Este domingo terminó el segundo año del gobierno del presidente de México, Enrique Peña Nieto, con un país en la más completa crisis económica, política y, sobre todo, social, sólo comparable a la de hace 20 años al finalizar el sexenio de Carlos Salinas.
Las reformas vendidas en su campaña no han dado resultados y tampoco los darán en el corto plazo si es que algún día lo hacen; el sistema político partidista se encuentra en el descrédito total por la vinculación de, prácticamente, todos los políticos y funcionarios de los tres niveles de gobierno y de los tres Poderes de la Unión con la delincuencia organizada; y el país se encuentra movilizado por una serie de protestas en su contra por la muerte y desaparición de jóvenes estudiantes de la escuela Normal Rural de Ayotzinapa en el estado de Guerrero, consideradas como la gota que derramó el vaso contra su gobierno, a lo cual se sumó el caso de la Casa Blanca, de donde habría un elemento para encontrar el hilo de la corrupción alrededor de los gobiernos de Peña Nieto en el Estado de México y ahora del país.
En medio de este panorama, y para hacer frente a las constantes movilizaciones de ciudadanos que golpean inexorablemente la imagen de su gobierno, la víspera a la gran marcha nacional del 20 de noviembre mandó un mensaje sobre los pequeños hechos violentos —más espectaculares que violentos—, magnificados en algunos medios de comunicación: “Hemos advertido los movimientos de violencia que al amparo y al escudo de esta pena (la muerte y desaparición de estudiantes normalistas de Ayotzinapa) pretenden hacer valer protestas que a veces no está claro su objetivo, pareciera que respondieran a un interés de generar desestabilización, de generar desorden social y sobre todo de atentar contra el proyecto de nación que hemos venido impulsando”.
El mensaje críptico tiene receptor. Seguramente nombre(s) y apellido(s) y estos no están entre la ciudadanía en general, sino en la misma clase política, la que pelea el poder. Aquella a la que no se le habla directamente, pero se le manda el mensaje, el que sólo entienden los receptores y algunos más que saben leer esas señales.
Lo mismo ocurrió con el expresidente Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), cuando a escasas horas de dejar el poder, festinó el haber terminado su mandato, “a pesar de que hubo quien apostaba a que yo no iba a llegar ni siquiera a la Presidencia de la República, había quien apostaba a que yo no iba a tomar posesión como presidente y luego apostaron a que me iban a tirar de la Presidencia a los cuantos meses, luego en unos cuantos años”.
¿A quiénes o quiénes se refería ese 30 de noviembre de 2012 el todavía presidente, quien, para hacer frente a aquellos que apostaron en su contra tuvo que poner detrás suyo al Ejército mexicano para que le cuidara las espaldas y, tras descubrir que una parte importante estaba cooptada, posteriormente tuvo que acudir a la Marina Armada de México?
¿A quiénes se refería el presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) previo a la masacre de Tlaltelolco en 1968, cuando la presunta desestabilización del país fue responsabilizada a los comunistas?
Hasta hoy, quién más allá de los mensajes crípticos dio pelos y señales y, posteriormente, ayudado por sus amigos, también nombres de quienes buscaron desestabilizar a su gobierno, ha sido el expresidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), quien culpó de los hechos ocurridos en 1994 a la “nomenklatura”. En una carta enviada a los medios de comunicación el 3 de diciembre de 1995, dio a conocer quiénes son: “Son los que quisieron imponer a su candidato, para asumir el relevo tras la muerte trágica y dolorosa de Luis Donaldo Colosio (candidato del PRI y de Salinas de Gortari para la contienda electoral de 1994)”.
“Es necesario ahora recordar que en marzo de 1994, a las pocas horas de la dolorosa muerte de mi entrañable amigo Luis Donaldo Colosio, en medio de la tragedia y de la incertidumbre económica que se gestaba, se desató una tremenda lucha por la sucesión de su candidatura: en esos días el expresidente Luis Echeverría se presentó de improviso en mi oficina de Los Pinos, con gran urgencia, para proponer a ‘su’ candidato. Su propuesta, evidentemente, no era en favor del doctor Ernesto Zedillo (presidente de México de 1994 a 2000)”.
“No puede considerarse como casual la ofensiva política en contra mía del licenciado Luis Echeverría (…) Entiendo que su proyecto de país era el de una economía cerrada, sin competencia política, y donde se dio fuerte antagonismo entre las diversas clases sociales. Con él colaboraron gente muy respetable. Pero obsérvese con atención a algunos de mis principales impugnadores recientes: Augusto Gómez Villanueva, ex secretario de la Reforma Agraria del gobierno del licenciado Echeverría, y quien hoy encabeza a una fracción de diputados priístas que piden mi expulsión del partido. Porfirio Muñoz Ledo, secretario del Trabajo del licenciado Echeverría, a quien el propio Echeverría puso como presidente del PRI en la campaña del licenciado José López Portillo, y hoy es presidente del opositor Partido de la Revolución Democrática (PRD). Y Adolfo Aguilar Zinser, diputado ‘independiente’ que promueve una comisión legislativa para investigarme, y quien trabajó de tiempo completo en el “Centro de Estudios del Tercer Mundo” bajo la dirección del licenciado Echeverría. Sin olvidar a Ignacio Ovalle, quien fungió como secretario particular del entonces presidente Echeverría”. Sin duda, cada uno de los presidentes de México ha sabido quiénes, en la lucha por el poder, les ponen obstáculos y, sobre todo, por qué y cómo operan sus adversarios. Aunque desde el lado salinista, una lectura imperdible de este pleito en y por el poder, se encuentra en el artículo del periodista Ramón Alberto Garza llamado “Echeverría Vs. Salinas”, publicado por la entonces revista, hoy diario, Índigo en mayo de 2006.
Ahora es esencial que el presidente Enrique Peña Nieto, si quiere recuperar la estabilidad del país y tener el respaldo popular con el que hoy no cuenta, le diga a la Nación quién o quiénes quieren atentar contra el proyecto de nación que ha venido impulsando, y por qué, antes de pasar a una espiral de violencia mayor en la que la mayoría de los habitantes de México somos pasajeros involuntarios sin haber comprado boleto para el viaje. Porque no sólo ha sido Ayotzinapa, sino también el atentado contra las oficinas de Pemex el 31 de enero del año pasado, en esta lucha en las alturas del poder político y económico de México.
Las reformas vendidas en su campaña no han dado resultados y tampoco los darán en el corto plazo si es que algún día lo hacen; el sistema político partidista se encuentra en el descrédito total por la vinculación de, prácticamente, todos los políticos y funcionarios de los tres niveles de gobierno y de los tres Poderes de la Unión con la delincuencia organizada; y el país se encuentra movilizado por una serie de protestas en su contra por la muerte y desaparición de jóvenes estudiantes de la escuela Normal Rural de Ayotzinapa en el estado de Guerrero, consideradas como la gota que derramó el vaso contra su gobierno, a lo cual se sumó el caso de la Casa Blanca, de donde habría un elemento para encontrar el hilo de la corrupción alrededor de los gobiernos de Peña Nieto en el Estado de México y ahora del país.
En medio de este panorama, y para hacer frente a las constantes movilizaciones de ciudadanos que golpean inexorablemente la imagen de su gobierno, la víspera a la gran marcha nacional del 20 de noviembre mandó un mensaje sobre los pequeños hechos violentos —más espectaculares que violentos—, magnificados en algunos medios de comunicación: “Hemos advertido los movimientos de violencia que al amparo y al escudo de esta pena (la muerte y desaparición de estudiantes normalistas de Ayotzinapa) pretenden hacer valer protestas que a veces no está claro su objetivo, pareciera que respondieran a un interés de generar desestabilización, de generar desorden social y sobre todo de atentar contra el proyecto de nación que hemos venido impulsando”.
El mensaje críptico tiene receptor. Seguramente nombre(s) y apellido(s) y estos no están entre la ciudadanía en general, sino en la misma clase política, la que pelea el poder. Aquella a la que no se le habla directamente, pero se le manda el mensaje, el que sólo entienden los receptores y algunos más que saben leer esas señales.
Lo mismo ocurrió con el expresidente Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), cuando a escasas horas de dejar el poder, festinó el haber terminado su mandato, “a pesar de que hubo quien apostaba a que yo no iba a llegar ni siquiera a la Presidencia de la República, había quien apostaba a que yo no iba a tomar posesión como presidente y luego apostaron a que me iban a tirar de la Presidencia a los cuantos meses, luego en unos cuantos años”.
¿A quiénes o quiénes se refería ese 30 de noviembre de 2012 el todavía presidente, quien, para hacer frente a aquellos que apostaron en su contra tuvo que poner detrás suyo al Ejército mexicano para que le cuidara las espaldas y, tras descubrir que una parte importante estaba cooptada, posteriormente tuvo que acudir a la Marina Armada de México?
¿A quiénes se refería el presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) previo a la masacre de Tlaltelolco en 1968, cuando la presunta desestabilización del país fue responsabilizada a los comunistas?
Hasta hoy, quién más allá de los mensajes crípticos dio pelos y señales y, posteriormente, ayudado por sus amigos, también nombres de quienes buscaron desestabilizar a su gobierno, ha sido el expresidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), quien culpó de los hechos ocurridos en 1994 a la “nomenklatura”. En una carta enviada a los medios de comunicación el 3 de diciembre de 1995, dio a conocer quiénes son: “Son los que quisieron imponer a su candidato, para asumir el relevo tras la muerte trágica y dolorosa de Luis Donaldo Colosio (candidato del PRI y de Salinas de Gortari para la contienda electoral de 1994)”.
“Es necesario ahora recordar que en marzo de 1994, a las pocas horas de la dolorosa muerte de mi entrañable amigo Luis Donaldo Colosio, en medio de la tragedia y de la incertidumbre económica que se gestaba, se desató una tremenda lucha por la sucesión de su candidatura: en esos días el expresidente Luis Echeverría se presentó de improviso en mi oficina de Los Pinos, con gran urgencia, para proponer a ‘su’ candidato. Su propuesta, evidentemente, no era en favor del doctor Ernesto Zedillo (presidente de México de 1994 a 2000)”.
“No puede considerarse como casual la ofensiva política en contra mía del licenciado Luis Echeverría (…) Entiendo que su proyecto de país era el de una economía cerrada, sin competencia política, y donde se dio fuerte antagonismo entre las diversas clases sociales. Con él colaboraron gente muy respetable. Pero obsérvese con atención a algunos de mis principales impugnadores recientes: Augusto Gómez Villanueva, ex secretario de la Reforma Agraria del gobierno del licenciado Echeverría, y quien hoy encabeza a una fracción de diputados priístas que piden mi expulsión del partido. Porfirio Muñoz Ledo, secretario del Trabajo del licenciado Echeverría, a quien el propio Echeverría puso como presidente del PRI en la campaña del licenciado José López Portillo, y hoy es presidente del opositor Partido de la Revolución Democrática (PRD). Y Adolfo Aguilar Zinser, diputado ‘independiente’ que promueve una comisión legislativa para investigarme, y quien trabajó de tiempo completo en el “Centro de Estudios del Tercer Mundo” bajo la dirección del licenciado Echeverría. Sin olvidar a Ignacio Ovalle, quien fungió como secretario particular del entonces presidente Echeverría”. Sin duda, cada uno de los presidentes de México ha sabido quiénes, en la lucha por el poder, les ponen obstáculos y, sobre todo, por qué y cómo operan sus adversarios. Aunque desde el lado salinista, una lectura imperdible de este pleito en y por el poder, se encuentra en el artículo del periodista Ramón Alberto Garza llamado “Echeverría Vs. Salinas”, publicado por la entonces revista, hoy diario, Índigo en mayo de 2006.
Ahora es esencial que el presidente Enrique Peña Nieto, si quiere recuperar la estabilidad del país y tener el respaldo popular con el que hoy no cuenta, le diga a la Nación quién o quiénes quieren atentar contra el proyecto de nación que ha venido impulsando, y por qué, antes de pasar a una espiral de violencia mayor en la que la mayoría de los habitantes de México somos pasajeros involuntarios sin haber comprado boleto para el viaje. Porque no sólo ha sido Ayotzinapa, sino también el atentado contra las oficinas de Pemex el 31 de enero del año pasado, en esta lucha en las alturas del poder político y económico de México.
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