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viernes, noviembre 11, 2011

LA PALABRA, ESE ESCURRIDIZO ORÁCULO!!!

Caracas, 10 Nov. AVN.- Ivonne Bordelois, argentina, es poeta, lingüista y ensayista. Autora de libros como La palabra amenazada y Etimología de las pasiones, se abre a una reflexión heterodoxa sobre los orígenes de las palabras y su íntima conexión con la vida. Seguir la ruta de su pensamiento puede resultar fascinante.
En Bordelois, autora con una obra de poca circulación en Venezuela, a pesar de estar editada por Monte Ávila Editores, se conjuga una mirada que oscila desde el psicoanálisis y la lingüística, hasta pasar por la hermenéutica y los estudios de género.
Pareciera que nada le es ajeno, cualquier signo puede entrar en constelación con sus inquietudes. Su doble, o mejor dicho, múltiple mirada, la hace incisiva y muy precisa. Pero sus acercamientos a la etimología, parecen también poco convencionales: “los etimólogos –explica– se calzaron guantes tan espesos para tocar las palabras que perdieron todo contacto con la electricidad intensísima que transporta el lenguaje”.
Interlocutora de lujo, así sea por la vía del correo electrónico, Bordelois asume su saber desde una perspectiva lúdica y expansiva, pero también cauta y ponderada. Corroboran una voluntad de lucidez estas palabras suyas. “Nuestro saber es claramente un saber que vale más cuanto más compartido es: un secreto a voces para difundirse desde todas las terrazas de la ciudad, porque encierra la buena nueva de esa dádiva magnífica que es para nosotros el lenguaje, con su guirnalda de milagros y misterios apabullantes”.
La anterior reflexión abre espacio para hacerse más de una pregunta sobre Etimología de las pasiones. Quizá más de uno, levante –y enarque– una ceja ante tan singular título. Quien busque tratados monolíticos, o cargados de soberbia intelectual, fracasará. En cambio, quien persiga una conexión íntima, muy vital, con el lenguaje, saldrá entusiasmado, estimulado, y por qué no, con ganas de buscar los secretos rumores que hacen implosionar sus propias pasiones, porque detrás de ciertas palabras hay un deseo secreto, un impulso y un aliento vital que trae consigo a las fuerzas no siempre domables del deseo.
Hablar una lengua, introducirse en su apasionado estudio, implica moverse sobre un piso simbólico denso, infinito. Algo de esto transmite Bordelois con su estudio. Hay un elemento reverencial –a su vez exigente, paciente– en el gesto de adentrarse en las corrientes del pasado, allí donde los muertos dejaron su huella. Sobre el ingreso en ese inextricable terreno, Bordelois también se expresa con solvencia y mucha gracia: “Entramos y nos adentramos en este territorio siempre nuestro aunque apenas reclamado, el de la historia de las palabras que más entrañablemente nos expresan y a veces parecen traicionarnos, como esas abuelas de las cuales la familia guarda memoria de secretos escandalosos e irrepetibles, que sólo llegaron a nosotros como distantes murmullos apenas escuchados. De esas abuelas heredamos, sin embargo, inescrutables gestos, conocimientos tácitos, pasiones imprevisibles: un testamento irrenunciable”.
Quedan flotando muchas preguntas en torno a la trayectoria y los intereses de Bordelois, se podría decir que irán quedando suspendidas, nunca inertes, rumbo hacia futuros diálogos. Lo que sigue es un breve cuestionario. Trata de dilucidar algunos aspectos de su método de trabajo y también de sus motivaciones.
Es posible que la siguiente frase reúna y condense una parte de unas inquietudes intelectuales y humanas, demasiado humanas: “Entramos con temor, entramos con temblor, entramos con amor porque confiamos en las energías sapienciales de las lenguas humanas que están allí para decirnos y para constituirnos. Y entramos con alegría y esperanza, porque el territorio que se nos brinda es inabarcable, es inacabable. Esta procesión que formamos reverencia al lenguaje, lo reconoce como su tesoro inalienable, pero no se detiene en solemnidades innecesarias. Va excavando cada día nuevos materiales y los arroja a la red como señales de vida, de alimento y de asombro, para que todos participen de nuestro deslumbramiento”.
ASV: Me parece que en usted se da una conjunción poco usual: es poeta y lingüista. ¿Cómo moverse entre dos aguas tan turbulentas?
IB: Creo haber elegido un camino poco convencional, en el cual se reúnen poesía y lingüística en una dirección que las fortalece e ilumina mutuamente. Pero es cierto que tanto poesía como lingüística son aguas turbulentas ambas y en mi caso, creo que esta confluencia las apacigua.
ASV: A la inquietud anterior, agreguemos otra: ¿qué vueltas en la vida debe dar una poeta para terminar estudiando con Noam Chomsky? ¿Podría relatarnos un poco en qué consistió su aprendizaje con este lingüista? ¿Cómo se daba el diálogo entre ustedes?
IB: Alrededor de mis veinte años, yo sabía de ciencia cierta que mi destino eran las palabras. En cambio, no me era claro si mi mejor camino era la ciencia o la literatura. Me parecía que la literatura de aquel tiempo, en particular en su aspecto crítico, no era suficientemente rigurosa, y por eso me incliné a la lingüística.
Chomsky detestaba la etimología, y tuvimos algunas discusiones al respecto. A mí me interesaba su estatura de innovador en el campo, en el que desató una interesante discusión acerca de la naturaleza innata del lenguaje y otras cuestiones filosóficas que eran dejadas de lado en la lingüística norteamericana hasta su llegada. Era además un líder político indiscutible en la oposición a la guerra del Vietnam. Fue un excelente asesor de tesis y si bien tuve diferencias con él a propósito de la estrechez de la organización universitaria en que nos movíamos, hemos logrado una duradera relación amistosa.
ASV: ¿Qué le atrajo, especialmente, de los estudios del lenguaje, cuando por lo general los poetas miran con menosprecio a la lingüística y viceversa, así sea sotto voce?
IB: Como lo he dicho, me atrajo el rigor del pensamiento lingüístico –primero el estructuralismo, luego el transformacionalismo- porque los estudios estilísticos de aquel tiempo no me convencían demasiado. Siempre seguí escribiendo poesía por otra parte, escondidamente, pero el ser o sentirme poeta me parecía una ambición desmedida. Hoy día puedo entregarme con gran placer a la poesía y a la crítica literaria, y no extraño en absoluto la rigidez, las intrigas y la asfixia que se vive en general en los ámbitos académicos modernos.
ASV: Usted se ha manifestado en contra del desplazamiento que ha sufrido la etimología en favor de otros enfoques y perspectivas lingüísticas. ¿Cuáles usted cree que son las causas de dicho desplazamiento? ¿Hará falta un poco más de fascinación heterodoxa en los predios académicos? ¿Cómo salir, si lo hay, del anquilosamiento?
IB: En realidad, la etimología se ha encarado desde siempre con un matiz decimonónico o positivista que no podía dejar de desprestigiarla en la actualidad. El tipo de etimología que yo exploro se aleja del origen filológico de la etimología y busca iluminarla desde una suerte de semiótica socio histórica que debe desplegarse con el tiempo.
ASV: ¿Podría abundar un poco más en este aspecto?
IB: Pienso que mi iniciativa es demasiado reciente para medir o calcular sus posibilidades de expansión.
Pero quienquiera esté interesado en la historia de la cultura debe preguntarse qué nos dicen las lenguas a través de sus primeras raíces, qué intuiciones, por ejemplo, subyacen las transformaciones de significados que se dan en términos tan primordiales como “pasión”, que significa en sus orígenes “sufrimiento” o “paciencia”. En La metáfora del sujeto, Lacan alude a las metáforas dormidas y dice que siempre es necesario despertarlas: de esto es lo que se trata, no sólo para los historiadores sino para los psicoanalistas. Pero a pesar del mentado interés por la palabra que enarbolan los psicoanalistas, ellos se interesan por discursos y casos particulares, y no entienden que el lenguaje mismo, ese gran ser colectivo que todos habitamos y nos habita, encierra represiones y síntomas que necesitan ser investigados.
ASV: ¿Qué sugeriría a usted a una persona que no tiene grandes conocimientos lingüísticos pero tiene la sensibilidad –o la intuición– y quiere acercarse y profundizar en las historias y los orígenes de las palabras?
IB: Pienso que en la dirección que he indicado, una persona con suficiente intuición y conocimiento de lenguas, que cuente con instrumentos y diccionarios adecuados, puede iniciarse felizmente en la especie de etimología que estoy predicando. Pero debo reconocer que mi formación lingüística previa me ha ayudado en gran manera a distinguir razonamientos y derivaciones verdaderas de las falsas, y este tipo de conocimiento no se puede improvisar.
ASV: En tal sentido, una persona interesada en la etimología, ¿por dónde podría comenzar su periplo por esa disciplina? ¿Cuáles deberían ser esos primeros pasos? ¿Son acaso imprescindibles los estudios académicos para llevar adelante tal empresa?
IB: La frecuentación de los buenos diccionarios –y el olfato para distinguir los buenos de los mediocres– es un paso imprescindible para quien tiene esa orientación. Pero luego está el arte de encontrar las buenas preguntas, que es más importante que el arte de las buenas respuestas –y ése no se aprende. Conocimiento de lenguas, elementos de diacronía y morfología y otras costumbres semejantes pueden adquirirse desde los espacios que habitan los autodidactas, pero los verdaderos amantes de lenguas clásicas suelen ser excelentes compañeros de ruta, y a éstos los encontramos en general en los ámbitos académicos.
ASV: En el pórtico de Falsos pasos, Blanchot escribió: “Provisionalmente, el trabajo es posible dentro de la imposibilidad que lo entorpece, hasta que dicha posibilidad se da como real, destruyendo la parte de imposible que era su condición”. Y: “cualquier frase intrascendente es una confesión de la desesperación que hay en el fondo del lenguaje”. ¿Hablan estas líneas acaso de los problemas políticos –y quizá poéticos, filosóficos– de su disciplina?
IB: Las dificultades que se encuentran en los caminos novedosos siempre pueden ser bendiciones. Yo me encuentro en una hermosa soledad que me permite explayarme sin polémicas en la dirección que más me interesa, aun cuando nada me alegraría más que ver seguidores equipados con suficiente competencia que pudieran unirse a mi rumbo.
ASV: En Etimología de las pasiones, su visión se expande hacia el psicoanálisis y la hermenéutica; habla de los dioses y a la vez desde una perspectiva de género, política. No hay una mirada "pura" sino calidoscópica, múltiple. ¿Le debemos esta gracia a su estancia en la poesía, es decir, a su aprovechamiento poético, como diría Lezama?
IB: Creo que hay una pregunta general orientada hacia lo que constituye el núcleo de la vida en su totalidad y esta pregunta se alimenta tanto de la etimología como de la poesía, de la mitología como de la política.
ASV: ¿Puede “favorecer” a un escritor, el acercamiento y el estudio de la etimología? ¿No hay, acaso, como en el poema, una escucha atenta de las palabras y sus rumores, esas corrientes subterráneas de las que suelen emerger inadvertidamente cosas fabulosas?
IB: Pienso que la misma “atención flotante” que ejercen los psicoanalistas se da en los etimólogos y en los poetas. No se trata de apresar o desmenuzar las palabras, sino de verlas volar y advertir un brillo, una analogía, una metáfora escondida, y esto se puede dar en un sueño, en una línea de poema, tanto como en la escucha de una conversación callejera.
ASV: ¿Podría ahondar un poco en ese vínculo: atención flotante/poesía?
IB: Lo que quiero decir es que una excesiva erudición, cierta fijación obsesionada por los detalles, puede destruir el contacto o dificultar el acceso a esa cosa alada y misteriosa que es la poesía, en el decir de los antiguos. Creo que ciertos gramáticos y filólogos odian el lenguaje del mismo modo que los entomólogos cuyo supremo placer es clavar un insecto en un inventario clasificatorio.
ASV: Kristeva decía: el lenguaje, ese desconocido. ¿Desde cuándo le atrae y cómo empieza en usted el contacto con estos materiales escurridizos –y a veces intratables– pero tan estimulantes?
IB: Desde siempre. Me fascinaron las palabras desde mi niñez. El lenguaje me resulta un territorio inagotable, espléndido, sepultado por la incuria de las culturas de la frivolidad.
ASV: ¿Tendrá esto que ver con el enfoque de La palabra amenazada?
IB: En efecto, allí sostuve que una de las vías de recuperación de la palabra es precisamente la etimología, aunque también cuentan como vías eficaces el aprendizaje de lenguas extranjeras, la frecuentación de la poesía y la apertura a los hallazgos del habla coloquial.
ASV: Vuelvo con Borges. "Escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología; ello se debe a las imprevisibles transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del tiempo. Dadas tales transformaciones, que pueden lindar con lo paradójico, de nada o de muy poco nos servirá para la aclaración de un concepto el origen de una palabra". ¿Cómo reinterpretaría, o reescribiría, este párrafo Ivonne Bordelois?
IB: Creo que esta frase revela al Borges conservador y reprimido y me hace recordar las palabras de Lou Andréas Salomé cuando se refiere a Freud diciendo que la falta de euforia en él se debía a su desconfianza por aquellos signos de la presencia de lo oceánico en nuestra existencia. De lo caótico deriva la luz, en una tradición que el mismo Borges respetaba.
ASV: En el pórtico de Etimología de las pasiones, firmado con Miguel Mascialino, puede leerse: “Y el libro se fue abriendo paso lentamente, porque no es fácil trasladar la ciencia fragmentada de los diccionarios y la erudición de los estudios etimológicos al estilo de reflexión inteligible y a la línea argumental que la novedad y la delicadeza de estos materiales sugieren”. ¿Podría usted relatar cómo fue ese tránsito, ese abrirse paso desde lo árido hacia una expresión, si se quiere, más clara?
IB: Con Miguel compartimos una previa experiencia totalmente lúdica de acercamiento a estos materiales, y nos llevó varios años comprender que había un enorme, novedoso y casi amenazante saber enterrado en ellos. Lo original de nuestra perspectiva es el enlazar el conocimiento etimológico a las preguntas filosóficas y psicoanalíticas que se despiertan a la luz de la historia cultural. ¿Por qué la paciencia se vuelve pasión, de qué modo se ligan lo sagrado, lo sexual y la inspiración en una misma raíz indoeuropea, cómo se relaciona lo femenino con la felicidad? Si alguna generación humana que nos precedió modeló el lenguaje que todavía hablamos a partir de estas nociones ¿qué podemos decir nosotros de ellas? ¿Están vigentes en nosotros, en nuestro inconciente, nos dicen algo acerca de nuestra realidad contemporánea o son simplemente fósiles prescindibles, aptos solamente para comprender literaturas anacrónicas y lejanas?
ASV: El lenguaje, desde lo que usted sugiere, podría ser un nuevo oráculo y también una hermenéutica, eso sí, abordada desde "la cautela propia de los exploradores". Es decir, el lenguaje como herramienta para el conocimiento de sí, para el conocerse a-sí-mismo que formuló Aristóteles y luego retomó Foucault. ¿Pero no hay siempre, acaso, una brecha, o un inmenso abismo entre la palabra y lo real? ¿No trastabillamos, siempre, en esos desfiladeros? ¿No se bifurcan acá, justamente, la visión del poeta y la del lingüista?
IB: No sé si acepto la dicotomía propuesta entre lenguaje y realidad. Para mí es el lenguaje el que crea la realidad, el que decide qué es lo real y relevante entre lo que nos rodea. En el principio era el verbo, que resplandece en las tinieblas que nunca lo comprendieron –y que algunos llaman realidad.
ASV: La realidad es el lenguaje, podría decirse. ¿Estaría, así, de acuerdo?
IB: Seamos menos absolutistas. Es cierto que hay siempre un residuo al que la palabra no alcanza, cuya materia más evidente es el silencio. Ambos son necesarios y perduran más allá del mundo de los objetos llamados reales que nos rodean. Nuestro mundo cotidiano porco tiene que ver con el de Shakespeare o el de Borges, pero las palabras que nos unen a ellos pesan más que esos objetos. Y sin referirnos a la literatura, que muchos no conocen, en nuestras relaciones más importantes no son los bienes sino las palabras que intercambiamos las que deciden nuestros destinos.
ASV: En otro pasaje de su libro se lee también: “Acaso estemos abriendo, sigilosamente, una puerta por la cual pasará una nueva visión del lenguaje, una nueva comunicación de nosotros mismos con él”. ¿Cómo considera que ha sido esa comunicación que hemos tenido –antes– con el lenguaje? Me refiero, a ese estadio anterior, cuando la puerta está cerrada y no había sido entreabierta.
IB: Pienso que siempre estamos abriendo puertas en largas galerías subterráneas y ése es el devenir de todo saber humano. Pero es verdad que entiendo que en este caso es algo asombrosa la resistencia que se ha tenido y se mantiene ante la sabiduría que nos abre la etimología. Es como si la humanidad se comportara como un paciente que en el fondo nada quiere saber de sí mismo. También me ha llamado la atención la falta de interés de los círculos psicoanalíticos por este camino –se muestran en un principio entusiastas y luego no aportan nada relevante en ese sentido. Creo que la novedad y la extrañeza del método propuesto los supera, y los diversos fanatismos –freudianos, lacanianos– les impiden ver los alcances de este enfoque.Etimología de las pasiones ha sido traducida al portugués y al italiano, pero en Francia y en los países anglosajones no ha habido ninguna respuesta al respecto, y no me parece un azar el que sean los países que detentan a autoridad “racionalista” los que no dejan pasar este tipo de conocimiento, con más razón aún si la propuesta viene de una autora argentina.
ASV: En los orígenes del lenguaje, según llegué a comprender, podemos encontrar un doble movimiento: inspiración y respiración, cuerpo y aire, gesto y necesidad. ¿Podríamos decir que la lengua, entonces, se encontraba en un estadio –o principio- de placer, anterior a toda gramática, a toda escritura e institucionalización? ¿Cómo se fue dando ese tránsito/deslizamiento?
IB: Creo que es difícil, si no imposible, desentrañar cuál es el origen primero del lenguaje, como pulsión fundamental. Pienso que hay un arranque onomatopéyico que compartimos con los animales, en que el lenguaje es advertencia de peligro, convocatoria de grupo, alerta sexual. Cómo se va construyendo el lenguaje más articulado que da lugar a la celebración, a lo sagrado o al placer de si mismo, es un misterio que todavía no acertamos a descifrar. Lo que me alienta es ver que las discusiones sobre el origen del lenguaje, que fueron tabú por mucho tiempo en la lingüística oficial, se han reanudado en estudios y congresos recientes, en parte debido al renovado interés por la teoría de la evolución y sus modificaciones.
Y cabe esperar que nuevas teorías, más satisfactorias que las anteriores, surjan de este nuevo giro epistemológico.
Alejandro Sebastiani Verlezza AVN 10/11/2011 10:54

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