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martes, agosto 16, 2011

ANÁLISIS: ¿BIENVENIDO Mr. CHANCE?



Buenos Aires, 16 Ago. AVN (por Vicente Battista).- Mister Chance es un señor de aproximadamente cuarenta años que divide las horas de su vida en el cuidado de un jardín y en mirar programas de TV, sin que mayormente le importe lo que esos programas muestren. Mister Chance vive bajo la protección de un rico empresario, apodado el Anciano, que lo adoptó desde pequeño y prácticamente lo mantiene encerrado en uno de los cuartos de su enorme mansión. Mister Chance no sufre agobio por ese encierro, se lo ve feliz con su jardín, en los fondos de la mansión del Anciano, y con el aparato de TV que tiene en su cuarto. Esto parece ser todo lo que espera de la vida, no sabe leer ni escribir, ignora quiénes han sido sus padres; incluso ignora su nombre verdadero, si es que alguna vez lo tuvo. Chance significaazar en español.
Con estos elementos Jerzy Kosinski, un escritor de origen polaco que emigró a los Estados Unidos de América en 1957 y allí vivió hasta su suicidio en 1991, construyó su célebre novela Desde el jardín (1971) que más tarde se llevó al cine bajo el nombre de Bienvenido Mr. Chance, con Peter Sellers en su papel protagónico. El propósito de Kosinski era probar que un individuo analfabeto, elemental en todo sentido, sin ningún tipo de inquietud, salvo cuidar el jardín y mirar televisión, podría llegar a ocupar altas esferas del poder.
Ese camino transitará Mister Chance. A partir de la muerte del Anciano pierde el amparo de su viejo patrón, pero de inmediato tropieza con Elizabeth Eve, EE, la joven esposa de Benjamin Rand, un señor de Wall Street, con muchos años y muchos millones. A la hora de darse a conocer, Mister Chance dice que es jardinero, EE asume que no es su profesión sino su apellido, por lo que a partir de ese momento Mister Chance pasará a llamarse Chauncey Gardiner. Así, con ese nombre, EE se lo presentará a su esposo. Muy pronto Chauncey Gardiner integrará el círculo de amigos de Benjamin Rand y de esa manera comenzará su carrera ascendente en el exclusivo y excluyente mundo de la política.
Esto es ficción, se dirá, una novela que más tarde se convirtió en una película. Lo que leo o lo que veo en pantalla no pasa de ser la fantasía de un autor. Aceptarlo como verdadero sería lo mismo que aceptar que cualquier tarde del año 2121 un cohete tripulado llegara a Júpiter. Aunque, si se piensa un instante, no es lo mismo. Es cierto que de acá a poco más de un siglo ningún cohete tripulado llegará a Júpiter, pero quién se atreve a afirmar que un sujeto político, con menos luces que la reserva ecológica en una noche de lluvia, no sea capaz de ocupar altos espacios de poder. Esto, mal que nos pese, ya sucede… y no es ficción.
A la hora de buscar un punto de partida, podríamos detenernos en los hechos de 2001. En aquel año comenzó a recogerse lo que prolija y despiadadamente habían sembrado los gobiernos de Menem y De la Rúa. El sueño neoliberal llegaba a su fin, era el momento de pagar los costos. Y de esos costos, una vez más, se iba a hacer cargo la clase trabajadora. Entonces comenzó a acuñarse un eslogan que muy pronto pasó de boca en boca: “¡Que se vayan todos!” No se proponía ninguna división de aguas: en esta orilla, los políticos corruptos; en esta otra, los políticos honestos. Todos significaba lisa y llanamente, la totalidad de la clase política. Desde aquel día hasta el 25 de mayo de 2003 perduró el resquemor y la desconfianza. Los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner lograron que se volviera a confiar en la política y en la gente que la llevaba a cabo. Sin embargo, algo de aquel antiguo escrúpulo aún perdura en el inconsciente colectivo. Una buena prueba de ello pueden ser las recientes elecciones en la Ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Santa Fe.
Mauricio Macri fue fiel a la directiva que le implementara su preceptor Durán Barba: no hablar de política. Por consiguiente, rechazar cualquier debate vinculado con el tema. Su tribuna fue la televisión, por lo que concurrió a programas conducidos por periodistas amigos que de ninguna manera lo incomodaron con preguntas molestas. El cierre de la campaña también lo hizo por TV. Acompañado por su esposa, fue al programa de Susana Giménez. La diva anunció que no hablarían de política, Macri sonrió complacido.
Miguel Del Sel llevó estas consignas hasta sus últimas consecuencias. Confesó, casi con los gestos de Mister Chance, que él nada sabía de política, se limitó a asegurar que era un hombre bueno y honesto, amigo de todo el mundo, simple y campechano. Igual que su mentor, cerró su campaña en el programa de Susana Giménez. Aquello fue un verdadero espectáculo, más histriónico que Macri (quien sólo se atreve a imitar a Freddy Mercury y ensayar algunos pasos bailanteros), Del Sel pegó saltitos de triunfo, hizo chistes, imitaciones y pidió los votos de los televidentes.
Frente a los resultados obtenidos, se puede decir que tanto Macri como Del Sel hicieron una excelente campaña. En plan de analizar los guarismos, a la suma de los votos de la derecha y de los llamados “votos castigo”, habrá que agregarle una tercera e importante categoría, la conformada por quienes abominan, impugnan y rechazan todo lo que esté vinculado con la política y con sus naturales actores: los políticos. Para los electores que integran esa tercera categoría, la consigna “que se vayan todos” continúa vigente. En consecuencia, eligen a aquellos candidatos que en lugar de hablar seriamente de política, en lugar de proponer programas y proyectos, bailan, cantan, hacen chistes y se muestran capaces de compartir un asado o, aunque más no sea, un café con leche con medialunas.
Sin embargo, no bien crecieron los dígitos a favor de Del Sel, muchos de los que lo votaron se alarmaron frente a la posibilidad de que la gobernación de Santa Fe quedase en manos del cómico. Ante la derrota, él mismo anunció que volvería a lo suyo: el humor bizarro, las imitaciones. En cambio, Macri, ante el triunfo, anunció que se postularía en 2015 para dirigir los destinos del país.
Volvamos a la novela de Jerzy Kosinski. Mister Chance, ahora bajo el nombre de Chauncey Gardiner, ha escalado posiciones. Las mujeres lo encuentran seductor, “una especie de mezcla entre Ted Kennedy y Cary Grant”, y los principales diarios y revistas de New York buscan su palabra. Él jamás la niega, se limita a repetir lo único que sabe: cómo cuidar un jardín. Cada cosa que dice, al mejor estilo Reutemann, es tomada como una metáfora, por lo que muy pronto se convierte en “asesor presidencial y auténtico estadista” y de ese modo, un analfabeto que pasa su tiempo mirando televisión, será postulado como presidente de la primera potencia mundial.
Antes de comenzar a narrar su historia, Jerzy Kosinski le advierte al lector: “Esta es una obra de ficción, con personajes y situaciones completamente imaginarios. Cualquier similitud con personajes o situaciones del pasado o del presente es puramente accidental”. Habrá que creerle: Kosinski murió veinte años antes de las elecciones en Buenos Aires y en Santa Fe.
* Vicente Battista, escritor argentino. Autor de las novelas SirocoSucesos argentinosGutiérrez a secas yCuaderno del ausente.
Vicente Battista
09:55 16/08/2011

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