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viernes, abril 27, 2012

Lo que realmente se debatió en Cartagena


Por Jesús Arboleya Cervera

Actualizado 6:00 pm Cuba
La época de la Doctrina Monroe ha pasado.

Como se esperaba, la VI Cumbre de las Américas, celebrada en Cartagena, Colombia, terminó sin una declaración política, debido a las diferencias de Estados Unidos y Canadá con el resto de los países.
No es la primera vez que esto ocurre, igual sucedió en las anteriores de Mar del Plata y Puerto España, por lo que reunirse para no ponerse de acuerdo, parece que se ha convertido en la tónica de estos eventos.
El tema de la exclusión de Cuba ha sido el detonador de las disputas, pero sería un error suponer que a este asunto se reduce el diferendo.
Si fuese así, bastaría un poco de sentido común por parte de Estados Unidos para resolverlo, pero lo que en realidad subyace es algo mucho más abarcador y trascendente, se trata de las condiciones que imponen una relación distinta de ese país con la región.
Obama tiene razón, el problema surgió mucho antes de que él naciera, ya que lo que está en crisis es la filosofía que ha servido de sostén al "panamericanismo", dígase el dominio norteamericano sobre el continente.
El panamericanismo tiene su origen en la Doctrina Monroe y, desde entonces, ha implicado la oposición a cualquier intento de soberanía e integración latinoamericana, logrando consolidar un dominio pleno de la región después de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente para legitimar el intervencionismo norteamericano en el área, fue fundada la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1948.
Nuevas agresiones militares, guerras sucias y gobiernos lacayos, incluyendo la proliferación de dictaduras genocidas, fue el fruto de un proceso que se llevó a cabo con la anuencia cómplice de este organismo internacional, considerado desde entonces un "ministerio de colonias" norteamericano.
En 1994, cuando Estados Unidos se sentía dueño absoluto del mundo como resultado del fin de la guerra fría, surgió la iniciativa de las Cumbres de las Américas. El Consenso de Washington y la Carta Democrática de la OEA servirán de premisas doctrinales a un nuevo panamericanismo, que tendrá el propósito de instalar el neoliberalismo en el continente.
No fue solo contra Cuba que se creó esta entelequia, pero Cuba fue su primer objetivo y por eso quedó excluida del convite. La consecuencia es que todos los procesos nacionalistas que han tenido lugar en América Latina en las últimas dos décadas, el avance de la integración latinoamericana y la solución de conflictos sociales regionales, han tenido que hacerse contra las premisas establecidas por las cumbres y, por tanto, contra el panamericanismo que representa la OEA.
De lo que se trata entonces es que defendiendo a Cuba, se defiende el derecho y los intereses de todos los países latinoamericanos, lo que explica la extraordinaria unanimidad frente a la exclusión decretada por Estados Unidos, no importa cuales sean las diferencias ideológicas y políticas de los representados en la Cumbre.
Igual ocurre respecto a otros temas como el narcotráfico, las migraciones o los derechos soberanos de los estados, particularmente el reclamo argentino por las Malvinas. Pero tan importante como estos y evidentemente poco difundido por la prensa internacional, fue el llamado de Dilma Rouseff a una relación entre iguales, lo que implica importantes transformaciones del orden económico internacional, a las que se resiste Estados Unidos.
Tampoco el bloqueo norteamericano es un problema solo de Cuba. Su establecimiento afecta a todo aquel que pretenda invertir o comerciar con la Isla, lo que también se contradice con los procesos económicos en marcha en la región, los cuales incluso resultan de interés para la propia burguesía latinoamericana, que busca expandir sus oportunidades y, de esta manera, hacer frente a la crisis económica mundial.
No es nada extraño, por tanto, que Estados Unidos quede aislado en este contexto. En realidad tiene poco que ofrecer y su capacidad para imponer sus posiciones también es más limitada. En resumen, estamos en presencia de un deterioro relativo de la hegemonía norteamericana en el continente. Ello fue lo que se reflejó como resultado de la Cumbre y lo que hace temblar los cimientos de la OEA.
Obama no es George W. Bush, por lo que no creo que le resulte simpático representar a un imperio desgastado, a los que todos recuerdan un pasado vergonzoso. Con seguridad preferiría continuar apareciendo como la "alternativa del cambio", que tantas esperanzas levantó en el mundo y hasta originó que le dieran un premio Nobel a crédito.
Como él mismo dijo, intelectualmente no carga con el lastre de sus antepasados y quizá estaría más dispuesto a discutir los temas de la actualidad con una mente más abierta y flexible, el problema es que no puede, porque las fuerzas que rigen su país no le permiten tal cosa.
Más que en estar atrapado en el pasado, como se queja, la verdad es que lo está en el presente.
Ileana Ros-Lethinen no es cosa del pasado, sino la presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes. Esta señora propuso que Estados Unidos saboteara la Cumbre de las Américas, sin darse cuenta que de esta manera se saboteaban ellos mismos. En la práctica, Obama no tuvo otra alternativa que hacerle caso y a lo mejor le convino, porque solo enterrando para siempre el monroísmo en América, podrá convertirse en el presidente que probablemente quiso ser. (Publicado en Progreso semanal)

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