por Hernán Mena Cifuentes
Se escucha el rugir del imperio, bestia herida en su poder y orgullo, y el afligido aullar de sus “cachorros”, apátridas lacayos quienes se lamen las heridas del fracaso al ver cómo ha escapado la Patria grande, su más codiciada presa, y posarse, libre y soberana en una Cumbre, donde consolidó su integración, dignidad y soberanía.
Y es que, cuando aún no se ha apagado el eco del trueno de la voz de Raúl Castro, comandante de ejércitos y presidente cubano, dando lectura en La Habana a la Declaración de la II Cumbre de la CELAC, esa bestial manada, cegada por la derrota sufrida, descarga su frustración e ira en calumnias y mentiras contra ella y quienes la suscribieron en nombre del pueblo Caribeño y Latinoamericano.
Documento histórico emanado de la cita convocada y realizada por una Comunidad de Estados creada gracias al impulso de Chávez, el eterno comandante quien se entregó en cuerpo y alma ha hacer realidad ese sueño de unidad de Bolívar y demás libertadores, próceres de la primera independencia, sepultada por las intrigas del imperio y la traición de sus lacayos regionales.
Declaración que en su articulado incluye como primera prioridad, la defensa vigencia de principios, como la paz, libertad, dignidad, soberanía e integridad, innata aspiración del ser humano, especialmente de pueblos como el caribeño y latinoamericano que vivieron esclavizados durante más de tres siglos bajo el yugo opresor de los viejos imperios europeos y un siglo bajo el yanqui.
De allí toda la miseria humana que rezume en su frustración e ira la reacción de Washington y esos apátridas que en sintonía y en coro con su amo, descargan en sus columnas plagadas de mentiras y calumnias los medios mercenarios del Imperio en vana pretensión por apagar un incendio cuya chispa Chávez prendió hace 15 años en Caracas y que hoy abrasa con sus llamas a todo el Abya Yala.
Desde el propio corazón del Imperio salió la primera bocanada odio y rechazo, cargada de cinismo e hipocresía contra la unánime decisión de los pueblos y gobiernos de una región que expresó a través de la Declaración de la CELAC en La Habana, su firme voluntad de emprender el camino de la unidad, la paz y el desarrollo, libres de las ataduras hegemónicas y tutelaje de EEUU.
“Estamos decepcionados, -expresó un vocero del Departamento de Estado de EEUU amparándose en el anonimato- de que la CELAC, en su declaración final, traicionó la dedicación a los principios democráticos a la que se ha comprometido la región, al abrazar el sistema de partido único en Cuba.
El portavoz habló con la soberbia y prepotencia a que acostumbraba hacerlo todo alto funcionario yanqui al dirigirse a los líderes latinoamericanos, ignorando que los tiempos han cambiado, y que el Imperio vive en el pasado, al decir que: “Urgimos a los miembros de la CELAC, a demostrar claramente su apoyo al derecho a la asamblea pacífica y a la libertad de expresión en todo el continente de las Américas.
Su amenazador mensaje perdió actualidad, ya que más bien está adecuado a la era de ignominia que vivió la Patria Grande bajo décadas de terror y represión por parte de dictaduras y pseudo democracias impuestas desde EEUU, que violaron todos los DDHH, incluyendo los que el vocero yanqui dice defender, persiguiendo y asesinando impunemente a miles de combatientes de la resistencia.
De inmediato, como marionetas que son, manejadas por su amo a través de los hilos del dinero que les lanza como pago a sus servicios de modernos Judas, salieron a relucir las declaraciones de los apátridas traidores vociferando andanadas de ofensas e insultos no solo contra la CELAC sino contra los dignatarios que en nombre de sus pueblos suscribieron la histórica Declaración.
“Ladran Sancho, señal de que avanzamos”, dijo El Quijote de La Mancha, y esas mismas palabras pueden pronunciarlas con orgullo y como respuesta contundente, a la insolencia del Imperio y sus vasallos, lo 33 mandatarios que suscribieron el documento.
Declaración que es un reto de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños al Imperio que sojuzgó a sus pueblos, y un derecho que les confiere la dignidad, soberanía y libertad que hoy disfrutan, gracias al sueño de Bolívar y al impulso de Chávez, quien al frente de otros gobernantes progresistas y revolucionarios lo rescataron de las ruinas donde EEUU y sus lacayos lo habían sepultado.
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