En
plena campaña electoral por la presidencia del país, las venezolanas y
los venezolanos que respaldan a Hugo Chávez no deben olvidar que la
trascendencia de su reelección radica más en la disposición de avanzar
resueltamente en la construcción de un socialismo revolucionario
verdadero en Venezuela que en la obtención segura de una cantidad
desbordante de votos a su favor el 7 de octubre. Esta es una
circunstancia histórica que no sólo se reflejará a lo interno de
Venezuela sino que tendrá también sus repercusiones en el ámbito
internacional, sobre todo en lo que atañe a las luchas populares de
nuestra América. Por ello, quienes se manifiestan de acuerdo con el
socialismo revolucionario en esta nación tienen ante sí un compromiso
que va más allá de la defensa de unas siglas partidistas, de un interés
personal o de una gestión de gobierno determinada.
Así, habría que
recalcar que, al hablarse del reconocimiento de la soberanía del pueblo,
se debe comprender que ello significa ser partícipes de la idea de
transferirle a ese mismo pueblo el poder que tradicionalmente ha sido
usufructuado por las elites gobernantes, eliminando todo rasgo de
representatividad para dar nacimiento a la democracia participativa y
protagónica en toda su potencialidad y originalidad creadora. De ahí que
no basten los discursos ni las buenas voluntades para lograrlo. Hace
falta producir una revolución desde abajo que termine por influir en el
cambio estructural del Estado en todas sus manifestaciones, de manera
que el ejercicio pleno de la soberanía popular marque el camino a seguir
en la construcción y el desarrollo del socialismo revolucionario, sin
dogmas preestablecidos que afecten su organización y movilización, por
lo que todas las instancias gubernamentales han de compartir esta nueva
concepción del poder, lo que implicará que la gestión del gobierno (y,
por extensión, del Estado) sea esencialmente popular. Habría que
procurar, por tanto, una democratización del poder, expresada ésta en la
autogestión de las comunidades organizadas, evitándose entonces el
autoritarismo, la verticalidad y la jerarquización que caracterizan hoy
por hoy, a nivel mundial, las relaciones de poder en beneficio de unas
minorías dominantes. Como podría inferirse, todo esto escapa al
escenario meramente electoral y supone una tarea permanente, sustentada
en la elaboración, difusión y debate de una teoría revolucionaria que la
explique y la consolide, definiéndose el socialismo revolucionario
propiamente dicho.
Otra de las cosas que debiera revisarse a
profundidad -a la par de la campaña electoral- es lo que tiene que ver
con el orden económico imperante, si aún estamos hablando de la
construcción de un socialismo revolucionario que, aunque parezca algo
trasnochado para algunos dentro del chavismo gobernante, representa la
alternativa histórica para desmantelar definitivamente el sistema
capitalista, explotador y depredador de plusvalía y de recursos
naturales. No se pueden promover relaciones económicas capitalistas que,
en el fondo, resultan ser relaciones eminentemente egoístas, y querer
construir -al mismo tiempo- formas de convivencia de carácter
socialista, siendo las mismas incompatibles, en esencia y objetivos;
repitiéndose así, en cierto modo, la historia y planteamientos de los
socialistas utópicos de hace siglos atrás, quienes creyeron ingenuamente
que de esta forma se humanizaría el capitalismo. Hace falta ser más
decididos en esta materia y no prolongar más las contradicciones que
resultan de ello, dejando brechas abiertas para que se perfile una nueva
clase burguesa, pero ahora con ropajes “socialistas”, manteniéndose en
consecuencia los mismos grados de diferenciación entre ricos y pobres
que siempre ha combatido el socialismo revolucionario en el mundo. De
ahí que no se trate simplemente de apoyar a Hugo Chávez en estas
elecciones sino de contribuir a la profundización y ampliación de los
cambios hasta ahora alcanzados bajo su liderazgo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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