por Blanca Hurtado
Caracas , 17 Oct. AVN.- Tras las rejas y en un diminuto espacio, que muchos llaman celda, Madelin Plácidos vio pasar seis años de su vida. Corría el año 2007 cuando, por primera vez, sintió sobre sus muñecas un par de esposas; ésas con las que llegó a pensar que no podría hacer lo que le gusta: trabajos de manualidades, peluquería, escribir guiones de teatro y también, de su puño y letra, canciones; inspiraciones y derechos que no se le cuartearon puertas adentro, como parte de las políticas estatales de humanización penitenciaria emprendida durante los últimos años.
Así, desde la cárcel, justo en ese lugar donde el ser humano pierde uno de los derechos más preciados, como es la libertad, Madelin le puso un toque más femenino a sus compañeras, a quienes peluqueaba y enseñaba a confeccionar adornos para el hogar. Era esa su manera de aminorar el sentimiento de tristeza infinita, que llegaba durante ciertas horas del día, y que luego, con los años, regresaba sólo en los cumpleaños, o en diciembre.
Ese transitar libre del que gozaba esta joven entre República Dominicana y Venezuela, desapareció en segundos cuando Madelin ingresó, por tráfico de sustancias ilícitas, al anexo femenino del Centro Penitenciario de la Región Insular, situado en el estado Nueva Esparta. Un hecho que le permitió valorar con mayor ahínco su independencia y la posibilidad de luchar por sus sueños. "Estar en este centro fue un gran aprendizaje y no un momento de condena ni de castigo. Como yo también hay muchos que aprovechan este proceso de humanización".
Fue con cursos de teatro, peluquería, artesanía y canto, que Madelin perfeccionó su aprendizaje y luego contribuyó con sus compañeras de días y de realidades, a quienes les multiplicó su conocimiento. "Mi buena conducta fue lo que me permitió reducir la condena y ese era mi objetivo, porque aquí afuera me esperaban mi hijo y una lluvia de sueños".
Talleres de electricidad, barbería, artesanía, carpintería, cerámica, bisutería, pintura en óleo, pintura en tela, computación, lencería, herrería, repostería, panadería, inglés y francés básico, historia, talleres de ajedrez, ortografía y anatomía humana, se llevan a cabo en los centros penitenciarios del país, con el objeto de ofrecer educación y trabajo a la población privada de libertad. "En los centros penitenciarios no se puede hacer todo junto, hay que trabajar ocho horas para firmar el libre y hacer redenciones, con redenciones baja el tiempo de condena".
Un hijo y un sueño
Dos años después de estar en el anexo de mujeres de Nueva Esparta, Madelin recibió una gran bendición: era su primer hijo. "Salí embarazada en el centro penitenciario, donde tuve un bebé que convivió conmigo durante un año, de allí fui trasladada al Instituto Nacional de Orientación Femenina (Inof)".
Desde entonces, Madelin comenzó a trabajar más por esos que creía "viejos sueños", los mismos que su hijo revivió el día de su nacimiento, un momento de felicidad que las rejas no lograron empañar. "Por él, mi hijo, hoy estoy trabajando y dando lo mejor para echar para adelante".
Como parte de sus tareas pendientes de juventud, la bachiller Madelin quisiera estudiar psicología infantil, aunque por ahora se dedica a trabajar como promotora en el Ministerio para Asuntos Penitenciarios, creado en 2011 por el líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, con el propósito de hacer respetar los derechos de los privados de libertad y de promover su transformación como seres nuevos.
Por ello, en este proceso de cambio se ha impulsado la educación en los centros de reclusión, que cuentan con una población de más 48.000 personas. Son las misiones Robinson, Sucre, Ribas, así como también las universidades Bolivariana de Venezuela (UBV) y Nacional de la Seguridad (Unes) las encargadas de brindar este apoyo educativo. Gracias a estas modalidades de estudios, la directora de Atención Integral de este despacho, Maripili Viera, informó que hasta la fecha alrededor de 7.892 privados de libertad reciben educación, de los cuales 528 fueron graduados por estas misiones.
Producción en los centros penitenciarios
Viera sostuvo que la mayoría de los privados de libertad trabajan en las Unidades de Producción Social (UPS) con panadería, criaderos de cachama, cultivos organopónicos, cría de cerdos, sardinas, pollo, entre otros. En el caso de la Penitenciaría General de la República (PGV), situada en San Juan de los Morros, estado Guárico, para este año fueron sembradas 100 hectáreas de maíz.
"Todo esto es para el consumo de los privados y lo que no se pueda se vende a precios justos. En diciembre, los cerdos son distribuidos por caja de trabajo y nosotros le suministramos a los centros", dijo Viera.
Tal como el caso de Madelin, muchos privados de libertad han logrado reducir su condena al realizar trabajos en los centros de reclusión. "Tanto el trabajo como el estudio bajan la pena, por horas. Los jueces tienen un tabulador y, por ejemplo, si una persona trabaja tres años, le redimen la pena a la mitad. Por cada dos días trabajados se redime la pena a un día", manifestó Viera.
El caso de inclusión laboral y seguridad social de Madelin, también se ha extendido a otros privados, que gracias a su buena conducta logran reducir su pena, como un acto de dignificación de vida. "Ahorita estoy aprendiendo aquí en el ministerio y disfruto del gran apoyo de todos mis compañeros. Hace un mes salí y a la semana tenía mi trabajo, gracias a ese gran proceso de humanización penitenciaria que se vive en Venezuela".
Al ser reconocida por sus compañeras privadas de libertad, esta joven dominicana compositora del canto Libertad, ganó el I Festival de la Voz Penitenciaria, organizada por este despecho para honrar a los amantes del canto y la cultura. "Se trata de una canción que identifica mucho a todos los privados de libertad; la hice por todo lo que sentimos cuando estamos allá adentro, la letra inspiró muchas lágrimas porque más que cualquier cosa todos queremos ser libres".
Blanca Hurtado
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