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lunes, octubre 24, 2011

El cumpleaños de una Plaza, de una canción y de un héroe

24 OCTUBRE 2011 tomado de La Isla desconocida y  cuba debate

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La memoria emocional de cada persona contiene imágenes, sonidos y olores. A veces la música que escuchamos, incluso en contra o al margen de nuestra voluntad, acaba situándose en ese almacén de recuerdos involuntarios que nos define. A veces sin embargo, para suerte nuestra, hay canciones que nos eligen y que simultáneamente elegimos, canciones que llegan para llenar un vacío expresivo, y que adoptamos de inmediato. Quiero referirme esta vez a dos canciones que marcaron la vida de las generaciones cubanas que compartimos la década del noventa, cuando el horizonte que divisábamos los navegantes, en busca de la isla de Utopía, se desdibujaba hasta desaparecer en la neblina. No por casualidad sus autores son trovadores, buscadores de esperanzas. La primera, del imprescindible, del gran Silvio, es El necio (1991), una toma de posición ante la cobardía y el oportunismo, una declaración de fe en la justeza de aquel viaje que nuestros padres habían iniciado, y de la voluntad de continuarlo, seguros de que aunque no fuese visible, del otro lado de la confusión y de la tristeza esperaba otro horizonte. Silvio advertía a los que lo incitaban a la deserción:
“Yo no se lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces)”.
Ahora se cumplen veinte años de su estreno, y su autor escogió la Plaza de la Revolución Antonio Maceo de Santiago de Cuba –otro bello monumento a la dignidad, que se estrenó junto a aquella canción en la clausura del V Congreso del Partido–, para rememorar el suceso.
La otra composición que quiero recordar es de Gerardo Alfonso, y se titula Son los sueños todavía (1996), porque en ella su autor retomaba la imagen del Che, precisamente cuando los aduaneros de la historia intentaban requisarla para evitar su presencia en el siglo que se avecinaba:
“Yo sabía bien que ibas a volver,
que ibas a volver de cualquier lugar,
porque el dolor no ha matado a la utopía,
porque el amor es eterno
y la gente que te ama no te olvida.
Tú sabías bien desde aquella vez
que ibas a crecer que ibas a quedar,
porque la fe clara limpia las heridas,
porque tu espíritu es humilde
y reencarnas en los pobres y en sus vidas”.
Rememoro estas composiciones porque hay hombres que las encarnan. Cuando René cantó El necio el día en que abandonaba la prisión, comprendí que aunque la había compuesto Silvio –así es el arte–, en ese instante, era absolutamente suya. Poco después de que René iniciara su labor en defensa de todos los seres humanos –difíciles momentos de incertidumbre, de abandono por unos y reafirmación en otros–, el trovador ponía música a sus pensamientos, que eran los suyos, los de muchos cubanos, y también los de Gerardo, Fernando, Tony y Ramón. Pensaba en esos dos cumpleaños –el de la canción de Silvio, y el de la Plaza y el monumento de Lescay, uno de los más hermosos del país–, hoy, que es el cumpleaños de otro “necio”, un condiscípulo de la Escuela Lenin que se ha convertido en maestro de todos, que escribe poemas, dibuja y pinta acuarelas y nos da ánimo a los cubanos desde la cárcel. Tony y el trovador Gerardo Alfonso tienen la misma edad, son hombres de mi generación, y alguna vez sintieron como suyo el compromiso de “ser como el Che”. Esas canciones pertenecen también a mi memoria emocional, son mías, como mismo lo es el recuerdo de Tony, su ejemplo de revolucionario. Sobre él y sus hermanos injustamente presos, se escribirán otras canciones; y otros niños querrán ser como ellos. Aquellas son las canciones que nos acompañan, pero Tony acompañará a otros hombres, entrará en la historia como ejemplo de vida, porque antes fue, a su manera, como el Che.

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