desciende con independencia del partido político que ocupe el poder. La mayor parte de los recursos de la campaña proceden de las grandes sumas de dinero destinadas a la compra de publicidad y no de los vínculos comunitarios.
Mientras que en Estados Unidos las elecciones presidenciales son lo mismo de siempre, en Venezuela marcan un hito trascendental pues deciden si el país continuará su proceso hacia el "Socialismo del siglo XXI" o dará marcha atrás. Es decir, lo que está en juego es si Venezuela completará la transición que permita que los sistemas político y económico estén controlados por los trabajadores en beneficio de la sociedad en su conjunto, o si la oligarquía obtendrá ventaja, desmantelará las organizaciones comunitarias en funcionamiento (probablemente mediante el empleo de fuerza física), devolverá las empresas nacionalizadas a sus dueños originales y dirigirá la economía en beneficio de unos pocos capitalistas.
Lo cierto es que Venezuela sigue siendo un país capitalista. La vieja guardia reaccionaria de la oligarquía sigue controlando las riendas de la economía, aunque los movimientos populares han conseguido adueñarse de una parte importante con la ayuda de Chávez y numerosas nacionalizaciones de la industria. Una clase u otra se impondrá en esta lucha. Mientras el proceso revolucionario en Venezuela se mantenga a mitad de camino, el cumplimiento de sus promesas seguirá siendo incierto. De cualquier modo, incluso con el peor de los resultados, las ganancias conseguidas no podrán ser fácilmente eliminadas y su ejemplo proporcionará grandes lecciones para el futuro.
A pesar de todas sus imperfecciones, y tiene muchas, el proceso revolucionario en Venezuela es un rayo de luz para las luchas de los trabajadores a escala internacional. Cuando Estados Unidos y Europa están recortando gastos en programas sociales que benefician a los trabajadores en nombre de la austeridad y resulta difícil, si no imposible, conseguir buenos empleos, el proceso revolucionario venezolano muestra que existen alternativas a este camino destinado a la ruina.
La forma en que cada nación encuentre su alternativa será distinta, en función de sus circunstancias particulares. No obstante, el proceso estará marcado por el cumplimiento de requisitos claros. El primero es un movimiento social unido, dirigido por los trabajadores e independiente de los políticos capitalistas. Si esto no existiera, en Venezuela no habría un Chávez, ni sería un potencial ejemplo del Socialismo del siglo XXI ni de ninguna de las reformas acometidas bajo su presidencia.
En Estados Unidos, ese movimiento social independiente que pueda activar y unir a la mayoría aún está por desarrollarse, aunque se han producido importantes tentativas al respecto, como "Occupy Wall Street". Por lo tanto, la maquinaria política y sus programas empresariales siguen en las manos de nuestra propia oligarquía, tal y como lo demuestran las actuales elecciones presidenciales. Se trata, no obstante, de un episodio pasajero, mientras nuestra élite continúa asentando las bases para la inevitable revuelta del pueblo.
Notas:
(1) "Venezuela: Chavez Campaign Points to Gains of Revolution, Youth Mobilize for Socialism" http://www.greenleft.org.au/node/52334
(2) "Venezuela: Lowest Percentage of Social Inequality in Latin America" http://venezuelanalysis.com/news/6388
Mark Vorpahl es representante sindical, activista por la justicia social y escritor miembro de Worker's Action (www.workerscompass.org). Contacto: portland@workerscompass.org.
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