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martes, marzo 18, 2014

¿En Crimea, otra vez, se definirá un nuevo orden mundial?

La macondiana ilusión de muchos europeos y de uno que otro ruso de que el ocaso de la Guerra Fría significaría la “europeización” de Rusia y el fin de los juegos de suma cero, ha terminado por derrumbarse.
¿Se puede pensar que un país de escala intercontinental, con casi 144 millones de habitantes y con las mayores reservas de gas natural del mundo, juegue un papel secundario en el tablero geopolítico? Tan solo suponerlo es irrisorio.
Si bien en un primer momento Rusia no tuvo un manejo agresivo de su política exterior, en al menos los últimos cinco años ha demostrado haber traspasado el umbral de la simple reacción. La Rusia -al menos la de Putin- ha sido más consistente en convertirse en un actor global. En septiembre de 2013 el plan de entrega del arsenal químico sirio bajo el control internacional de la ONU, propuesto por el presidente Vladimir Putin y aceptado por Estados Unidos, fue un indicador de la pérdida del monopolio de las decisiones sostenido por la Casa Blanca.
Ahora, el dilema ucraniano ha derivado en la necesidad de medir fuerzas en Crimea. Con el total de los votos escrutados, el 96,6% de los crimeos se ha pronunciado por adherirse a Rusia. El desconocimiento de las nuevas autoridades ucranianas -asociadas a la derecha y a la ultraderecha- y su falta de legitimidad ha sido el pretexto y el resquicio legal para que Crimea renueve votos con Rusia y esta gane en estrategia.
Las acusaciones de un neoimperialismo postsoviético no han tardado, pero se desmontan si se toma en cuenta que la variable étnica ha jugado un peso, probablemente mayor, que la variable política. Casi el 60% es de rusos, el 24,3% ucranianos y el 24,3% tártaros. Estos últimos fueron los más reacios al referéndum; incluso, no acudieron a votar. Históricamente, los tártaros nunca han estado del lado ruso. No obstante, la participación en los comicios ha sido alta: más del 80% en la península y en las ciudades más importantes: Sebastopol y Simferópol, rondó el 90%.
Para que la anexión de Crimea a la Federación Rusa se formalice se deberán llevar a cabo varias medidas sucesivas, que incluyen la firma de un tratado bilateral, su sometimiento a un examen por el Tribunal Constitucional ruso, la votación de las dos cámaras -la Duma y el Senado- y la firma del Presidente. Probablemente, el proceso podría ser más rápido de lo que supone. Crimea por lo pronto adoptará el rublo como moneda -junto con la ucraniana hrivna- y los horarios de acuerdo con Rusia.
Estados Unidos y la Unión Europea (UE) ya han dejado claro que no reconocerán ni el referéndum y peor aún los resultados, por considerar la medida anticonstitucional. Pero ¿haber sacado del poder al Gobierno ucraniano de Yanukovich no fue también anticonstitucional?
Rusia ya ha perdido algunos países que habían sido parte de su esfera de influencia tradicional como la República Checa y Polonia. Sobre todo en este último país, es donde Estados Unidos y la propia Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han hecho su agosto reforzando bases militares, de modo que perder a Ucrania sería demasiado. La anexión de Crimea significa para el nuevo Gobierno ucraniano tener al enemigo a las puertas y un cercamiento estratégico fuerte si se toma en cuenta que allí está la Flota del Mar Negro de Rusia.
Más allá de aquello, la abrumadora votación de los crimeos es una demostración simbólica del poder ruso de cara a Occidente. Curiosamente, en Crimea, en la ciudad de Yalta en febrero de 1945, los jefes de gobierno Josef Stalin (URSS), Winston Churchill (Reino Unido) y Franklin Roosevelt (EEUU) reordenaron el mundo -por ejemplo, se fijaron las bases del Consejo de Seguridad de la ONU y la partición de Alemania-, marcando el punto de inicio de lo que fue la “Guerra Fría”. La historia parece repetirse; una vez más en Crimea, la tensión entre Rusia y Occidente se apresta a dar un nuevo sentido al sistema internacional.
Valeria Puga Álvarez

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