Viste de manta y defiende los derechos de los pueblos indígenas, culturalmente hablando, pero también en los tribunales
En 1965, la agrupación gaitera “Sorpresa” puso a sonar un tema escrito por Saúl Sulbarán e interpretado por Rafael Barreto. Una gaita que ponía al pequeño pueblo de Paraguaipoa en el mapa sonoro del país:
“Paraguaipoa, /región zuliana,/ tierra galana, /de gran primor, /rinconcito ensoñador, /de mi patria soberana”.
Paraguaipoa que en idioma wuayuunaiki significa “tierra frente al mar”, es un territorio situado en el extremo norte del estado Zulia y que habitan indígenas de los pueblos Wayúu, Añu… pero también los “alijunas”, es decir, los que no son wayúu.
En esa tierra frente al mar nació en 1985 Rinia Luzmila Montiel Urdaneta, la menor de tres hijos del matrimonio formado por Richerd José Montiel y Nelly Angelica Urdaneta. Rinia nació wayúu y en el clan matrilineal: Epieyu, para más señas.
Su primera casa estuvo en “Los Filuos”, pero prontamente sus padres se mudaron a Paraguaipoa. “Puedo decirte que mi infancia fue muy inocente. Me crié con varias primas y primos, nos bañábamos en el río Jordán y jugábamos “caraira”. Trepábamos a los árboles y subíamos lo más alto que podíamos, incluso, decíamos que éramos como las aves, nos lanzamos del árbol porque la tierra era arena de playa y nos amortiguaba”, evoca Rinia.
En poco tiempo, el trabajo de sus padres la llevó al estado Barinas… y aquí comenzó otra historia. Una que la hizo abogada egresada de cuarta Promoción de la Universidad Experimental de los Llanos Ezequiel Zamora, (Unellez), en el año 2007.
Rinia ha hecho estudios en flujos migratorios y refugio, así como en derechos humanos internacionales. Ha sido profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV) y de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES). También, asesora legal de varias instituciones públicas.
Hoy es abogada adjunta a la Fiscalía 17ma del Circuito judicial del estado Barinas y una defensora de la cultura y los derechos de los pueblos indígenas venezolanos.
—Rinia, ¿por qué dejaron la Guajira para irse al estado Barinas?
—Mis padres se dedicaban al comercio. Vendían bolsos escolares y ropa. Tenían como destino de sus mercancías la zona de Los Llanos, particularmente, Sabaneta de Barinas.
Cuando mi padre toma la decisión de mudarnos, ese fue el municipio a donde llegamos a vivir por primera vez. Papá se radicó en el pueblo, él se vino antes, luego mi madre nos trajo de Paraguaipoa a vivir a Sabaneta.
—¿Qué te llevó a estudiar derecho?
—Al principio yo quería estudiar periodismo, pero mi papá me dijo “tu debes estudiar lo mismo que tú hermana, porque estarás aquí en Barinas”, y justamente en esta ciudad podía estudiar derecho. De haber optado por el periodismo tendría que haberme ido a Maracaibo. La opción era permanecer con la familia y acá hice mis estudios universitarios en la Unellez.
—Rinia, es muy común escuchar eso de que en Venezuela no existe racismo. ¿tú qué opinas al respecto?
—En mi opinión, en Venezuela todavía existe racismo. Considero que falta más formación en la sociedad con relación, por ejemplo, con los pueblos indígenas. Si uno se fija en formas de uso cotidiano, como en refranes que se emplean en casi todo el país, puede darse cuenta de formas clasistas del lenguaje. Por ejemplo aquello de que “hagan fila india” o “no te pongas a tirar flechas al aire”. Son cosas que mayoritariamente pasan desapercibidas.
—Te criaste fuera de la comunidad wayúu. ¿Alguna vez te sentiste discriminada por tu origen?
—¡Sí claro! Creo que todos los hermanos de los diferentes pueblos indígenas de nuestro país, en algún momento nos hemos sentimos discriminados por el hecho de ser indígenas. Yo vivo en una zona urbana y es muy común toparse con personas que me dicen, “pero tú no pareces indígena”. Diariamente tenemos que lidiar con la ignorancia de algunas personas que clasifican a los hermanos indígenas por su apariencia física. Me ocurre en Barinas y me imagino en otras zonas urbanas.
“Cualquier mujer se pone una manta y eso no la hace wuayuu… es el arraigo a nuestra cultura”.
—¿Ser mujer e indígena te hizo las cosas doblemente difíciles?
—Yo diría que ser mujer indígena me hizo las cosas más fáciles, en el sentido de que más allá del atuendo, es nuestro comportamiento como mujer wayuu lo que nos define. Ante ciertas circunstancias de la vida, la mujer wayuu se arraiga a su cultura. Porque cualquier mujer se pone una manta y eso no la hace wayúu… es el arraigo a nuestra cultura. Mi adolescencia la viví en Sabaneta de Barinas. Criarse en este estado, obviamente, no es lo mismo que criarse dentro de nuestra comunidad indígena. Pero en mi caso, criarme fuera de la comunidad me hizo salir del sistema patriarcal que existe aún en muchas comunidades indígenas. Pero criarme en esta comunidad urbana me hizo destacar, de cierta forma.
—Antes te pregunté si alguna te sentiste discriminada, ahora, en la actualidad, ¿sientes que se trata con respeto a los pueblos indígenas de Venezuela?
—A nivel general sí. Particularmente desde que fuimos visibilizados en la carta magna, en nuestra Constitución de 1999. En el texto constitucional, se nos otorga un capítulo completo, el octavo, a los derechos de los pueblos indígenas, y de allí se desprende un compendio de leyes para atender políticas públicas en favor de estas comunidades. Estoy hablando de temas sensibles como la demarcación de los territorios indígenas, el tema agrario, el sistema de educación intercultural bilingüe, pero también, el reconocimiento de los 56 idiomas indígenas que existen, como idiomas oficiales de la República Bolivariana de Venezuela, incluso, creación de una jurisdicción especial indígena.
“Antes que El Libertador Simón Bolívar, estuvieron Tiuna, Arichuna, Guaicaipuro… indígenas que tenían esa visión de Libertadores”.
—Esos son aspectos significativos. La otra parte sería entonces, ¿cuáles son las deudas del Estado venezolano con los pueblos indígenas del país?
—Considero que todavía hay mucho por hacer… Comienzo citando el “waraira repano” anteriormente conocido como cerro Ávila, fue producto de un cambio de denominación, porque se hizo necesario volver a su nombre histórico. Actualmente algunas calles, plazas o ciudades siguen teniendo nombres que responden a la lógica colonial. La isla de Margarita es otro ejemplo. ¿Por qué se llama Margarita? ¡Ah! porque era el nombre de la esposa del rey colonizador de esa época. Mientras que el nombre que le dieron los indígenas guaiqueríes fue Paraguachoa, un vocablo que significa, según algunos historiadores, “peces en abundancia”, y según otros “gente de mar”. Esa creo que es una de las deudas de los legisladores: reivindicar nuestros nombres originarios y deslastrarnos, de una vez por todas, de la lógica colonial que todavía prevalece en muchos espacios del país. Ahora bien, creo que esa deuda no es únicamente con los pueblos indígenas, es una deuda con nuestra propia identidad como país. En todo caso, sería una deuda del Estado consigo mismo, pero también para con nuestros ancestros que lucharon y le hicieron camino a otros que continuaron la batalla por la libertad. Antes que El Libertador Simón Bolívar, estuvieron Tiuna, Arichuna, Guaicaipuro… indígenas que tenían esa visión de Libertadores, y eso es parte de lo que la madre tierra le transmitió a Simón Bolívar cuando nació… Para mí, esa es la deuda.
—Eres abogada, te pregunto ¿qué significa para tu pueblo que hayas optado por la academia?
—Te lo cuento con una anécdota. En una oportunidad que volví a mi pueblo, Paraguaipoa, fuimos a Agnaira, el cementerio de nuestra comunidad. Agnaira tierra donde reposan nuestros muertos, sangre de mi sangre… era el velorio de mi abuelo. Como sabes, esas son oportunidades de reunión familiar. Allí estaba toda nuestra familia y ellos se sienten muy orgullosos de que mi hermana y yo, seamos abogadas. Eso genera orgullo porque “es nuestra”, dicen y ha asumido cargos de responsabilidad, se capacitó, estudió. Nuestro pueblo es un crisol de músicos, poetas, intelectuales y académicos muy destacados.
—Con el avance de la era tecnológica, ¿crees que puede prevenirse la transculturización?
—Ese es un tema difícil, sobre todo en estas épocas donde abunda, como dices, la tecnología. Creo que en muy pocos espacios no se usan estos equipos portátiles (celular), en esta época hasta se hacen necesarios. Si lo vemos bien, esta tecnología no es nuestra, pero se hace imprescindible, porque a través de ella nos comunicamos. Para los pueblos indígenas son aspectos que nos penetran culturalmente. Hace poco miré un video de unas niñas indígenas bailando reggaeton y la pregunta que me surgió fue ¿dónde está el ojo visor de la familia, de los adultos de nuestra comunidad?
—…pero esto de la tecnología luce inevitable…
—Reflexionando diría que la entrega de computadoras en comunidades indígenas fue un elemento transculturizador, queramos o no. Hoy, muchos niños quieren investigarlo todo en las computadoras y no en los libros… dejamos de leer. Ojo, no digo que no sean importantes las tecnologías. Pero han sustituido a los libros. Pero como te digo, es un elemento transculturizador de un pueblo, pero se hace necesario. Los pueblos indígenas de Venezuela seguimos trabajando para mantener nuestra cultura, es decir nuestro idioma, nuestra vestimenta, la forma de actuar como ciudadanos indígenas. En el caso del pueblo wayúu, actuando bajo el consenso del diálogo para dirimir las situaciones internas de la comunidad. Lo que conocemos como el arreglo wayuú. El arreglo de nuestro pueblo, trata de conciliar situaciones por medio de un diálogo, con un palabrero, que es el intermediario para solucionar un problema. Todo radica en el hogar. Opera mucho la opinión de los adultos, lo que uno transmite a los hijos, a los sobrinos, a los nietos. Las modas no son para nuestro pueblo, son parte del consumismo mundial y en ocasiones caemos en esas situaciones.
—Quiero preguntarte de un tema reciente. La nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, decidió no invitar al rey de España a su toma de posesión, hasta tanto no se disculpe por las atrocidades cometidas durante la conquista. El presidente Nicolás Maduro dijo algo similar… ¿de qué sirve que España pida perdón?
—El perdón no cambiará la historia, pero sí engrandece el futuro. El perdón no debe ser impuesto, ni coaccionado, debe nacer desde el interior de su alma. Si España no quiere pedir perdón, es porque justifica las atrocidades cometidas por sus antepasados. Ellos nunca se arrepintieron de nada, la prueba la tenemos en la distorsión de una historia mal contada: “La Niña, la Pinta y Santa María” no eran nombres reales, en eso nos mintieron, como también nos dijeron que teníamos que celebrar cada 12 de octubre, porque nos habían “descubierto”, y esa es la muestra de no existe arrepentimiento, porque no reconocen que impusieron un sistema hegemónico a costa de nuestra sangre. Si no reconocen que se hizo un daño mayúsculo, jamás ese rey pedirá perdón en nombre de sus antepasados, en nombre de su nación, en nombre de su reino, que lleva una oscura realidad en su historia.
—Termino con esta. Pasados 532 años ¿qué debe reivindicar Venezuela sobre la resistencia indígena?
—Deslastrarse de todos esos nombres impuestos por la colonia, esos que llevan las plazas, parques, islas, entre otros, aunque se respete el culto y la religión de forma constitucional, debemos comprender que las creencias de los pueblos indígenas, como parte de su cosmovisión, no son actos de hechicería, aún falta por hacer y transformar a una etapa más profunda de reivindicación, a esa a la que se refiere nuestro presidente cacique Nicolás Maduro, hombre aliado a los pueblos indígenas.
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Ernesto J. Navarro es periodista y escritor, autor de tres poemarios y la novela Puerto Nuevo. Ganador del Premio Nacional de Periodismo 2015. RRSS: @ernestojnavarro.