Para triunfar el 7 de octubre de 2012, tanto como evitar el triunfalismo a toda costa, es preciso tener certeza sobre la magnitud de la propia fuerza, porque de esta forma conocemos también nuestros flancos débiles. Esto pasa, por cierto, por un mínimo de rigurosidad en el análisis, y por la intransigencia frente a "saberes" ampliamente cuestionados, y que no por casualidad ocupan bastante centimetraje en la prensa y privilegiado espacio en la televisión. Así, por ejemplo, la encuestología ha tenido relativo éxito imponiendo como "verdad científica" lo que no es más que su versión interesada sobre el electorado venezolano. No hacen falta mucha pericia ni mucha imaginación para dibujar una torta partida en tres: de un lado, dos tercios simétricos, equivalentes, correspondientes al electorado con filiación ideológica (chavistas y antichavistas); del otro lado, un tercio mayoritario de indecisos.
Para el antichavista que milita en política, una versión tal implica la ventaja de saberse una fuerza cuando menos equiparable a su acérrimo enemigo: bastaría con hacer los ajustes necesarios para ganar el apoyo de la mayor cantidad de indecisos, y el trabajo está hecho. Del lado chavista, aceptar este cuadro de fuerzas como un retrato fiel del paisaje, implica una disposición previa para la derrota. No será la primera vez que militantes de una fuerza mayoritaria actúen como minoría, sustituyendo la política revolucionaria por la baja política, dándole la espalda al pueblo, repitiendo las viejas formas y las peores mañas de una vieja clase política que no termina de morir, simplemente porque la mayoría (buena parte de la clase gobernante que la encarna) la desea con vida, aún a riesgo de ver pasar su oportunidad histórica, porque no es capaz de entenderse con más nadie.
En otras palabras, una versión tal pretende disimular la verdad incontrovertible, hasta nuevo aviso, de que el chavismo sigue siendo, por lejos, la principal fuerza política; y más allá, que este predominio en lo político tiene efectos perdurables en lo cultural. El chavismo sigue siendo una fuerza tal porque logró imponer una cultura política, y contra este pivote clave de la construcción hegemónica (una hegemonía popular y democrática) va dirigido el grueso de las baterías antichavistas.
Parto de la premisa de que buena parte de eso que la encuestología enuncia como "indecisos" está hecho de puro chavismo descontento, hastiado, incluso indiferente, que ha redescubierto la política con Chávez; que ha sido testigo a veces, otras protagonista de excepción de unos años intensos, extraordinarios, exuberantes, durante los cuales todo se puso en discusión, y no fue poco lo que cambió; un pueblo que le dio la espalda y saldó cuentas con la vieja clase política; que entrompó, enfureció, aguantó, lloró y festejó como nunca, y que no desea ser seducido por sus viejos sepultureros. En fin, un chavismo que, enfrentado al dilema de expresar su legítimo descontento por la vía electoral, optará por la abstención en lugar de votar contra Chávez.
Para plantearlo en líneas gruesas, este chavismo descontento fue lo que apareció cuando el antichavismo abandonó la calle como escenario de lucha política, allá por 2007. Es cierto que aparecieron algunos estudiantes por aquí y otros gremios por allá, pero de aquellas marchas multitudinarias exigiendo la renuncia de Chávez no quedaba sino el recuerdo. Pero desmovilizándose, es decir, reconociendo de hecho su derrota, retirándose de la calle, el antichavismo precipitó (sin que fuera su intención) una crisis en las filas del chavismo: eso que he llamado en otra parte una crisis de polarización.
De manera inesperada, en lugar de revitalización del espacio público, vía la multiplicación de las iniciativas de participación, encuentro, organización y articulación popular, tuvo lugar un proceso de disciplinamiento y normalización del chavismo popular, y en general de progresiva burocratización de la política. Más temprano que tarde, terminó imponiéndose la lógica del partido/maquinaria, que lejos de movilizar, según hemos visto, privilegia la concentración, etc.
Esto, unido a los efectos de la estrategia de desgaste opositora (que persigue, justamente, desmovilizar y desmoralizar a la base social de apoyo a la revolución), a la gestionalización de los medios públicos (cero chavismo crítico en pantalla, cero interpelación, cero control popular de la gestión), en fin, a todos los factores de distinto signo que confluyen en la despopularización del chavismo, no podía producir sino descontento, para decirlo elegantemente. Un descontento, insisto, que es una muy buena señal de la madurez política alcanzada por el pueblo venezolano durante estos años (porque no está dispuesto a tolerar un simulacro de revolución, capitaneado por una clase gobernante demasiado similar a su predecesora).
Para triunfar el 7 de octubre de 2012, necesario es interpretar este descontento legítimo como un dato que hay que tomar en cuenta y en serio, a riesgo de no entender el cuadro de fuerzas a lo interno del chavismo, la principal fuerza política de este país. Porque se lo toma muy en serio, Chávez ha planteado, entre otras iniciativas de envergadura (y en un contexto de reflexión constante sobre temas como el liderazgo, el socialismo bolivariano, el pueblo como sujeto activo de la revolución, el papel del movimiento popular, etc.) desde unas Líneas Estratégicas del partido hasta la creación de un Gran Polo Patriótico (la política más allá del partido).
No es juego: la lógica del partido/maquinaria debe ser sustituida por la lógica del partido/movimiento. Es decir, no basta con hablar de "maquinaria en movimiento", como está de moda ahora, y cambiar una palabra aquí y allá para que nada cambie. Para esto, es indispensable comenzar a entender la importancia estratégica de una iniciativa como el Polo Patriótico Popular, que ya ha cogido calle. Lo contrario sería disponerse a afrontar un examen decisivo, en octubre del año próximo, sin haber aprendido absolutamente nada.
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