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viernes, septiembre 14, 2012

En encendido clamor, a pura calle


Frasso 27F 89

Caracas, 10 Sep. AVN.- Fotos en blanco y negro, imágenes por lo hondo casi azul cobalto, casi siempre en el ardor, indignantes, basura, gente, sangre; la exclamación del dolor, seca, infinita; aquí están los cuerpos desvencijados, cargados como reses exhaustas, los monumentos del sacrificio, del trastorno, los gestos límites, los gritos últimos de la desesperanza, las sombras escamoteadas, violadas, hechas un asco. La escena, la toma, la ira, la cólera, la sorda, dura, sentenciosa rabia, las lágrimas. Ojos irrepetibles, embrutecidos hasta convertirse en piedras, en amenaza, en venganza. El Poder de las balas, el Poder del crimen, el Poder contra los pobres, los rebeldes, los más frágiles en encendido clamor, a pura calle entregados a la protesta y la desdicha, desquiciados, locos, vulnerados, reprimidos, manipulados, saqueados, asesinados. El humo, el grueso incendio del oxígeno, los autobuses quemados, las espaldas quemadas, la vida en ruinas. Ojos que participan absortos en la quema, extáticos en medio del fuego. Gente que corre, espantada, gente que sabe lo que le conviene. La tierra de la muerte, los ataúdes de la muerte, los grumos de la muerte. Aquí la muerte nunca toma vacaciones: vigila, persigue, muerde, excava, busca y entierra. La soledad de la noche resumida en una bolsa de desperdicios; la furia que inunda el espacio con sus lenguas oscuras; la multitud volcada en la avenida humeante; las alcantarillas después de la guerra: abiertas, sin sur, sin norte, desplazadas, desencajadas, heridas hasta la superficie de la balacera; las rejas desprendidas, las armas que renacen del sótano; la pared hecha hueco, resumen de balazos en la intimidad anónima, sin nombre, fantasmática; apenas un cisne de mal gusto queda de pie en el lago envenenado; niñas, niños, jóvenes que agarran algo en el trasteo tumoroso; el Poder militar con sus garras en la piel amoratada de los insurrectos; los ejecutantes en el pasillo del bloque, los ejecutantes en el alarido de los apartamentos, los ejecutantes en el barrio. Casco, botas y la lujuria de la impiedad. El miedo, la afrenta, lo desproporcionado. Las escaleras empinadas donde duelen las sombras. El deseo de escapar, de irse más allá de más lejos, desde, qué ironía, el Nuevo Circo, el circo donde los animales padecen el látigo, el castigo de las bestias. Una hamaca perforada por el vía crucis. Los niños huele pega, que se arriman a la santa maría madre de dios ruega por nosotros en el metro de plaza Venezuela; el salto abismal en golpe convertido para tumbar los muros, las rejas, la distancia entre la necesidad y las promesas postergadas. La Yamaha que lleva encima dos pájaros decididamente armados, prestos a defender con coraje la patria chica. La peinilla que se lleva a otro por donde lo vil se encarama maloliente y homicida. El escorbuto morado de un frigorífico pasado por las armas de un pueblo desarmado. El tufo reciente y eterno de La Peste, los gases necrofílicos de las fosas comunes. El intento de restablecer la cotidianidad entre los cráteres de la guerra. El deseo de vivir pese a la contundencia del exterminio. La audacia, la rapidez, el último zarpazo. El aceite de sangre que se riega por la avenida Sucre, por la Baralt, por el 23 de Enero, por Petare. La virgen, Santa Bárbara bendita, que se mantuvo incólume bajo la metralla: qué santa eres. La materia carbonizada, las ilusiones en resorte chamuscado, la paliza hirviente, la fuga, la desgracia, la tragedia, los cuerpos al garete, las almas desalmadas por la subida y la bajada, la hermandad en medio del asesinato en masa. Los muertos que cuelgan su despedida ya sin luz en una moto sin dirección ni remitente. La policía, el plomo, los disparos, la pus, las llagas, la chamusquina. El abuso, la masacre, el terror, la humillación, la vejación, la molicie del vértigo. Todo esto, por decir lo menos, está en estas fotos de Frasso, fotos que hoy dona al Estado venezolano a través del Museo Nacional de la Fotografía y vemos en esta querida Galería de Arte Nacional, más nacional y universal que nunca.
Ya lo dijo nuestro Aristóbulo Istúriz pensando en esa fecha y debemos recordarlo: “Ese día los representantes del pueblo le tenían miedo a los representados. Ese día murió en definitiva la democracia representativa y con ella el Pacto de Punto Fijo”. La cineasta Lilian Blaser comentó, que además de todo esto: “Los medios de comunicación quisieron hacer sentir mal al pueblo por lo que había hecho en las calles, pero no quisieron contar lo que el gobierno le hizo al pueblo”. Y quisiera traer acá unas reflexiones necesarias que nos ofrecen un marco histórico en Venezuela: “La vida política en nuestro país ha estado signada por la violencia. Son escasos los períodos en que esta ha cesado. Las clases dominantes en los diferentes momentos históricos han mantenido su hegemonía por medio de la fuerza. La persecución política contra el adversario es arma implacable en el ejercicio del Poder. Desde los días de la Cosiata hasta hoy, el pueblo venezolano ha deslizado su vida bajo el fragor de una caldeada lucha donde el látigo de los opresores se levanta en forma amenazante contra quienes osan romper la dominación y la tiranía. Los grupos oligárquicos no han vacilado en emplear todo su poderío político y militar para mantener su control y ejercer el Poder”. Estas palabras no son de Orlando Araujo, del gran Orlando Araujo, que escribió un libro fundamental sobre la violencia en nuestro país, sino de otro gran venezolano: hablo entonces del comandante mártir Fabricio Ojeda, que escribió estas palabras en los años sesenta y llegan intactas con su poder explicativo hasta esta fecha del 27F.
Este es el marco, el contexto histórico mayor, estas son las fotos, y me gustaría ir un poco más allá o más acá. Y quisiera, por breve que sea, detenerme en el autor y su obra. Tenemos por un lado a ese Frasso entusiasta, vital, anímico, vigoroso, amistoso, ahora frente o ante la sordidez que abruma. Por otro, ¿cómo entender o interpretar esta exposición, estos documentos; esta donación como dice el nombre que nos convoca? Creo que estamos ante la presencia del Mal, sí, del Mal en mayúsculas. La vida se nos muestra sin misericordia, sin compasión, sin piedad, insensible, destructora, injusta, abyecta, ruin, dolorosa, ensangrentada. Y quien nos muestra este horror, este apocalipsis, no es solo la mirada de alguien audaz, valiente, curioso, ganado por el valor de lo testimonial, sino alguien atravesado también por la compleja cualidad de su mirada atenta, amorosa, solidaria, humana, arrecha; identificando lo atroz como quien siente en su cuerpo cada fogonazo, cada proyectil. Me pregunto varias cosas, la primera, cuánto habrán ayudado estas fotos para comprender lo que ocurrió; la segunda, qué habría sido de estas fotos si nosotros como país, después de ese momento, no hubiésemos acabado como dice Aristóbulo con la democracia representativa. Creo que estas fotos, como otras también muy valiosas, ayudaron mucho a la hora de interpretar lo ocurrido, y si no hubiese pasado lo que pasó, de verdad que no entendería lo que vamos a ver. Y me pregunto de igual modo: ¿qué habría pasado si no contáramos con estas fotos?
Esta última pregunta quiero intentar responderla con las palabras de un kariña, tal como este querido fotógrafo de Santa Ana de Orocopiche, me refiero al sabio Domingo Rogelio León, quien dijo lo siguiente: “Entre nosotros los indígenas nadie tiene una fecha que te pueda decir yo nací tal día o tal otro. En mi caso primero por la razón lógica, que todavía persiste, de que nosotros vivimos en comunidades donde no hay los servicios que tienen las comunidades chotopra, es decir criollas, que tienen registro o prefectura. Nosotros vivimos en la montaña y por ahí no hay nada de eso. No es posible saber cuándo un indígena parió, qué día. Nosotros tenemos también un calendario que no es el que ustedes tienen, ni siquiera los días se llaman como ustedes los llaman. Tú dices uno, nosotros tybyn, tú dice dos, nosotros decimos achak, dices tres y yo digo achorao. No se parece nada. Nosotros somos ágrafos, no tenemos escritura, no tenemos lectura. Simplemente tenemos memoria. Las cosas las repetimos porque es la manera de pervivir. Y si pierdo la memoria, entonces pierdo la vida”.
Es por esto que digo lo siguiente: con estas fotos tremendas, terribles, estremecedoras, Frasso ha logrado que la memoria no se diluya, que no se pierda en el camino, y por el contrario, contribuyen a que la vida perviva y permanezca, en tanto que amemos un bien común, una historia más digna, un impostergable, utópico y hermoso porvenir. Sin estas fotos, sin duda alguna estaríamos mutilados, deshabitados, lesionados existencial, moral y políticamente. Así lo escribió el poeta Gonzalo Ramírez: “Nuestros muertos de 1989 no piden ni reclaman su lugar entre los que se fueron, lo piden y reclaman entre los que vendrán. Su muerte está cargada de futuro, de vida, de memoria”.
Gracias Frasso, gracias Rodrigo Benavides, gracias Juan Calzadilla.

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