DIA INTERNACIONAL DE SOLIDARIDAD CON EL PUEBLO PALESTINO
Palabras del poeta palestino Mahmud Darwix.
Es un placer y un honor para mí darles la bienvenida a esta tierra en esta primavera sangrienta, una tierra que suspira por su antiguo nombre: Tierra del Amor y de la Paz. La valiente visita de ustedes en el transcurso de este cerco monstruoso constituye en sí misma una forma de romper ese cerco. Su presencia aquí hace que ya no nos sintamos aislados.
Es un placer y un honor para mí darles la bienvenida a esta tierra en esta primavera sangrienta, una tierra que suspira por su antiguo nombre: Tierra del Amor y de la Paz. La valiente visita de ustedes en el transcurso de este cerco monstruoso constituye en sí misma una forma de romper ese cerco. Su presencia aquí hace que ya no nos sintamos aislados.
A través de ustedes, nos damos cuenta de que la conciencia del mundo, que con tanto honor ustedes representan, sigue viva, de que es capaz de protestar y ponerse del lado de la justicia.
Nos han confirmado que todavía tienen un valioso papel que jugar en la batalla por la libertad y la lucha contra el racismo.
Sé que los Maestros de la palabra no necesitan ejercicios retóricos ante la elocuencia de la sangre. Así pues, nuestras palabras serán tan simples como nuestros derechos: hemos nacido en esta tierra, venimos de ella. No conocemos otra madre, ni más lengua materna que la suya propia. Cuando nos dimos cuenta de que ésta es una tierra con demasiada historia y demasiados profetas, comprendimos que el pluralismo es un espacio en el que todo cabe, y no una celda; entendimos que nadie tiene el monopolio sobre la tierra, sobre dios, o sobre la memoria. Sabemos también que la Historia no es ni justa, ni elegante.
Pero nuestra tarea en cuanto que seres humanos consiste en humanizar la Historia, puesto que somos, simultáneamente, sus víctimas y su creación.
Nada es tan evidente como la verdad y el derecho palestinos: este es nuestro país; este pequeño trozo de tierra es parte de nuestra real y en absoluto mítica Patria. Aunque cuente con todos los títulos de derecho divino que quiera atribuirse para sí, la ocupación es una ocupación extranjera: dios no es una propiedad particular.
Hemos aceptado las soluciones políticas basadas en el principio de compartir nuestras vidas sobre esta tierra dentro del marco de dos Estados para dos pueblos. Simplemente, exigimos nuestro derecho a vivir con normalidad, dentro de un Estado independiente en el territorio ocupado desde 1967 (incluyendo Jerusalén Este); exigimos una solución justa al problema de los refugiados y la desaparición de los asentamientos coloniales.
Éste es el único camino hacia la paz que pondrá fin a este círculo vicioso de violencia. Nuestra situación actual es más que evidente: no se trata de una lucha entre dos formas de existir, tal y como le gusta decir al gobierno israelí (o ellos, o nosotros).
Se trata de acabar con la ocupación. La resistencia frente a la ocupación no es solamente un derecho. Es una obligación nacional y humana que nos transforma, llevándonos de nuestra condición de esclavos a un estado de libertad.
El camino más corto que puede poner fin a los desastres que están por venir y conducirnos a la paz pasa por liberar a los palestinos de la ocupación, y liberar a la sociedad israelí de la ilusión de que puede controlar a otro pueblo.
La ocupación no se conforma con privarnos de las más elementales condiciones de libertad. Al declarar una guerra constante contra nuestros cuerpos y nuestros sueños, contra nuestra gente y nuestros árboles, y mediante la práctica de crímenes de guerra, nos priva también de las bases más esenciales que nos permitan vivir dignamente como seres humanos.
La ocupación no nos promete más que un sistema de apartheid y la derrota del alma frente a la espada. Sufrimos, sin embargo, una enfermedad incurable: la esperanza.
La esperanza que tenemos puesta en la liberación y la independencia.
La esperanza de llevar una vida normal en la que no seamos ni héroes ni víctimas, de que nuestros hijos puedan ir seguros a la escuela.
La esperanza de que una mujer embarazada pueda dar a luz a un bebé con vida, en un hospital, y no a una criatura muerta frente a un puesto de control del Ejército.
La esperanza de que nuestros poetas puedan ver la belleza del rojo en una rosa, y no en la sangre.
La esperanza de que esta tierra recupere su nombre primigenio: la tierra del Amor y la Paz. Gracias por ayudarnos a cargar con el fardo de nuestra esperanza.
Mahmud Darwix-BIBLIOGRAFÍA.- Palabras del poeta palestino Mahmud Darwix ante una delegación del Parlamento Internacional de Escritores. Ramallah, 24 marzo 2002.
Una producción de RADIALISTAS APASIONADAS Y APASIONADOS / www.radialistas.net
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