Caracas, 16 Feb. AVN.- A las diez de la mañana estábamos en el lobby del hotel. Quince minutos después llegó un ómnibus con la buena intención de llevarnos al Palacio de las Convenciones. Hicimos un lento recorrido por La Habana, a la búsqueda de otros hoteles y otros invitados. Llegamos al Palacio antes del medio día, nos esperaban con un almuerzo. Preparar comida para más de cien personas no es tarea fácil, pero ahí estaban los platos y frente a ellos nosotros, dispuestos a saborearlos. Se puede decir que comimos en silencio. Gesto que no repetimos no bien ingresamos al gran salón. Mientras buscábamos la butaca que nos correspondía, no cesábamos de hablar y así continuamos cuando cada uno de nosotros ocupó su asiento. La batahola era comprensible: el salón albergaba a 69 intelectuales de 21 países del mundo, además de 48 intelectuales cubanos. El motivo de la convocatoria se resumía en un enorme cartel que colgaba de una de las paredes:”Encuentro de Intelectuales por la Paz y la Preservación del Medio Ambiente”. Aproximadamente a la una y media del mediodía recordé una vieja canción de Carlos Puebla, porque precisamente a esa hora se abrió una de las puertas laterales del salón y ”en eso llegó Fidel”. Lo acompañaban Abel Prieto, Ministro de Cultura, y Zuleica Romay Guerra, Presidenta del Instituto Cubano del Libro. Ambos se sentaron a la izquierda y a la derecha de quien con justicia está considerado uno de los nombres claves de la historia contemporánea.
Fidel Castro en agosto cumplirá 86 años y aunque desde Miami y otros rincones del planeta lo han matado innumerables veces, sigue más vivo que nunca. Había que verlo y oírlo durante esta jornada que ahora intento contar para comprender qué quiero decir. O tal vez se entienda mejor si digo que, salvo un receso de media hora, suficiente para una merienda, la actividad se prolongó hasta casi las once de la noche: estuvimos con Fidel cerca de nueve horas. Es imposible resumir lo que se dijo y escuchó a lo largo de ese tiempo. Baste con apuntar algunas palabras del Comandante, relacionadas con el tema que nos convocaba:
“La idea de un juicio final está implícita en las doctrinas religiosas más extendidas entre los habitantes del planeta, sin que nadie las califique por ello de pesimistas. Considero, por el contrario, deber elemental de todas las personas serias y cuerdas, que son millones, luchar para posponer y, tal vez, impedir ese dramático y cercano acontecimiento en el mundo actual. Numerosos peligros nos amenazan, pero dos de ellos, la guerra nuclear y el cambio climático, son decisivos y ambos están cada vez más lejos de aproximarse a una solución.”
Estaba planteado el conflicto: dos modos del exterminio, uno podría ser inmediato. El otro, a largo plazo. Para el primero de ellos, Fidel Castro tuvo palabras definitivas: “Ningún país por grande o pequeño que sea tiene derecho a poseer armas nucleares. Las armas de ese tipo, que guardan adicionalmente en los depósitos, añadidas a la ya desplegadas en virtud de acuerdos, alcanzan cifras que superan los veinte mil proyectiles nucleares. El empleo de apenas un centenar de esas armas sería suficiente para crear un invierno nuclear que provocaría una muerte espantosa en breve tiempo a todos los seres humanos de la Tierra”. Esas, dijo, eran palabras del científico norteamericano y profesor de la Universidad de Rutgers, New Jersey, Alan Robock, y a fin de que no quedasen dudas, agregó que si un loco suicida se arrojase con un avión contra cualquiera de esos depósitos, produciría un desastre inmensamente superior al que produjo Chernobil.
La primera consigna, entonces, sería retrasar hasta lo imposible esa guerra definitiva. Cierta vez le preguntaron a Einstein con qué armas se pelearía en una supuesta tercera guerra mundial. Einstein dijo que lo ignoraba, aunque estaba seguro, agregó, que en la cuarta se pelearía con piedras y palos. Me atrevo a contradecir a Einstein: no creo que se registre una cuarta guerra mundial, no porque los seres humanos hayamos logrado la paz universal sino porque, simplemente, ya no habrá seres humanos: nos habremos aniquilado en la tercera guerra. Hay que tener en cuenta, señaló Fidel Castro, que “cualquiera de los congresistas republicanos presidenciables, o un líder o una lideresa del Tea Party carga más armas nucleares en sus espaldas que ideas de paz en su cabeza”.
Pero aunque retrasemos esa guerra categórica, queda pendiente otro hecho igualmente dramático: el cambio climático. El gobierno de los Estados Unidos de América se opuso a los acuerdos de Kyoto sobre el medio ambiente. “A las autoridades estadounidenses –recordó Fidel Castro- poco parece importarles el aumento de los niveles del mar, o que las enormes capas de hielo que cubren la Antártida y Groenlandia, donde se acumula más del 90% del agua dulce del mundo, se derritan con ritmo cada vez más creciente.” Y de inmediato dejó sobre el tapete una pregunta concreta: “¿Acaso los que se han dedicado a bombardear países y matar millones de personas durante los últimos 50 años se van preocupar por el destino de los demás pueblos”?
Los artistas e intelectuales que estábamos en ese salón teníamos respuestas para esa pregunta y todas las que surgieron a lo largo de la tarde. Así pudimos oír las propuestas de Adolfo Pérez Esquivel y de Stella Calloni, las de Lisa Hanna, Ministra de Cultura de Jamaica, y las de Neri Francisco Romero, Ministro de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología del Chaco. Por su parte, Ignacio Ramonet y Atilio Borón sugirieron que la información se convirtiera en un arma de combate y Frei Betto, por último, recordó que desde el 20 al 22 de junio se llevaría a cabo en Río de Janeiro la Cumbre de los Pueblos, en donde se seguirían tratando todos y cada uno de los problemas que nos habían reunido en el Palacio de Convenciones de La Habana, en este día en que de pronto llegó Fidel, aunque en este caso el Comandante no mandó a parar sino a seguir con más fuerza y tesón que nunca en esta lucha para beneficio de la humanidad toda.
Vicente Battista AVN
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