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lunes, octubre 10, 2011

EL IMPERIO LLORÓ EN SILENCIO EL X ANIVERSARIO DE SU FRACASO EN AFGANISTÁN



Caracas, 10 Oct. AVN (Hernán Mena Cifuentes.).- Atormentado por el fantasma de un recuerdo doloroso que taladra la mente y no se aleja por más que trate de espantarlo, EE UU lloró el pasado viernes en secreto su fracaso en Afganistán, al cumplirse diez años de su aventura bélica en ese país de Asia Central.
Tanto el gobierno como los grandes los medios que sonaron tambores de guerra invitando primero y luego apoyando la invasión, guardaron sepulcral silencio.
Y es que la guerra de Afganistán fue para EE UU una derrota anunciada, un llamado que su soberbia y prepotencia ignoró, a pesar de que la voz de la razón le advirtió que se convertiría en un segundo Vietnam, y eso fue lo que ocurrió. Desde de ese “cementerio de Imperios” bajo cuyas montañas y desiertos están sepultados miles de soldados del Ghengis Khan, de Inglaterra y la URSS; le llegó días antes de iniciarla una terrible premonición
Que el gobierno yanqui “piense y piense dos veces antes de atacar a Afganistán, pues cualquier ofensiva estadounidense fracasará, ya que si Uds. nos atacan no habrá diferencia entre Uds. y los rusos”, les advirtió Mohammed Omar, supremo líder del Talibán una semana antes de que el Imperio invadiera a ese país. “Somos amantes de la paz y odiamos el terrorismo y el asesinato de una persona es lo mismo que la matanza de toda la humanidad”, dijo.
Pero George W. Bush, "El Nerón del Siglo XXI” no escuchó el consejo, y con el pretexto de arrestar a su ex aliado, Bin-Laden, a quien había armado y financiado años antes para expulsar a los soviéticos del país, tras acusarlo sin prueba alguna de ser responsable de los atentados del 11-Sep, invadió Afganistán un mes después para asesinarlo, como lo hizo al final Barack Obama..
La arrogancia imperial desoyó igualmente la voz de la sensatez del embajador Talibán en Pakistán, quien dijo que solo entregaría al fugitivo si se presentaban pruebas de su culpabilidad, y en otro alarde de soberbia prepotencia, Andrew Card, jefe del Gabinete de la Casa Blanca, respondió: “Le hemos dicho al gobierno del Talibán lo que deberían hacer, tienen que entregar no solo a Osama Bin Laden, sino a todos los líderes de Al Qaeda, y eso no es negociable”,
Y cumpliendo su amenaza, EE UU dio inicio el 7 de octubre de 2001, a esa espiral de muerte y destrucción, que además de asesinar a decenas de miles de hombres, niños, ancianos y mujeres, afganos, arrasó con aldeas y ciudades, aldeas . Lanzó una Cruzada neocolonialista con sus legiones de guerreros, a la que se unieron sus aliados de la OTAN, otro de sus engendros belicistas como el Estado sionista de Israel, que utiliza para sojuzgar pueblos.
No sabían los estrategas yanquis y europeos, confiados en la superioridad numérica de sus tropas, dotadas de modernas y sofisticas armas: aviones, “drones asesinos“, tanques y cañones, que aquel día sería el comienzo del fin de su aventura bélica. Pensaron que iba a ser tarea fácil a cumplir en cuestión de días o semanas, pero, a diez años de ese genocidio, lo único que han cosechado, es una vergonzosa y humillante derrota militar.
Y es que, paralelamente a las más de 40.000 muertos que la agresión extranjera ha causado entre la población afgana, en su mayoría de niños, jóvenes y mujeres, las bajas yanquis a manos de los combatientes del Talibán, alcanzan cifras tan altas, que el invasor ya no pueden soportar. Muestran una sola cosa: El fracaso de una guerra que jamás debió desatar, pues su costo en vidas y en armas arrastró a EE UU a un fracaso como el de Vietnam.
Ha sido el resultado una constante serie de mortíferos ataques desatados sin tregua ni descanso por la resistencia afgana contra el invasor, cuyas tropas casi no duermen, aterrorizados, pensando que en cualquier momento la muerte los alcanzará. A veces lo hace mediante un misil que impacta el cuartel donde se refugian, o a través del dispositivo explosivo artesanal colocado en la vía por donde transitan sus vehículos armados llenos de soldados.
Otra exitosa táctica de guerra del Taliban, ha sido el derribo de helicópteros, siendo el más reciente y mortífero, el que abatió el pasado 6 de agosto al enorme Chinook de dobles alas giratorias, acción en la que perecieron 31 sicarios SEALS, fuerza élite encargada de ejecutar asesinatos selectivos. Pertenecían al equipo que el 2 de mayo ejecutó a Bin Laden en su refugio de Pakistán, violando la soberanía de ese país, aliado obligado aliado de EE UU.
Y es que hace varios años, el Imperio amenazó al gobierno de Islamabad, con “devolver a la nación a la era de las cavernas”, en velada alusión a un `potencial ataque nuclear que lanzaría, de no plegarse a la guerra contra Afganistán. El miedo y la cobardía se impusieron a la dignidad, y hoy el pueblo pakistaní es otra víctima “colateral” de la agresión yanqui contra Afganistán, lo cual no ha hecho mas que atizar la espiral de muerte desatada en la región.
Ni la prostituida ONU que apoyó la invasión de Afganistán se salva de la ira del pueblo afgano, ya que en abril de este año durante una multitudinaria concentración de unas 15 mil personas asaltaron la sede de la organización en Mazar-e Sharif. Protestaban en justa expresión de dignidad y religiosidad, contra la quema del libro sagrado del Corán que días antes había amenazado quemar un loco y fanático pastor protestante estadounidense.
Veinte días después, el 11 de septiembre, un comando Talibán asaltó el Centro Cultural Británico en Kabul, matando a nueve personas y cuando aún la insegura capital no se había recuperado del ataque, las fuerzas de la resistencia popular lanzan el mayor y más audaz ataque perpetrado contra los invasores en esa ciudad, enfrentamiento que alcanzo a la embajada de EE UU y a las oficinas de la OTAN y en el que perecieron 24 personas.
Han sido esas acciones, parte de la respuesta digna y exitosa de un pueblo valeroso que durante siglos se ha negado a convertirse en un vasallo de los imperios que intentaron conquistarlo, como pretendió hacerlo EE UU el mas poderoso de la tierra. Y sin embargo, no pudo adueñarse del país ni de su pueblo que hoy se yerguen victoriosos, sobre el cadáver de su fallido sueño de conquista.
De nada le sirvieron al Imperio, las notas de la macabra sinfonía ejecutada por su orquesta belicista, las que se fueron apagando a medida que el viento de rebeldía iba dejando de escucharla. Sucedió que su letal “in crescendo” se volvió como bumerang contra su perverso director a medida que avanzaba el poderoso contraataque popular que finalmente logro callarla.
Porque, las bajas fatales de EE UU y la OTAN que el primer año fueron apenas 12 (solo estadounidenses) aumentaron en 2002, al sufrir 70; en 2003, 58; en 2004, 60; en 2005, 131, en 2006, 191; en 2007, 232; en 2008, 295; en 2009, 521; en 2010, 711 hasta que, desde que comienzo de la guerra, este fin de semana, su cifra llegó a 2.760, al caer abatido sábado otro soldado yanqui, mientras que los heridos físicamente alcanzaban a 10.000.
Se han sumado a las 4.800 bajas fatales y a los 30.000 heridos en Irak, muchos convertidos en despojos humanos, lisiados sin esperanza de recuperación alguna. Luego de pasar meses bajo tratamiento, son llevados y depositados como “chatarra de guerra” en sus hogares, de donde salieron jóvenes, llenos de salud y vida y, una vez adiestrados en campos de entrenamiento militar, egresaron convertidos en máquinas de matar, robots cuya misión era asesinar.
Pero, hay otros militares estadounidenses que sufren algo aún peor que la muerte y las heridas físicas: Una enfermedad tan cruel y espantosa, apenas revelada al mundo por sus gobernantes, que los enviaron a torturar, violar y a matar a miles de inocentes, no solo en Afganistán, sino también en Irak. Y enloquecidos por la visión de sus crueles y sádicas acciones, centenares de miles de ellos regresaron al país afectados por el Síndrome de Stress Traumático.
El Post Traumatic Stress Disorder, (PTSD, por sus siglas en inglés) afecta a más de 300.000 soldados estadounidenses, del millón 600 mil que ha participado rotativamente en las guerras de Irak y Afganistán, según un informe de la Corporación Rand. El estudio, titulado, Invisible Wonds of War, (Heridas Invisibles de la Guerra) pone al descubierto la tragedia de 1 de cada cinco militares yanquis que han combatido en ambos conflictos en los últimos diez años.
Como resultado de la enfermedad que padecen esos hombres que no pueden vivir una vida normal, desesperados por la ansiedad y depresión frecuente en dichos casos, enloquecen a tal extremo que llegan a matar a sus ex compañeros de armas y a sus familiares y finalmente se suicidan. De acuerdo con estadísticas de la muy conservadora Cadena CBS, en 2005 se quitaron la vida 6.256 soldados, 120 por semana, un promedio de 18 al día.
Es una avalancha de homicidios y suicidios que sigue cobrando miles de vidas y pérdidas billones de millones de dólares en hospitalización y tratamiento médico al gobierno. Y con esa doble moral, propia de los gobernantes yanquis, Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz que hace la guerra, mostró recientemente su preocupación por la situación, no se sabe, si por tanta muerte, o por los dólares que cuesta tratar a las víctimas de la enfermedad.
Al genocidio que comete en Afganistán, al millón de seres humanos asesinados por las tropas yanquis y sus aliados en Irak y sus propias bajas se suma el inmenso costo material de ambas guerras: cerca de 1.500 billones, gasto que es considerado como una de las causas de la grave crisis económica que hoy sufre el Imperio. No obstante, como sufre de esa incontrolable adicción, ËE UU sigue desatando nuevas guerras como la de Libia.
Y la premonición que vislumbró su fracaso hace diez años se cumplió, porque no aprendió la lección de historia, sabiduría y moral que le dictó Mohammed Omar, supremo líder del Talibán quien le aconsejó no atacar jamás a su país. Por ello hoy llora en silencio, mientras paga el precio de su soberbia y prepotencia, humillado y derrotado como lo fue en Vietnam, en ese cementerio de imperios que se llama Afganistán.
Hernán Mena Cifuentes

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