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sábado, mayo 31, 2014

La historia del latifundio criminal de la familia Branger en el “Hato Piñero”

19 Dic, 2013 |

La familia Branger forma parte de la poderosa oligarquía valenciana que controla la industria agroalimentaria del centro del país. Aunque dicha familia haya diversificado sus tentáculos hacia el sector comercial y aduanera, sus orígenes se remontan al latifundio y al control de la industria de los alimentos.

Entre sus propiedades destacan la empresa aceitera Branca y de 72 mil hectáreas de tierra obtenida fraudulentamente en el Edo. Cojedes, en el denominado Hato Piñero.

La ocupación de estas tierras del “Hato Piñero” fue caracterizada por actos violentos que provocaron el exterminio de más de 100 mil animales de cría y el desplazamiento forzoso de más de 800 familias.

El brazo político de los Branger alcanza al partido de derecha Proyecto Venezuela y al movimiento Súmate, a través de la relación de Ricardo Sosa Branger con la dirigente antichavista María Corina Machado Zuloaga.

Conozca más acerca del historial criminal de esta dinastía que afectó al pueblo campesino del centro del país:

800 familias desplazadas

María Ramona Jiménez, mujer del campo que a sus casi 70 años no puede olvidar las “lagrimas verdaderas” de su abuela Pastora llorando mientras su burro “maneto” agonizaba por un disparo que le hizo uno de los caporales de Antonio Julio Branger, cuando en los años 50 la llamada compañía Branger tomó posesión de las tierras que hoy día son conocidas como Hato Piñero, en el sur del centro-occidental estado Cojedes, donde comienza el llano en Venezuela.

Ella forma parte de las 800 familias que fueron desplazadas por la fuerza de las tierras que ocuparon por generaciones y donde habitaban en una especie de comuna donde producían ganado y caña de azúcar bajo un régimen catalogado como de “propiedad social”, según la valoración que hace el periodista Oscar Farfan, integrante del colectivo de familias que desde hace al menos una década intentan recuperar el gigantesco latifundio con una extensión de unas 72 mil hectáreas.

Un balance preliminar del proceso de desalojo desarrollado por el grupo Branger indica que unos 800 grupos familiares fueron desplazados y 100 mil cabezas de ganado fueron exterminadas durante al menos 30 años desde 1951, cuando se concretó la adquisición a través de la liberación de una hipoteca con el Banco Agrícola y Pecuario.

De validarse estos datos, la ocupación de la posesión de Cerrillo y Charco Azul, como se conocía el predio hace un siglo, habría ocasionado el mayor desplazamiento humano del que se tenga noticia en Venezuela en tiempos de paz.



Títulos de origen fraudulento

La adquisición del predio por la familia Branger la realizó en 1951 la señora Teresa Sagarzazu, viuda de Francisco de Sales Branger, quien adquirió los derechos de una hipoteca realizada por los herederos de Antonio Rotondaro ante el Banco Agrícola y Pecuario en 1936.

En total los Branger pagaron 1 millón 200 mil bolívares, entre la liberación de la hipoteca y lo que cancelaron a la familia Rotondaro.

Este a su vez había adquirido la posesión luego de ejecutar en 1927 una hipoteca que habían constituido a su favor, en 1921, los herederos de Juan Nepomuceno Nieves, quien había fallecido en 1910.

Nieves, según los documentos recabados por el colectivo de campesinos, obtuvo títulos sobre la posesión a través de compras irregulares a unos 27 condueños de las tierras y además se apoderó del titulo heredado por tres niños huérfanos de apellido Jiménez, tras obtener la tutela de sus bienes a finales del siglo 19. Además de las tierras, los niños habrían recibido oro, ganadería y otros enseres, los cuales fueron manejados por Nieves sin rendir nunca cuenta de su administración.

De allí que se considere que la cadena titulativa que exhiben los Branger está viciada de nulidad por ese origen fraudulento.

Burguesía valenciana con tradición de terrofagia

La consolidación de la familia Branger como componente fundamental de la burguesía venezolano ocurre en Valencia, capital del estado Carabobo, en la región centro norte del país.

Su origen se remonta a la década de 1870, cuando arriba al país el agrimensor francés Ernesto Lois Branger, quien establece excelentes alianzas con los grupos de la burguesía local, según lo reseña la investigadora Leonor C. Barrios Arimendi en su monografía titulada DESARROLLO INDUSTRIAL VALENCIANO (1870 -1945).

Branger incursiona en actividades como la curtiembre en alianza con la familia Revenga. Después creó su propia industria y adelantó un proyecto de telares con la creación de Telares Carabobo en 1910.

De allí, con base en la materia prima requerida en la producción de tejidos, promueve una planta de procesamiento de aceite de semilla de algodón, que sería el origen de Aceites Branca.

Sin duda los requerimientos de materia prima obliga al grupo a buscar tierras para la producción de algodón, y puede haber sido esa la razón para que Francisco de Sales y Ana Cecilia Branger Párraga compraran la Hacienda El Paraiso, ubicada en el este de Caracas, la capital venezolana, en los años 30.
Sin embargo, según el relato de Blanca Arbelaez publicado en el diario Tal Cual, esta historia terminaría en tragedia para los Branger, pues a principio de los años 40, Francisco de Sales murió corneado por “un hermoso becerro que toreaba los domingos cuando iban a comer pabellón al trapiche. Un mal día, cansado el becerro de los jugueteos de Paco, le dio muerte al muchacho.”
La familia, impactada por la muerte, decide vender la hacienda a los hermano Luis y Carlos Roche, en 1943, para la construcción de la urbanización Altamira.

Este Paco se había constituido en el líder del grupo familiar, y estaba casado con la señora Teresa Sagarzazu, con llegó a tener siete hijos, entre ellos Antonio Julio, quien estuvo al frente de la ocupación del llamado Hato Piñero hasta su fallecimiento en 2003.

Un curioso dato sobre Antonio Julio Branger Sagarzazu lo ofrece la investigadora Barrios Arismendi, quien revela que a principios de los años 40 “su padre lo lleva al trabajo porque a los 14 años se niega culminar los estudios de primaria”.

La “lágrima verdadera” de la abuela

La historia más conocida sobre Hato Piñero alude a un proceso cercano a lo épico que permitió construir un rebaño con características genéticas nacionales, impulsó la biodiversidad y la conservación de la fauna y promovió, a través del turismo especializado, la promoción de las riquezas naturales de Venezuela.

Sin embargo para María Ramona Jimenez, nacida en 1946 dentro de la posesión Cerrillo y Charco Azul, la historia es muy diferente. Ella era una una niña y además del miedo que sentía y del llanto, de “lágrima verdadera”, de su abuela, recuerda que le tocaba ir con primos y hermanos a apagar las “candelas” que encendían los caporales de Branger para acabar el alimento de los animales.

Recuerda a las vacas, con sus nombres propios, como Cotúa, Correlagua y Galleta, y se rie cuando evoca como, en un acto de realismo mágico, la bala disparada contra un burrito que tomaba agua se devolvió contra el parabrisas de la camioneta de la “compañia” donde se movilizaba el agresor.
Entre las tácticas usadas por Branger se encontraba la retención y encierro de los animales durante varios días para hacerlos adelgarzar ya que no les suministraban alimentos.

Pastora Jiménez, la abuela de María Ramona, tenía 500 vacas cuando llegó Antonio Julio Branger, y cuando ante el continuo hostigamiento optó por irse, sólo lo quedaban 50.

De Piñero se fue al hato El Socorro, ubicado en las cercanías y propiedad de Ivan Darío Maldonado, el mayor terrateniente individual que ha tenido Venezuela y también dueño del Hato El Frío en el estado Apure, expropiado por el gobierno de Hugo Chávez.

Alli el propio Maldonado le dijo que le debía pagar “pastaje” o sino irse con sus animales a “otra parte”. Y esa otra parte no existía pues no había tierra para estos desplazados. La abuela y los hermanos de Ramona terminaron en el estado Zulia, donde el mayor consiguió trabajo como obrero del campo (peón) en una hacienda.



30 días para desalojar

Asunción Matute tenía 16 años en 1955 cuando la Guardia Nacional le entregó a sus hermanos un oficio donde se les ordenaba desalojar las tierras que ocupaban en Cerrillo y Charco Azul con unos 900 animales que, antes de morir, les dejaron sus padres.

La orden implicaba el desalojo en un plazo de 30 días y la venta forzosa de los animales a un precio de 120 bolívares por cabeza, y sólo aquellos que eran adultos. Los becerros no se contaban.

Matute, que conocía bien las tareas de pastoreo, decidió improvisar unos corales y sacar a escondidas parte de sus vacas. Al final sólo les reconocieron el pago de unos 400 animales.

Concretado el desalojo los hermanos tuvieron que buscar distintos caminos para ganarse la vida. Asunción terminó en Maracay como obrero de una textilera, Sudamtex, donde trabajó por 30 años. Curiosamente dicha empresa acabó en la quiebra bajo la administración de los representantes de la misma burguesía que lo desalojó de sus tierras y le robó su ganado.

Un virus que mató el ganado y una hediondez inolvidable
Luis Jimenez nació en 1953, y además de recordar y haber conocido los ataques directos de los caporales a caballo de Branger, relata la historia de una misteriosa e inexplicable enfermedad que mató a muchos animales a principio de los años 60.

“Ellos como una forma de conseguir la tierra se fueron y trajeron un virus que no se conocía ni tenía vacuna y hacía que se muriera el ganado. Eso se veía como piedras en la sabana”, dice.

Recuerda que los animales que no murieron por la peste, los mataban a tiros los hombres contratados por los Branger.

Por su parte Florencio Jiménez, quien nació en 1959, recuerda y ubica temporalmente la mortandad por la hediondez que dejaba. Sólo tendría tres o cuatro años, y eso lo precisa porque su madre murió en 1962 y la peste fue después.

La epidemia habrá durado alrededor de un año, según su cálculo, pero ese olor a muerte lo dejó marcado para siempre.


Incendio en la sabana, toros castrados y burros tiroteados

Todos las testimonios recogidos coinciden en tres acciones para hostigar a los habitantes tradicionales del ahora Hato Piñero: disparos contra los burros, puñaladas contra los cochinos y castramiento de los toros reproductores.
Asimismo cada quien rememora incendios provocados tanto para acabar con los pastizales como para inculpar y procesar penalmente a cualquiera de los habitantes. Recuerdan el caso de Daniel Jiménez y Mamerto Pérez, quienes llegaron a estar presos por 18 meses en la penitenciaría de Tocuyito, por un incendio de sabana del que los responsabilizaron.

Los ataques a lo animales, como tirotear a los burros, implicaba acabar con sus medios de transporte, o con su alimento cotidiano y de bajo costo en el caso de las puñaladas a los cochinos. Mientras que, obviamente, castrar a los toros se traducía en un golpe a la posibilidad de renovar los rebaños.

Cementerios tradicionales, vegetación arrasada y rebaños exterminados
Para Oscar Farfan, uno de los voceros del movimiento campesino José Rafael Nieves (llamado asi en homenaje a un soldado natural de El Baul, conductor de Chávez el día del alzamiento militar del 4-F, muerto en combate), lo que ocurrió en Cerrillo y Charco Azul, obedeció a un plan de desalojo.

Eso incluyó la ocupación incluso de cementerios tradicionales usados por siglos para sepultar a los habitantes que fallecían. Hasta ahora han identificados ocho camposantos: Valle Hondo, Los Arenales, Cerrillo, Cerro con Monte, Las Damitas, Corral Viejo, Zapatero y Los Bolivar.

En contra de los versión que coloca a Branger como un conservacionista, Farfán refiere que se comprobó que el terrateniente desforestó más de 30 mil hectáreas y taló árboles de masacuaro con más de 200 añños de existencia con el fin de aprovechar su madera con fines comerciales.

Asimismo destaca las cifras de producción de ganado y apunta que cuando el grupo de Branger llegó al pedio habían más de 100 mil cabezas de ganados, y que cuando ocurre la intervención del INTI en 2005 sólo se registraron 33 mil reses.

La disyuntiva: ¿en manos del pueblo o de la burocracia?

Desde el inicio del gobierno revolucionario de Hugo Chávez los habitantes del estado Cojedes y los descendientes de los desplazados del actual Hato Piñero, plantearon la necesidad de retornar esas tierras a los campesinos y colectivos organizados dispuestos a asumir la producción.

Eso nunca ocurrió y la administración del predio estuvo primero en manos del Centro Genético Florentino y actualmente de la Corporación Venezolana de Alimentos (CVAL). En ninguno de los casos, según Farfan, el saldo ha sido positivo.

Por una parte ha continuado la reducción del número de animales, al punto que tras la gestión de “Florentino” sólo quedaron unas 12 mil reses. Mientras que durante la actual gestión a cargo de CVAL la cifra ha bajado a unas cinco mil, según los datos de Farfán.

Asimismo el daño ambiental, especialmente la desforestación, ha continuado para la extracción de madera con propósitos comerciales.

El vocero sin embargo advierte que eso ha sido producto de las actuaciones indebidas de algunos funcionarios, quienes han engañado a Chávez en un primer momento, y que ahora intentan hacerlo con el Presidente Maduro.
Por eso lo que plantea el movimiento campesino es un modelo donde se incorporen directamente una veintena de colectivos organizados como unidades de producción en rubros como ganadería, cría de cerdos y gallinas, entre otros. Asimismo se articularían los procesos de transformación agroindustrial que requieren las líneas de producción planteadas.

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