por Pedro Ibáñez
Caracas, 11 Jun. AVN.- Pitazo. Comienza el partido. Cuando era niño, Eduardo Galeano jugaba al fútbol, aunque confiesa que no lo hacía muy bien, sin embargo, con la chiquillería de Calella de la Costa, en Uruguay, aprendió que existen magos del balón y que la pelota es impredecible, caprichosa, divertida. Cincuenta años después decidió escribir sobre este juego para "hacer con las manos lo que nunca había sido capaz de hacer con los pies".
En las 289 páginas de El fútbol a sol y sombra (1995), el escritor uruguayo coloca en escena el deporte del balonpié y desglosa el guión de esa gran obra de teatro que cada cuatro años se presenta en un mundial, con todos sus personajes, como el jugador, el arquero, el árbitro y el fanático.
Galeano describe la epifanía de este juego, que existe como el movimiento perpetuo en el Estadio Centenario de Uruguay, el Maracaná de Brasil y la Bombonera de Buenos Aires, donde se escuchan los gritos del fanático, como en el estadio Azteca resuenan los ecos "del antiguo juego mexicano de pelota" y en el estadio de Munich se juega todas las noches la final que ganó Alemania en 1974.
"¿Me habéis tomado por pelota de fútbol?", se lee en uno de los diálogos de la Comedia de los errores, que el autor cita como muestra de que hasta Shakespeare, jugó al fútbol en sus obras, presentadas en esa Inglaterra que recibió la tradición de patear una pelota con los pies desde Grecia y Roma, y donde el rey Eduardo II prohibió el juego que en 1314 se jugaba sin reglas, límites de tiempo y de jugadores.
El también autor de Las venas abiertas de América Latina, nos recuerda que entonces los europeos no jugaban con posición adelantada, porque al otro lado del Océano Atlántico, 1.500 años antes de Cristo, en Teotihuacan y Chichen Itzá, se jugaba a la pelota; y en lo que actualmente es Bolivia los indígenas perseguían una bola de goma para meterla entre dos palos, mientras allende otro océano, el Pacífico, la Dinastía Ming había heredado a los chinos desde hacía 5.000 años un juego malabarista de la pelota con los pies.
Juego, luego existo
Con visión poética, Galeano describe a esos personajes de este deporte, como el ídolo, que "desde que aprende a caminar, sabe jugar", los hinchas, ese jugador número doce que "sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme" y el gol que es, irremediablemente, "el orgasmo del fútbol".
También recuerda las anécdotas en torno de la copa mundial, como su llegada en manos de Jules Rimet a Uruguay en 1930 o cuando en el Mundial Inglaterra 66 fue robada y recuperada por un perro sabueso en un jardín de Londres, y cuando tristemente fue hurtada, vendida y fundida, aquella que el Brasil invicto ganó en México 70.
La venganza de Maradona en 1986, para redimir a una Argentina golpeada en Las Malvinas, el gol número 1.000 de Pelé, al cobrar un penal en 1969, "el más estrepitoso silencio de la historia del fútbol" cuando la oncena brasilera perdió ante Uruguay 2-1, en Brasil 1950 y la ingeniosa "Chilena" que inventó Ramón Unzaga con el cuerpo en el aire, disparando el balón con las piernas hacia atrás.
La industria cultural del balón
En la mitad del siglo XIX Charles Goodyear creó el balón con cámara de goma y revestimiento de cuero; en 1889, oficialmente, se juega por primera vez el fútbol en Latinoamérica, con un partido en Uruguay; en 1890 se dibujaron las áreas con cal y la arquería comenzó a tener red y en 1904 nace la Federación Internacional de Fútbol Asociados (FIFA).
Pero siglo y medio después de que rebotara ese balón que besó Pelé, Galeano nos recuerda que el fútbol se ha convertido en algo mercantil y rentable. Denuncia que en el Mundial USA 94 en las franelas de los equipos las marcas comerciales fueron más visibles que los escudos nacionales y que en México 86, Televisa monopolizó las transmisiones para la audiencia Europea que disfrutó de un partido "bien iluminado", bajo un sol de mediodía que quemaba a los jugadores en beneficio de la rentabilidad.
"Ganamos, perdimos. Igual nos divertimos", era el cántico que Galeano hacía cuando niño luego de cada juego, y en esta obra ocurre lo mismo. El autor agradece el milagro del fútbol y su "porfiada capacidad de sorpresa". Recuerda sus mejores momentos y deja espacio para la reflexión.
Son páginas para quienes sepan o no, de fútbol. Para quienes hayan jugado o no, al fútbol. Un deporte que "continúa queriendo ser el arte de lo imprevisto”. Fin del partido.
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