por Hernán Mena Cifuentes
Caracas, Dic. 3 AVN (Por Hernán Mena Cifuentes) La historia de Venezuela es una gesta de siglos que su pueblo adelanta a través de una lucha constante en defensa de su libertad, soberanía y dignidad contra los imperios que lo han sojuzgado y adueñado de sus recursos naturales y que, a pesar de que han sido derrotados, sueñan con volver a dominarlo y saquear sus ingentes riquezas.
Bolívar en Carabobo le infligió hace 200 años a uno de ellos, la primera gran derrota luego de tres centurias de oprobio y saqueo de las perlas, el oro y demás bienes de su mar y de su suelo.
Pero traicionado El Libertador por la oligarquía y los caudillos militares, se perdió esa primera independencia y de nuevo fue oprimido y robadas esas riquezas, esta vez por otros viejos imperios europeos y por uno nuevo que empezaba a surgir en América, el imperio yanqui, llamado a convertirse en el más poderoso de la historia.
Uno de los secretos de su éxito es que nunca anda solo, ya que en todas sus aventuras bélicas, políticas, económicas y demás correrías le acompañan sus cómplices de siempre, la oligarquía, dictaduras, pseudo democracia y una prensa asalariada que en pago por su vil servicio recogen las migajas del saqueo que su amo les arroja.
Esta vez no iban en pos de blancas esferas marinas ni del amarillo elemento terrestre, sino de algo aún más abundante y más valioso que ambos, por tratarse del energético que mueve su gran industria, su gigantesco parque automotor y su maquinaria bélica con la que pretende adueñarse del planeta.
Fue a principios del siglo XX cuando, tuvo lugar un histórico acontecimiento, del cual dentro de unos días se cumplirán 90 años, cuando el 22 de diciembre de 1922 ocurrió “el Reventón del Barroso II o R-4, el pozo petrolero que dio inicio a la explotación comercial del Campo La Rosa, en la costa oriental del Lago de Maracaibo.
Como buitres se lanzaron las transnacionales anglo-holandesas y estadounidenses sobre la indefensa presa que era Venezuela, en ese entonces en manos de la férrea dictadura gomecista que les otorgó nuevas concesiones a medida que se iban descubriendo nuevos yacimientos y su codicia aumentaba.
Y lo mismo hicieron gobiernos pseudo democráticos y tiranías que le sucedieron, y por cuya sumisa entrega a las transnacionales, el país se convirtió en una colonia de potencias extranjeras cuyas transnacionales petroleras explotaban el energético y también el gas a su libre voluntad y albedrío pagándolos “a precio de gallina flaca.”
Y lo siguió haciendo durante la IV República, pese a la nacionalización “chucuta” hecha para disfrazar el despojo descarado de esos recursos, la cual dio paso la reprivatización de la industria mediante el subterfugio de la “Apertura Petrolera” que profundizó el saqueo del petróleo y el gas venezolano por parte de EE UU y sus aliados europeos.
Y es que el Imperio contaba con el incondicional apoyo de los responsables del manejo de la industria a cargo de la vieja Pdvsa, tan subordinados a los intereses de Washington que la habían convertido en un Estado dentro del Estado donde ellos mandaban.
Pero, en diciembre de 1998 se dio un hecho tan histórico como inesperado. Hugo Chávez Frías, el comandante que seis años antes había liderado el fracasado alzamiento militar contra un gobierno de la corrupta Cuarta República, obtuvo un aplastante triunfo en las elecciones más límpidas de la historia político-social de Venezuela.
Y una vez en el gobierno, el comandante y presidente empezó a poner en práctica ese proceso inédito y pacífico que es la Revolución Bolivariana, rescatando la obra inconclusa de Bolívar cuya meta es la felicidad del pueblo. Realizó ambiciosos cambios estructurales en el ámbito político, económico, social y cultural de un país que encontró sumido en hambre, miseria, ignorancia, enfermedad y demás plagas sociales.
Y como ello requería en primer lugar rescatar la principal riqueza del país que es el petróleo, base y sustento de su economía, sometida en ese entonces a los dictados de Imperio a través de Pdvsa, comenzó a trazar los lineamientos de una política petrolera libertaria, que dio sus primeros frutos con el aumento del precio mundial del energético.
Ello se evidenció durante la Cumbre de la Opep celebrada en Caracas en 2000 de la cual por propuesta e iniciativa de Chávez surgió un aumento justo del precio del petróleo.
Fue a partir de entonces cuando se activaron las alarmas del Imperio, que preocupado vio cómo comenzaba a ceder su poder de influencia y de amenaza contra el Tercer mundo y en especial contra los de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
Y empezó a diseñar una estrategia de desestabilización contra el gobierno de aquel hombre que se atrevía a desafiar su poderío. ¿Ese intruso, -pensarían- no sabe que nosotros ponemos y quitamos gobiernos donde, cómo y cuando lo queramos?
Y eso fue lo que ocurrió, primero el 11 de abril de 2002, cuando se dio un golpe de Estado, que pretendía retrotraer a Venezuela a épocas ya superadas. No sabían los imperialistas y sus cómplices criollos, que no solo enfrentaban a su líder, sino también a un pueblo y a una fuerza armada leal que en menos de 48 horas los derrotó y devolvió al poder a Hugo Chávez Frías.
Pero tercos, ignorantes y soberbios lo intentaron de nuevo, a menos de ocho meses de su inicial fracaso. Esta vez fue el 2 de diciembre de ese mismo año, del que ayer se cumplieron diez años, un mes que por extraña coincidencia está estrechamente vinculado con la historia de Venezuela y en particular con la industria del petróleo.º
Se repitió la misma historia, cuando EEUU, utilizando a la oligarquía criolla, a la llamada meritocracia de Pdvsa, al sector empresarial privado que en contradictoria asociación delictiva con un grupo de sindicaleros de oficio, y el apoyo de los medios mercenarios declararon una huelga petrolera indefinida.
Suspendieron en el país la distribución del combustible, paralizando todos los vehículos; tomaron los supertanqueros deteniendo el envío de petróleo al extranjero; reforzaron la criminal acción con un boicot del transporte, aéreo, marítimo y terrestre, cerraron bancos y centros de enseñanza; apagaron la llama del gas en las cocinas y la alegría de la Navidad a los niños venezolanos.
Fue una macabra orgía del Mal desbordado y cruel, que se prolongó durante más de un mes por todo el territorio patrio. Pero, una vez más, el pueblo, de la mano del gobierno, de su líder y la fuerza armada leal, retomaron el poder haciendo fracasar aquel nuevo criminal golpe de Estado que afectó a la economía del país causando pérdidas superiores a los 20 mil millones de dólares.
Pero aquellos que engreídos se jactaban de ser los únicos capaces de manejar la industria petrolera, los que al verse perdidos sabotearon sofisticados sistemas de Internet y demás procesos electrónicos indispensables para su eficaz funcionamiento, “se cayeron de la mata,” es decir, no sucedió lo que ellos imaginaron, su paralización completa durante semanas, meses o años.
Una legión de auténticos patriotas, ingenieros, técnicos, ejecutivos, empleados, obreros, entre jubilados y activos, acudieron al llamado de la patria. Trabajando sin tregua ni descanso, en cuestión de días sacaron del “laberinto” en que la habían encerrado y surgió la nueva PDVSA, la del pueblo y para el pueblo, porque “el petróleo, -como dijo Chávez- es del pueblo venezolano.
Pero no hay que bajar la guardia, porque el Imperio y sus secuaces son implacables y porque siguen y seguirán soñando con volver a disfrutar del poder que una vez detentaron junto con sus mezquinos intereses. Chávez lo sabe, y en más de una ocasión ha dicho que “no hay que dormirse sobre los laureles de la victoria.”
“Eso, -dijo no hace mucho tiempo- es lo que está ocurriendo en Venezuela realmente, y esa es la esencia de la agresión permanente que el imperio norteamericano lanza contra Venezuela desde hace siete años.”
Lo hizo al advertir una vez más al pueblo sobre la permanente amenaza que significa para la integridad, dignidad y soberanía del país, EE UU, sus lacayos de la oposición golpista y los medios fascistas mercenarios que a diario atacan al gobierno, mientras proclaman a los cuatro vientos diciendo que en Venezuela no hay libertad de prensa.
“Esa es la causa fundamental del golpe de Estado del 11 de abril de 2002. Esa es la causa, -reiteró- del golpe de Estado de noviembre y diciembre de 2002 y de enero de 2003 (el sabotaje petrolero).”
“Esa es la causa fundamental por la cual los EE UU ahora dicen que apoyamos al terrorismo y que somos un factor de desestabilización en el continente americano.”
“Porque ahora somos libres, eso es lo que somos, y nos importa un bledo lo que diga el imperio norteamericano. Nosotros estamos decididos a ser libres y, como dijo José de San Martín: “Somos libres, lo demás no importa nada.”
Y las palabras del líder cobran una vez más vigencia al conmemorarse ayer diez años del artero y cobarde sabotaje petrolero que pretendió derrocarlo para devolver a los hijos de Bolívar a épocas felizmente superadas, mientras los que lo intentaron fueron a parar al basurero de la historia, que es el destino final de los traidores.
Hernán Mena Cifuentes
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