Este domingo se cumplen diez años de los atentados del 11 de septiembre, día que la mayoría cree ocurrió el primer ataque aéreo contra EEUU. No es así, pues fue un piloto japonés quien un 9 de septiembre, pero de hace 69 años, realizó una de las hazañas bélicas más insólitas y espectaculares de la historia al bombardear desde un avión que, sorprendentemente, no despegó de un aeropuerto ni de un portaaviones, sino desde un submarino.
El evento, acaecido en el año 1942, fue una acción militar de la Segunda Guerra mundial.
El de 2001 fue atribuido a un grupo de secuestradores de cuatro aviones comerciales. Dos de ellos se estrellaron contra las Torres Gemelas del WTC en Nueva York, mientras que los dos restantes, cuyos restos jamás aparecieron, habrían impactado uno el Pentágono y el otro en un sector boscoso de Pensilvania.
Mientras que la hazaña de 1942 ha sido comprobada y registrada como una acción de guerra, los atentados del 11-sep. generan serias dudas sobre su razón y autoría, pues de acuerdo con pruebas aportadas por científicos y expertos en explosivos, no fueron ordenados por Bin Laden sino por el gobierno de EEUU.
Los ataques habrían tenido como único propósito justificar la invasión de Afganistán, desatada veinte días más tarde, y la de Irak, perpetrada 18 meses después.
Ambos eventos el del 9-sep. y el 11-sep. están rodeados de circunstancias que los hacen sorprendentes y especiales al margen de lo inocuo del primero y de la inmensa tragedia causada por el segundo.
El piloto de la Armada Imperial de Japón Nobuo Fujita, de 31 años, viajaba en un submarino del tipo I-25, especialmente diseñado por él para llevar un avión a bordo. El aparato era desmontable y se armaba en un mini-hangar, y una vez que emergió frente a la costa de Oregon se subió a la cubierta y desde allí fue lanzado al aire desde una catapulta.
Era un hidroplano E14Y1, con gran autonomía de vuelo (476 millas náuticas) de 3,80 metros de largo; con Fujita y su copiloto, Shoji Okuda, partió hacia un bosque cercano a Brookings, en la costa pacífica de Oregon en cumplimiento de su misión. Fujita llevaba ceñida al cinto una vieja espada Samurai, herencia de sus antepasados.
El joven piloto enfiló su aparato hacia una zona boscosa pues su objetivo era provocar un gran incendio, pues Japón quería vengar el bombardeo realizado 142 días antes contra Tokio.
La operación realizada por Fujita no tuvo éxito, ya que, como había llovido copiosamente días antes, el suelo donde cayeron las bombas estaba húmedo, y uno de los artefactos apenas si provocó un pequeño incendio que fue rápidamente sofocado por los bomberos.
Se dice que Fujita lanzó un nuevo ataque aéreo sobre la misma zona tres semanas después, pero esa misión, de la que no hay registro oficial, al parecer tampoco fue exitosa. Se sabe que el FBI realizó una exhaustiva investigación, cuyos resultados no se hicieron públicos para evitar alarma y pánico en la población, que se habría aterrorizado ante una situación tan grave como es estar al alcance, por primera vez, de bombas enemigas en tiempo de guerra.
De allí la enorme diferencia entre la acción de Fujita y los atentados terroristas del 11-sep., ya que estos tuvieron lugar en época de paz y provocaron miles de muertos, mientras la acción del aviador japonés que se realizó en tiempo de guerra no causó ningún daño material ni mató a nadie y pasó a la historia como un hecho bélico más, sólo que muy poca gente conoce de su existencia.
No sucede lo mismo con los "atentados" de Nueva York, Washington, que fueron exhibidos “en vivo y directo”, transmitidos por CNN como un show diabólico, o un filme de terror. Del supuesto aparato secuestrado -que según las autoridades cayó en un solitario campo de Pensilvania- sólo se mostró un enorme hueco, pero ni un solo rastro de sus partes ni de sus ocupantes.
Lo mismo sucedió con el avión que supuestamente se estrelló contra el Pentágono, pues tampoco existen restos del enorme avión que, extrañamente, habría dejado una abertura en la pared que supuestamente impactó, del tamaño de uno de sus reactores, ni tampoco fueron localizados los restos de sus ocupantes. Aparato y pasajeros, como en el caso de los atentados contra las torres del WTC, se volatizaron según informaron las autoridades.
El del 11 de septiembre de 2001 fue un crimen de lesa humanidad cuyo verdadero autor -de acuerdo con pruebas que cada día adquieren más consistencia- fue el gobierno estadounidense, que no ha sido condenado y sigue asesinando impunemente. Así como lo hicieron todos sus anteriores gobernantes, hoy lo hace Barack Obama, su actual presidente, el Premio Nobel de la Paz que hace la guerra.
Y como se hizo durante la administración de su antecesor, George W. Bush, en la de Obama se aprovechan de la buena fe e ingenuidad del pueblo estadounidense. En un insulto a su inteligencia se le alerta sobre el inminente peligro y acechanzas de grupos terroristas islamitas que estarían por cometer nuevos atentados como el del 11 de septiembre.
El mandatario ha pedido desplegar todo tipo de vigilancia para evitarlo, en vista de la información suministrada por el Departamento de Seguridad de EEUU, que habría confirmado el jueves “la amenaza creíble y específica de un ataque en un lugar del país”, el cual no precisó. Si algo como eso llegase a ocurrir, la mayoría del mundo ya no creerá que fue obra de terroristas extranjeros sino de la Casa Blanca, como el de hace diez años.
Y es que desde la capital estadounidense se planifican y organizan las grandes conspiraciones y las guerras más sangrientas, por lo que no tendría nada de extraño que se ejecutara otro crimen múltiple como el que habría sido perpetrado hace una década por los gobernantes yanquis contra su propio pueblo.
Cuan diferente esa actitud a la asumida por Nobuo Fujita, el piloto japonés que un día bombardeó un bosque de EEUU con el fin de matar gente, pero quien con el tiempo descubrió que en la paz y no en la guerra reside la felicidad humana. Y es que él, al terminar la guerra, volvió a la ciudad que quiso destruir para entregarle, junto con su vieja espada de Samurai, un mensaje de amor y fraternidad.
Y no sólo se conformó con eso, sino que al morir, en otro gesto de amor y paz, su hija, por mandato suyo, viajó desde Japón a EEUU, para regar parte de las cenizas de su padre sobre la tierra de aquel bosque que su padre quiso incendiar en tiempos de guerra para matar gente y donde hoy abunda la vida.
Muy lejos de hacer algo igual estarían los gobernantes yanquis, como lo afirma William Blumm en su obra El Estado delincuente, en la que pone al desnudo toda la bestialidad y criminalidad de quienes gobiernan EEUU. El autor describe con mucha sinceridad y realismo, pero no por ello con menos ironía, lo que sucedería de llegar a ocupar la presidencia de la superpotencia y tomar las medidas que a su juicio adoptaría.
“Si yo fuera presidente, detendría definitivamente en sólo unos días los ataques terroristas contra EEUU. Ante todo, presentaría mis disculpas a todas las viudas, a los huérfanos, a las personas torturadas, a aquellos caídos en la miseria, a los millones de otras víctimas del imperialismo estadounidense. Luego, anunciaría por todos los rincones del mundo que las intervenciones de EEUU en el planeta han terminado definitivamente”.
"Después reduciría el presupuesto militar de un año, es decir, 330 mil millones de dólares, equivalentes a más de 18 mil dólares por hora, desde el nacimiento de Jesucristo. He aquí lo que haría los primeros tres días como presidente de EEUU. El cuarto día sería asesinado”.
Este 11 de septiembre, junto a los millones de personas que en luctuosas ceremonias recordarán a sus familiares y amigos que murieron en los atentados, estarán los asesinos. Los que mataron a esos 3.000 seres humanos, y quienes como afirma William Blumm, lo asesinarían también a él al cuarto día de haberse convertido en presidente de EEUU, un “Estado delincuente”.
18:53 10/09/2011
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